lunes, 27 de febrero de 2017

LA CASA. CRÓNICA DE UNA CONQUISTA

Me encanta viajar. Recorrer lugares desconocidos; llegar lejos, en kilómetros y en costumbres; aprender nuevas formas de vivir, de nombrar cosas, de mirar o de comer. Y en todo el proceso, sentir cómo se tensa ese hilo flexible de la distancia que me une a mi casa, al interior de esas cuatro paredes que llamo hogar y que me sustenta y me define como persona. 

Me encanta viajar. Pero una de las partes que más disfruto de los viajes es el regreso. Anticipar la conocida forma de mi almohada, el tacto rugoso de la madera del suelo en mis pies desnudos o la forma en que se balancean, tras el cristal de la ventana de mi cocina, los árboles del parque. 

La casa como raíz.
La casa como refugio permanente ante cualquier problema. 
La casa como reducto inviolable de intimidad. 
La casa como conquista. 

Pero no siempre fue así. La idea de que una persona corriente pudiera vivir en una casa el tiempo necesario para considerarla suya no se generalizó hasta el siglo XVII. Hasta entonces, la mayoría de la población cambiaba tan a menudo de vivienda que no se imaginaba la posibilidad de establecer un vínculo de ningún tipo con ella. Incluso los propietarios de larga duración solían considerar sus casas lugares donde comer y dormir: la vida diaria se articulaba fuera: en los trabajos, en las calles, siempre en comunidad. Los ricos, por su parte, utilizaban sus casas para presumir, para exhibirse, las compraban y vendían como caballos de carreras: eran formas de demostrar poder o inversiones que rentabilizar.

A principios del siglo XVII, Amsterdam florecía gracias a su comercio y se convirtió en el paraíso de la incipiente burguesía. Sus férreas leyes urbanísticas propiciaron trazados coherentes, casas al alcance de muchos bolsillos (bolsillos enriquecidos por el comercio, eso sí) construidas para durar. No solamente su prosperidad atrajo a gente de todos los lugares, cultos y condiciones, en una época en la que la tolerancia no era la principal virtud de los demás países: Amsterdam propició que la gente se enamorara de sus casas. Y, al igual que la mayoría de sus fachadas y paredes, es un amor que se mantiene intacto, tal y como sus habitantes lo concibieron. 

Amsterdam en 1611 es solamente uno de los capítulos de este cómic grandioso, en contenido y en peso. La intención de Daniel Torres al iniciar este proyecto era tremendamente ambiciosa: hacer una historia de la relación entre las personas y su casa para descubrir en qué medida esta define nuestra forma de ser. Una historia que empezara en el Neolítico y terminara hoy en día, y que combinara personajes de ficción, textos históricos, tramas intrigantes y planos urbanísticos encuadrados en una asombrosa variedad de estilos de ilustración para dar una idea global, exhaustiva y amenísima de lo que significa la idea de hogar en nuestras vidas. El resultado es una obra de arte apabullante, espectacular, inabarcable. 

Las casas guardan nuestros secretos. Todo lo que no decimos, todo lo que no está escrito lo saben nuestras cortinas, nuestra cama, nuestro sofá. Cuántas veces no habremos oído aquello de "si estas paredes hablasen...". Pues bien, este libro es su voz. Y tiene todos sus secretos. 



jueves, 23 de febrero de 2017

Nueva York en la literatura (II): CLAROSCURO

El primer placer que provocan los libros de la editorial Contraseña es táctil y visual, por la calidad del papel y el diseño de sus portadas. Luego, en el caso de esta novela, el placer aumenta por dos potentes razones: la primera es su calidad literaria, su exquisitez, un drama espléndido sobre la identidad y la fuerza de los deseos, y la segunda razón que a mí me ha cautivado, en esta historia escrita en 1929 y traducida por primera vez al castellano en 2011, es el tema de las complejas circunstancias raciales.

