lunes, 5 de marzo de 2018

LA BANDA DE LOS NIÑOS

Todo el que ostenta poder sobre otras personas termina abusando de él. Puede ser por avaricia, como los empresarios que pagan salarios de miseria a sus empleados para seguir añadiendo millones a su cuenta bancaria. Puede ser por soberbia, como los políticos que se aferran a su cargo década tras década para sentirse superiores a los demás. Puede ser por lujuria, como los directivos de empresas que utilizan su dinero e influencia para acosar sexualmente a sus empleadas. Puede ser por todo esto a la vez, unido a cualquier otra miseria moral. Todos terminan utilizando su poder para cumplir sus sueños, para demostrarse a sí mismos lo grandes, machos, inteligentes, ricos e influyentes que son. Y qué mejor forma de hacerlo que machacar al que se opone, al que también sueña con poder o al que simplemente le parece mal que el bienestar de uno sólo se pueda lograr mediante la sumisión de muchos. 

El protagonista de esta novela es un ávido lector de Maquiavelo. Sueña con ser poderoso. Y, a sus dieciséis años, ha aprendido que "más vale tener fama de ser un maestro de la crueldad que de la piedad". Lo importante es hacerse respetar. Y la única forma de lograrlo durante mucho tiempo es a través del miedo. Es el miedo lo que mantiene el poder. El amor, a la larga, sólo lo debilita.

Él quiere crear una banda. Allí, en Nápoles, cuna de la mafia. La ciudad donde ha crecido. La ciudad que le ha enseñado que si naces en el Sistema, perteneces al Sistema. La ciudad de la violencia, de la extorsión y de la droga. La ciudad de sus amigos y su familia, de su sangre. Crear una banda que siembre el terror en las calles. Que controle todo lo que dé dinero. Que haga bajar las miradas de hombres y mujeres y cuyo nombre se pronuncie en voz baja, con temor. Tiene unos sueños enormes y quiere poder. Se llama Nicolas Fiorillo. Pero se hacer llamar el Marajá. 

Todo el que ostenta poder sobre otras personas termina abusando de él. Pero el Marajá necesita abusar de él desde el principio. Las reglas están claras. Tienen que conquistar territorio. Tienen que arrebatar cosas a los demás. Armas, droga, dignidad. Tienen que imponer el miedo para hacerse respetar. Porque en el fondo son niños, menores de edad.

"Niños los llamaban y niños eran en verdad. Y como quien no ha empezado a vivir, no tenían miedo de nada. Consideraban a los viejos ya muertos, ya enterrados, ya acabados. La única arma que tenían era la ferocidad que los cachorros de hombre aún conservan. Animalitos terribles que actúan por instinto". Que enseñan los dientes y aprietan los gatillos como han hecho tantas veces en los videojuegos. A los que no les importa que en las calles la gente muera de verdad bajo sus balas. Que matan y chillan con una crueldad instintiva basada en reglas internas de honor y lealtad. 

La última novela de Roberto Saviano es salvaje y brutal. Al terminar ciertos capítulos, cerraba durante unos segundos el libro y suspiraba, asombrado por la brutalidad, por lo que puede hacer en unos niños una infancia educada en la violencia. A aquellos que no hayan vivido de cerca ningún tipo de violencia física, muchas de las escenas les parecerán irreales, producto de una mente enferma de videojuegos y guerra. Sin embargo, conociendo a Saviano, lo más probable es que todo lo que aparece en el libro haya sucedido muchas veces de una forma muy parecida, esté sucediendo en estos momentos y vaya a seguir sucediendo en el futuro, mientras el ansia de poder y el abandono del Estado abonen las barriadas pobres de muchas ciudades para que germine y prevalezca la ley del más fuerte. 

Todo el que ostenta poder sobre otras personas termina abusando de él. Lo hacen los políticos que roban el dinero público. Lo hacen los hombres que salen en manada a violar mujeres. Lo hacen los empresarios que dictan las leyes a los gobiernos. Y lo hacen, también, todos los Marajás de los extrarradios, niños descontrolados que se compran una pistola y juegan a convertirse en príncipes de la mafia. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario