jueves, 27 de julio de 2017

LA LEVEDAD

La risa es una declaración de libertad. Rompe el miedo a lo desconocido, el miedo a la violencia y al silencio. Es una formidable estrategia de defensa ante cualquiera que esgrima su ofensa como arma. Irrumpe con su estrépito de ligereza y ataca a los que odian allí donde son más vulnerables: en su idea del honor. La risa libera, traspasa fronteras y une a las personas de cualquier cultura en un idioma común: el de la alegría. Hace dos años, ocho miembros de la revista satírica francesa Charlie Hebdo fueron asesinados por reírse. La filosofía de la revista era: "pasarlo bien, ser libre, inventar cosas, equivocarse, volver a empezar". Los hermanos Kouachi, pertenecientes a Al-Qaeda, consideraron que su risa era incompatible con sus sentimientos religiosos y los asesinaron por ello. 

El 7 de enero de 2015 la autora de este cómic se quedó dormida. No oyó el despertador y cuando llegó a la sede de Charlie Hebdo sólo tuvo tiempo de escuchar los disparos y esconderse. Su retraso le salvó la vida, pero no la libró del trauma de perder, en apenas unos minutos, a la mayoría de sus amigos y maestros. Cada noche sufría la misma pesadilla. Cuerpos, muerte, violencia. Y durante el día, la misma ausencia de emociones, como si el atentado la hubiera vaciado por dentro, dejando sólo la carcasa de la mujer que antes era. Hasta el cabreo se había esfumado. ¿Por qué matar? ¿Por qué acabar con la vida de los que no piensan como tú si el tiempo ya se va a encargar de hacerlo por nosotros de todos modos? 

Este cómic cuenta el atentado, el limbo por el que pasó la autora los meses siguientes y su sed de belleza para contrarrestar su vacío interior. Viajó a Roma, a la Villa Medici, que desde hace cuatro siglos es un asilo de artistas de todo el mundo en busca de inspiración, para empaparse de belleza en un intento de "recurrir al síndrome de Stendhal para anular el síndrome del 7 de enero". Cambiar la intoxicación por un exceso de muerte por la intoxicación por un exceso de belleza. Porque la belleza, al final, no es más que cultura, energía, búsqueda de un ideal. Es decir, vida. A la vuelta de su viaje, Catherine Meurisse escogió para su obra un título quizá inspirado en Kundera: la levedad, la insoportable levedad de permanecer, de sobrevivir y de hacer que, cueste lo que cueste, el futuro merezca la pena.

La filosofía de vida de Charlie Hebdo era la risa. Y lo sigue siendo. Después del atentado siguieron publicando y su siguiente número vendió siete millones de ejemplares. Siete millones de personas dispuestas a salir a la calle a defender la risa contra los que buscan someternos mediante la violencia y decirles que no nos tomamos en serio sus intenciones, que su religión es ridícula si no soporta las bromas y que seguiremos defendiéndonos siempre de su indignación trascendente mediante la ligereza y el sentido del humor. 

El terrorismo es el enemigo declarado de la risa y del lenguaje. Por lo tanto, ¿qué mejor forma de combatirlo que reírnos juntos?





lunes, 24 de julio de 2017

CAFÉ AMARGO

Las historias sobre Italia siempre tienen para mí un atractivo especial. Es un país maravilloso, de una belleza natural extraordinaria y cuenta con un patrimonio de obras de arte apabullante. A esta autora siciliana la descubrí con su primera novela, La mennulara, una historia original e interesante que retrataba de forma magistral el ambiente y las costumbres sicilianas, incluida la mafia.

En este Café amargo he encontrado una preciosa historia de amor enmarcada, como en todas las novelas de su autora, en su Sicilia natal, durante la primera mitad del siglo XX, con sus prejuicios, sus personajes pintorescos y, de forma especial, iluminando las personalidades de María y Giosué, los dos protagonistas junto con Pietro.