El ambiente de la novela es el de la clase social media-alta en New York a principios del siglo XX, y las protagonistas son dos mujeres de raza negra pero que, por esas carambolas genéticas no tan infrecuentes, tienen la piel prácticamente blanca. 

Irene Redfield, una de las protagonistas, a pesar de su piel blanca decide integrarse en la comunidad negra y casarse con un médico afroamericano. En cambio, su compañera de instituto, Clare Kendry, aprovechando la muerte de su padre negro y la circunstancia de que los familiares que le quedan son blancos, decide ocultar su identidad racial y se casa con un rico hombre de negocios, racista en extremo.

Doce años después de haber compartido aula, un reencuentro casual une a las dos amigas y Clare siente la añoranza de reencontrarse con los de su raza pero las cosas no son nada fáciles y la complejidad de la trama, recreada con un intenso realismo, desemboca en un inesperado y sorprendente final.

Nella Larsen introdujo a nuestro Federico García Lorca en los círculos de Harlem, la zona donde se reunían los negros especialmente para cantar y expresarse a través del jazz y donde Lorca halló inspiración para su obra Poeta en Nueva York.



 

lunes, 20 de febrero de 2017

UNA LIBRERÍA EN BERLÍN

Nunca serán suficientes los testimonios de los que vivieron los años veinte y treinta en Alemania, una época que necesita un análisis profundo y una reflexión interiorizada para que nunca vuelva a suceder.

Françoise Frenkel fue una polaca judía nacida en 1889 que, enamorada de la cultura francesa, estudió en París y descubrió que su vocación era la de ser librera. Buscó diversas ciudades donde establecer su librería y se decidió en 1921 por Berlín, donde por muchos años La Maison française, su librería, se convirtió en un referente donde se daban conferencias, conciertos, tertulias, se vendía y compartía prensa internacional y donde disfrutó de un gran prestigio.

Llegó la década de 1930 y el virus del Nazismo expezó a extenderse como un veneno. En 1939, Françoise Frenkel se vio obligada a cerrar la librería y empezó su viaje para huir de la persecución judía, primero a París y más tarde al sur de Francia, donde se vio acorralada. Lyon, Aviñón, Vichy, Niza, Annecy, Grenoble y Saint Julien fueron los lugares por los que pasó en su huida de los nazis antes de alcanzar Suiza después de tres intentos fallidos y un paso por la cárcel. "Aquella noche comprendí por qué había podido soportar la agobiante atmósfera de los últimos años en Berlín... Yo amaba mi librería como una mujer ama, con verdadero amor".

Son muchos los testimonios de aquella barbarie pero cada mirada es diferente. Poco tienen que ver el de Lion Feuchtwanger en Los hermanos Oppermann con el de Primo Levi en Si esto es un hombre, por citar algunos de los mejores. La experiencia de Françoise Frenkel, que, a pesar de tantas dificultades, vivió hasta 1975, es la voz y la emoción de una mujer bondadosa y valiente cuya determinación la ayudó a evitar el final trágico que alcanzó a millones de personas. 

Escrito en Suiza con una gran brillantez, destacan los personajes que le prestaron ayuda. Y no sólo a ella: fueron muchos, muchísimos los que lúcidamente no aceptaron las órdenes nazis sin más y a pesar del riesgo que corrían, se arriesgaron en ayudar. Aunque lamentablemente, los otros, los obedientes cómplices de la barbarie, fueron muchos más, demasiados para impedir que el genocidio se llevara a cabo.

En 1945, una pequeña editorial suiza ya desaparecida publicó este libro y ahora Patrick Modiano lo ha prologado en una nueva edición. Una joya para disfrutar y añadir a la lista de obras maestras literarias sobre esta época convulsa que el siglo XX nos ha dejado.



jueves, 16 de febrero de 2017

FELICIDAD FAMILIAR

La familia, ese hogar. 
La familia, esa cárcel. 
La familia, ese cálido seno que te acoge y protege de los que no te conocen. 
La familia, ese club de opresores que nunca deja de exigirte y de juzgarte.

