lunes, 11 de septiembre de 2017

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El abuelo del protagonista de la última novela de Paul Auster llega a Ellis Island el 1 de enero de 1900, proveniente de algún lugar remoto del este de Europa. Pide consejo a un compañero inmigrante con más conocimientos que él sobre el país al que ambos acaban de llegar y este le dice que con su nombre, ese nombre judío impronunciable, nunca triunfará en Nueva York. Rockefeller, le dice, diles que te llamas Rockefeller y ya verás como todo irá bien. Varias horas después, cuando le llega su turno frente al funcionario de aduanas, no consigue recordar qué nombre le había dicho su compañero y, dándose un golpe en la frente, exclama frustrado: Ikh hob fargessen! (¡Se me ha olvidado!). Y acto seguido, el funcionario saca su pluma y escribe en el libro de registro: Ichabod Ferguson.

¿Habría sido distinta su vida de haberse llamado Rockefeller? ¿Y de haber conservado su nombre impronunciable? El funcionario de Ellis Island convirtió a un judío eslavo en un Ferguson, un protestante escocés, y lo cierto es que ese nombre, para bien o para mal, determinó su vida. Así comienza esta novela, con un hombre rebautizado por un malentendido a su llegada al nuevo mundo y la historia de su vida, la de sus hijos, y sobre todo, la de su nieto, Archibald Isaac Ferguson, nacido en 1947, protagonista de las 957 páginas de esta novela prodigiosa. 

Ferguson, Rockefeller o un nombre impronunciable. Si la historia de un solo nombre genera tres posibles versiones, ¿cuántas versiones generará toda una vida al narrarla? No existen las verdades absolutas. Según el momento, el estado de ánimo o la persona con quien estemos, contamos una versión u otra, más o menos larga, más o menos precisa, de los hechos de nuestra vida. La verdad es múltiple y se puede (y se debe) contar de muchas maneras. Tenemos un padre y una madre, dos primos, un marido, hemos estudiado en tal universidad y vivido en tal ciudad, tenemos tantos años, pero todo lo que une y da sentido a los pocos hechos aislados y fijos de nuestra vida es una masa cambiante de sucesos que vamos interpretando a medida que vivimos y crecemos. Los recuerdos, las versiones de nuestra vida, están vivos. Cambian con nosotros. Y esta percepción de la vida como un cúmulo de historias posibles es la que creo que ha utilizado Auster en esta novela para escribir cuatro versiones de la historia de Ferguson, todas ciertas, todas imaginadas, todas partes de una misma vida inventada.

Paul Auster ha dicho en más de una ocasión que le gusta acumular tramas y subtramas en sus libros. Que por qué limitarse a contar una sola historia pudiendo contar muchas a la vez. La vida es múltiple, variada y no puede resumirse en una sencilla línea temporal. Y la verdad es que esta novela tiene historias para al menos veinte novelas más. Historias trepidantes, dramáticas, esplendorosas, comprometidas. Historias en las que yo, con mucho gusto, me quedaría para siempre a vivir. Por ejemplo, la historia del joven Archie de apenas veinte años, al que su madre envía un año a París en 1966 a casa de una seductora historiadora del arte para vivir en una buhardilla minúscula y dedicarse a leer los cien libros de literatura europea de la lista que le ha preparado su padrastro Gil, ver las películas francesas de moda, pasear por el Barrio Latino, descubrir y explorar su sexualidad múltiple y escribir un libro autobiográfico sobre la muerte de su padre soñando con que se convierta en un éxito espectacular. 

Pero también la historia de la revuelta estudiantil en la Universidad de Columbia a finales de los sesenta contra la política reaccionaria y dictatorial del rectorado, la segregación racial en las instalaciones y la complicidad de la élite universitaria con los crímenes estadounidenses en la Guerra de Vietnam. O el dilema de Archie ante la represión policial: responder o ser testigo, unirse a los que tiran los ladrillos o quedarse a un lado para ser el primero en escribir sobre el origen de la rabia de los que los tiran. Ante la duda, sus simpatías estarán siempre con el ladrillo, más que con la ventana, pero ¿dejaría la libreta para mancharse las manos o se quedaría al margen? ¿Participaría en la revolución o se limitaría a contarla?

Y es que 4 3 2 1 es una novela tan empapada de la realidad social y política del momento (la década de los sesenta en Nueva York) que ninguna de sus historias se entiende sin el ritmo que marcan los acontecimientos históricos: el discurso de Martin Luther King, el asesinato de Kennedy, el inicio de la Guerra de Vietnam, las manifestaciones en contra por las calles de Manhattan, el movimiento contra-cultural, las revueltas estudiantiles, la Primavera de Praga, mayo del 68, Nixon, y, siempre omnipresente, el azar que lleva las vidas de Archie Ferguson por caminos inesperados, acelerando, siempre acelerando a pesar de los bandazos y los giros bruscos e inesperados, siempre hacia delante, hacia la literatura, el cine, el deporte, el amor, el sexo, París, los amigos, los libros y Nueva York, las calles y el ruido y la vitalidad asombrosa de Nueva York como centro del universo. 


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