El trasfondo son las dos guerras mundiales y la repercusión que tuvieron en la vida de los habitantes de Palermo. Dos temas fundamentales, de primera importancia: la situación insoportable e inhumana de los mineros del azufre y la desastrosa y cruel actuación de Italia en la guerra con Etiopía en los años 30. Un detalle para mí muy relevante que se le ha olvidado a la autora consignar fue la matanza indiscriminada de civiles con gas mostaza que ya entonces estaba prohibido y la fumigación de las tierras cultivables con el mismo gas que las hizo improductivas por muchos años. Estos terribles hechos fueron alabados por Churchill y el papa Pío XI como una hazaña del gobierno italiano.

Sobre la historia de Italia quiero traer aquí el recuerdo de Los hijos, uno de los libros más interesantes que he leído, escrito por el periodista italoamericano Gay Talese.

Café amargo tiene además encantos especiales, su explícita sensualidad y el retrato minucioso de los decorados en las casas y jardines de la burguesía y la aristocracia del sur de Italia. Un placer su lectura.



domingo, 16 de julio de 2017

TANTOS DÍAS FELICES

Vincent y Guido son dos amigos con la vida resuelta y ganas de enamorarse. Inteligentes, ricos y despreocupados, son lo suficientemente jóvenes para desear salir por las noches a "pegar patadas a neumáticos y estallar botellas contra las paredes" pero, sin duda, demasiado distinguidos para semejantes desmanes. Guido conoce a Holly, una chica impenetrable, excéntrica y elegantísima que pronto se convierte en su obsesión, "mejor que cualquier fantasía, mejor que esos sueños adornadísimos que, por la mañana, dejan tras de sí un dulce sabor de felicidad inexplicable". Y Vincent, poco después, se topa con Misty, una compañera de trabajo nada nebulosa que, con su pesimismo combativo de clase proletaria, ejerce de perfecto contrapunto para el dandismo benevolente y pacífico del galán enamorado. Guido vive volcado en el arte, y aunque no hace más que vivir el momento, se pasa la vida analizando sus emociones. Mientras que Vincent, que como científico se dedica a analizar la realidad, se limita a vivir sin prestar atención a cálculo alguno. Con estos dos personajes, y sus respectivas parejas, Laurie Colwin ha creado una comedia encantadora y perspicaz sobre las complejidades del amor.

Ya me pasó con Felicidad familiar. Internarse en la literatura de Laurie Colwin es un chute de buen rollo y sutileza, con ese entusiasmo descontrolado y un pelín neurótico de las películas más alegres de Woody Allen. Es como volver de cenar con amigos y ponerse a analizar en el coche con tu pareja todos los detalles de la cena: fíjate lo que le ha dicho, y cómo se ha quedado callado cuando le has respondido que no podías ir, pues les he visto mejor que el año pasado pero, ¿has visto?, no se han tocado ni una sola vez, esta chica lo va a volver loco, pues yo creo que le va a a venir fenomenal, qué dices, que sí, le hace falta que alguien se lo ponga un poco difícil, que vaya por delante, que le haga esforzarse, mmm, pues quizá tengas razón, que lleva años acostumbrado a conquistas fáciles y ya le toca luchar un poco, y te has fijado que... Un cotilleo animado y mordaz, como todo buen cotilleo, ingenioso, cariñoso, con ese colmillito malévolo que convierte toda charla intrascendente en una fiesta del ingenio. 

Hablar de amor es hablar de misterio. De la perplejidad, a veces resignada, a veces feliz y entusiasta, que provocan sus vaivenes. Incluso cuando todo va bien y la vida fluye y la rutina se disfruta como un dulce, Holly siente la necesidad de buscarle alguna pega, de estropear un poquito el cuadro perfecto de su vida para hacerlo real y comprensible y así disfrutarlo mejor. Y se marcha sola a Francia tres semanas para experimentar la sensación de añoranza buscando la belleza a través de la imperfección, buscando romper la simetría que hace de cualquier relación algo armónico y estable, sólido y duradero, pero poco estimulante. 

Los libros de Laurie Colwin podrían rozar la frivolidad si no realizara, con cada personaje, un análisis profundo y conciso de su cualidad humana. Están llenos de ideas sobre la vida, ideas divertidas, disparatadas, filosóficas, irónicas y extrapolables a cualquiera que haya sentido el vértigo de adentrarse en la vida adulta sin saber cómo hacerlo. No recuerdo a ningún escritor que trate a sus personajes con el cariño que les demuestra Laurie Colwin a los suyos. Su tono parece decir: queridos míos, qué locos estáis ¡y cómo os quiero!