La familia, para bien o para mal, es el universo alrededor del cual orbita la vida de la mayoría de todos nosotros. Y también la de Polly, protagonista modélica de esta novela, para quien su familia lo es todo, el principio, el futuro y el pasado, "la argamasa que mantiene los ladrillos unidos", la vida misma, sin un centímetro de más, la que "une las ideas afines y da a las desemejanzas una causa común: proporciona refugio y esperanza". La familia lo es todo, la suya y la que forma con su marido y sus dos hijos, armónica, ideal, un ejemplo a seguir, un modelo que admirar y esforzarse por copiar. 

Polly es una treinteañera neoyorquina perfecta: no sufre cambios de humor, no es testaruda ni dada a las extravagancias. Su marido es un abogado brillante y sus dos hijos son encantadores. Su vida transcurre plácidamente por los senderos conocidos de la entrega y la previsibilidad hasta que un día, sin saber cómo, se enamora locamente de Lincoln, un pintor algo bohemio, y su vida estalla en pedazos.

No sabe qué ha pasado. Intenta despertarse de la conmoción y reconocer el fallo pero no lo encuentra. Hasta entonces, "su papel no consistía en ser elogiada, sino en elogiar; no en ser distinguida, sino en distinguir. Su excelencia se consideraba normal y corriente". No estaba acostumbrada a los elogios ni a que la amaran sin más, por lo que ella era, sin tener que dar algo a cambio, sin el vínculo familiar de la sangre y la pertenencia. Polly estaba, sin saberlo, sedienta de amor, sedienta de que la miraran no como alguien que provee felicidad, sino como alguien que simplemente la merece. Quizá su marido y ella habían encajado tan bien desde el principio, habían estado tan de acuerdo en sus ideas preconcebidas, en sus gustos e ideales, que no se habían dado cuenta de que bajo su perfecta vida conyugal llevaba años fraguándose una infelicidad hecha de pequeñas decepciones, de minúsculas frustraciones que hasta entonces no habían tomado cuerpo porque carecían de voz y de nombre. El enamoramiento de Polly les da un nombre, pone palabras a sus emociones: descubre, perpleja, su propia infelicidad como quien descubre en su propia casa "un sótano infestado de ratas". No duerme, se le olvidan las vacaciones de sus hijos, responde mal a su madre, se impacienta, vive en un estado constante de emergencia, y la ansiedad, piensa, es "como una bandada de pájaros posados en una cable telefónico. Cuando se acerca gente echan a volar y cuando la gente se aleja vuelven dando saltitos". 

Laurie Colwin

No sé muy bien cómo Laurie Colwin (1944-1992) consiguió convertir una historia tan sencilla, tan insignificante de tan conocida, en esta pequeña obra maestra. Es una historia banal, sucede desde el inicio de los tiempos: mujer que se cree feliz descubre, mediante el amor, que la felicidad verdadera estaba en otra parte, y no precisamente en ese nuevo amor. Shakespeare ya lo hacía: tomaba pasiones mundanas, las sacaba del barro cotidiano y las convertía en arte universal. Y esta autora, uno de los secretos mejor guardados de la literatura norteamericana, lo consigue de una manera maravillosa. Su prosa es elegante y aguda, con un tono irónico delicado y chispeante. Hay luz en todo lo que cuenta, hasta en los momentos más dolorosos, hasta en los sótanos llenos de ratas. Escribe sobre la felicidad con una sencillez que desarma, de una manera grácil, volátil y encantadora. ¿Es un libro feliz? No, desde luego. O sí, a su manera. Lo encantador también puede ser triste. Y lo grácil, desgarrador. Tiene la rara habilidad de encontrar la palabra exacta para cada sentimiento, una perspicacia emocional deslumbrante. 

