lunes, 8 de mayo de 2017

ESPERANDO A MISTER BOJANGLES

Uno lee un libro. Se enamora de los personajes. De algo que palpita entre líneas. De un adjetivo o un pronombre inesperados, quizá, como las flores que echan raíces en las piedras. Uno siente el impulso de escribir sobre ese libro. Sobre los ojos húmedos al leerlo. O sobre las ganas de pasar las páginas silbando. Y se sienta para ponerse a ello, una mañana. Y mira por la ventana. Uno recuerda que leyó el libro en un tren a Cádiz, sentado al lado de una mujer hermosa, y sonríe. Quizá podría empezar por ahí, por los olivos al otro lado de la ventanilla rivalizando con la ligereza de esta historia. Esta ventana. Aquella ventanilla. Conexiones. Uno escribe una frase. Y para. Escucha la canción de Nina Simone que da título al libro y, de repente, piel de gallina, ojos brillantes. Alguien ha subido de golpe el volumen de la emoción y uno se agarra a la mesa para resistir el impacto. Quizá sea buena idea escribir sobre este libro así, vibrando. Pero cómo. Si alguien, sentado en la cafetería de enfrente, por ejemplo, bajara el periódico para espiarme, le recordaría a un cuadro de Hopper. Figura ausente mirando por la ventana. Ausente, sí, pero no sola. Hoy, Mister Bojangles, Nina Simone y la historia maravillosa de este libro me acompañan. 

"¿Cómo se las arreglan los demás niños para vivir sin mis padres?", se pregunta el protagonista de esta historia con frecuencia. ¿Hay vida fuera de su fiesta perpetua, de ese folletín alegre y disparatado que llena todas sus horas de sorpresas, bailes y amor? No es muy frecuente que un niño esté enamorado de sus padres, pero en este caso, lo raro resultaría que alguien no lo estuviera. Y no porque sean unos padres ejemplares, precisamente. Cada veinticuatro horas él elige un nuevo nombre para su mujer y la rebautiza, porque llamarse todos los días de la misma manera debe de ser terriblemente aburrido. ¿Os imagináis toda la vida respondiendo al nombre de Berthe, Rosalinde o Agnès? ¡Insoportable! Ella es el alma de todas las fiestas y lleva allá donde va un mundo completo de gozo, fantasía y excentricidad. Desde muy pequeño, nuestro protagonista aprende que a veces las verdades no sirven para nada, son aburridas o incluso duelen, y que mentir hermosamente por amor es una de las mejores cualidades de un ser humano delicado e inteligente. Pero nada iguala al placer de ver bailar a sus padres, totalmente absortos en su burbuja vertiginosa, Mister Bojangles cantada por Nina Simone. Como si no hubiera vida más allá del calor de sus brazos. Como si esa fuera la única canción en el mundo. Como si el amor empezara y terminara ahí, en ese salón, en sus pasos de vals, en la voz cálida y desgarrada de Nina Simone, en aquel Mister Bojangles de pelo plateado que no paraba de reír y bailar y llorar con ellos, en los recuerdos de su primer baile, de su primer intercambio de palabras, de votos de amor y locura que haría de su vida una consecución de fuegos artificiales al margen de toda convención.

He leído este libro en un tren a Cádiz, sentado al lado de una mujer hermosa. ¿Cómo se las arreglan los demás para vivir sin ella? Lo he leído pensando que quizá no haya forma de vivir felices de otro modo. Así. Dentro del fuego compartido, en un abrazo íntimo y secreto con sus propias leyes gravitatorias. Y no importa si al final de la carretera las curvas se convierten en precipicio, nada importa si aún quedan fuerzas para seguir contando hermosas mentiras por amor, seguir inventando nombres que encajen con el estado de ánimo de un jueves radiante o de un domingo lluvioso, no importa si la alegría para seguir extrayendo felicidad de la locura sigue fluyendo por nuestras venas cada mañana, en cada baile, beso, fiesta o banquete. Porque con este amor latiendo entre los dedos, cómo "arrepentirse de aquella dulce marginalidad, de aquellos constantes cortes de manga a la realidad, de aquella forma de burlarse de las convenciones, del reloj, de las estaciones, de sacarle la lengua al qué dirán".

"¿Cómo se las arreglan los demás niños para vivir sin mis padres?"
No se las arreglan. Punto. Porque aún no ha entrado el vendaval Bojangles en sus vidas y no han aprendido el arte de perder la cabeza cada día para ser felices.

Uno lee un libro. Uno se enamora de los personajes. De algo que palpita entre líneas. De un adjetivo o un pronombre inesperados, quizá, como las flores que echan raíces en las piedras. Uno escucha a sus personajes a través de la voz sensual y melancólica de Nina Simone. Y piensa que, aunque parezca mentira, siempre queda espacio en los márgenes de la felicidad para seguir enamorándose.


2 comentarios:

  1. Gracias Oscar, dan ganas de salir corriendo a vuestra librería a por él y devorarlo y disfrutarlo como lo has disfrutado tú...

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  2. ¡Cuánto me alegro! Ya me dirás si al final te gusta tanto como a mí.

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