Laurie Colwin

Me cuesta escribir sobre los libros de esta autora y no decir tonterías. Mi cuaderno de notas está lleno de comentarios elogiosos, edulcorados y cursis como la carpeta de un adolescente que acaba de descubrir a Bécquer. Sus libros proporcionan esa felicidad efervescente de las comedias de Woody Allen y salgo de ellos medio enamorado, sintiendo el suelo blandito y una euforia íntima incontrolable. Y quiero más. Por favor, Libros del Asteroide, quiero más. Volver a ella. A su tono. A sus diálogos mordaces y sus personajes excéntricos y entrañables. Quiero más. Encerrarme con todos sus libros en una habitación y no salir en días, hasta que sus palabras me dejen la cabeza y el corazón con las sábanas revueltas. 



martes, 11 de julio de 2017

LA REINA DE LAS RANAS NO PUEDE MOJARSE LOS PIES

De pequeño, mi madre me leía los libros de Sapo y Sepo, de Arnold Lobel. Eran dos sapos estupendos, amigos inseparables, que no sabían vivir el uno sin el otro. Salían de paseo, zampaban galletas y viajaban por el mundo. Vamos, el plan de vida ideal para un crío de cinco años. 

Hace unos diez años, un sapo subió los cien metros que separan el embalse de la casa de mi madre y se quedó tan pancho descansando en su terraza. Era gordo, de un color sucio entre amarillo y marrón, y tenía los ojos saltones. Recuerdo esos ojos. Y su panza latiendo. Y que no me producía ni miedo ni asco, sino una curiosidad infantil por ver cuál sería su próximo movimiento. ¿Se comería una galleta o saldría de viaje por el mundo?

Gracias a mi madre y a Arnold Lobel me ha quedado de la infancia cierta ternura por las ranas y los sapos. Por eso, quizá, este cuento de ranas me ha parecido tan irresistible. 

Había una vez un estanque en el que las ranas hacían cosas de ranas. Saltar, cazar moscas, dormir y jugar. Vamos, el plan ideal de cualquier rana inteligente. Hasta que un día cayó al agua un objeto metálico y brillante y la rana que fue a indagar al fondo del estanque emergió a la superficie con una corona en su cabeza. Y ya nada fue lo de antes. 

¿Un cuento infantil sobre la monarquía? Pues sí. 
¿Sobre el abuso de poder y sus consecuencias? Eso es. 
¿Sobre la soberanía y el principio de igualdad? Claro que sí. 
¿Y con historia de amor? ¡Y con historia de amor!


miércoles, 5 de julio de 2017

CUANDO ÉRAMOS HERMANAS

Con una escritura elegante, Sheila Kohler nos trae un testimonio inquietante, por varias razones: la violencia contra las mujeres, ejercida por los maridos de las dos hermanas protagonistas, y las actitudes racistas de las familias privilegiadas en Sudáfrica. Es una historia perturbadora, trágica, que revela el inconformismo de una mujer joven descendiente de una familia de Baviera.

Nacida en un entorno de gente millonaria en la Sudáfrica del apartheid, a pesar de su educación cultural europea en París y Venecia, le parecen normales las leyes que del gobierno sudafricano que segregaban a sus habitantes según su raza. Según estas leyes, los negros y los blancos no vivían en los mismos barrios, no estudiaban en los mismos colegios ni pasaban las vacaciones en los mismos lugares. El propósito era conservar todo el poder para la minoría blanca (que no era más que el 21% de la población). En otras condiciones habría perdido su posición de privilegio.

¡Hasta qué límites la educación recibida condiciona las actitudes y fomenta las creencias más erróneas e injustas! Esas personas que de forma tan poco ética consiguieron y siguen consiguiendo hoy ingresos millonarios a costa del trabajo esclavo de sus semejantes, ¿dónde guardan su conciencia? La madre de la escritora de esta novela, como muchas, acabó alcohólica porque en su vida no había intereses que la ocuparan. Hasta 1992, el apartheid, aquel crimen contra la humanidad, fue legal. Recordar estas realidades a través de las experiencias vividas es importante.