Felicidad familiar es una gran reflexión sobre lo que significan las familias en la vida moderna. En cómo a menudo sus rutinas y obligaciones nos protegen a la vez que nos ahogan, cómo sus necesidades nos salvan de las horas muertas, del peligro de no tener nada que hacer más que pensar en los propios problemas, y cómo también pueden convertirse en callejones sin salida con sus juicios e imposiciones. Las familias como planetas exclusivos alrededor de los que orbitamos. Como úteros acogedores que nos nutren de vida y de los que no podemos salir sin causar destrozos.


lunes, 13 de febrero de 2017

LOS HOMBRES ME EXPLICAN COSAS

"¿Has leído este libro? ¿No? Pues no sé qué haces ahí sentado, es indispensable para entender todo eso que los jóvenes no entienden".

"¿Recomendando libros de feminismo? ¡Pero si eres un hombre!"

"He visto que tienes varios libros sobre la guerra civil, pero ¿tú sabes que esos libros mienten? Mira, te voy a decir los libros que tienes que leer para que no te manipulen, toma nota, anda".

Y todo esto pronunciado por hombres con un tono que oscila entre una resignada indignación por mi supina falta de conocimientos y la amable condescendencia que uno emplearía con un niño de siete años para preguntarle por sus clases de flauta. 

Así todas las semanas, al menos una vez. En medio de un sinfín de gente amable e inteligente que no necesita ir soltando ponencias a desconocidos para sobrevivir, algún hombre (casi nunca una mujer) me lee la cartilla sobre los temas más peregrinos. Es un hecho muy extendido, no me ocurre sólo a mí. De hecho, lo sufren mucho más las mujeres. Le ocurrió a mi madre todos los días durante años hasta que alcanzó la pericia necesaria (y la sabiduría que da la edad) para sortear a los pontificadores. Ocurre tanto, y es un hecho tan cotidiano, que Rebecca Solnit ha escrito un libro para explicar este fenómeno tan molesto que parecería una tontería, un micromachismo más, si no estuviera en el origen de la opresión de las mujeres ejercida por los hombres.

Aquí más de uno saltará: "pero no todos los hombres pontifican ni oprimen a las mujeres". Por supuesto que no. Menos mal que no. Pero, al igual que la violencia masculina es mayoritaria y la femenina anecdótica, muchos más hombres que mujeres se consideran legitimados para dar lecciones a diestro y siniestro, a menudo sobre temas de los que no tienen ni idea. Y se basan, además de en su soberbia y su total incapacidad para detectar su propia ignorancia, en la histórica actitud sumisa de las mujeres que les escuchan, atenazadas por una sociedad que siempre les ha dicho que sus opiniones tienen menos valor y son menos fiables que las de los hombres. Hasta los años setenta, en Europa y en Estados Unidos, la violencia doméstica, la violación y el acoso sexual no se tomaron en serio como delitos. Hasta entonces sus testimonios no se consideraban en absoluto igual de válidos que los de los hombres. Es decir, hace menos de cincuenta años, a las mujeres apenas se las consideraba seres humanos desde un punto de vista jurídico. Y si no existes con pleno derecho ante la ley, no existes con pleno derecho en la sociedad. 

Este es un libro contra la arrogancia masculina que dice a millones de mujeres en todo el mundo que ellas no son testigos fiables de sus propias vidas, que sin duda tienen menos conocimientos, que deben ser supervisadas y tutorizadas por los hombres y que la verdad de lo que les suceda no les pertenece ni les pertenecerá jamás. Contra esa mirada petulante de los hombres cuando aprovechan cualquier ocasión para subirse a su púlpito imaginario, "con los ojos fijos en el lejano y desvaído horizonte de su propia autoridad", para instruirte sobre aquello que parece que no sabes. Contra esos hombres que piensan que la violencia contra las mujeres está pasando a la historia y ya no es un problema. Contra esos hombres que no saben o no quieren saber que hoy en día cada nueve segundos una mujer es agredida físicamente por un hombre en Estados Unidos, que los cónyuges masculinos son la principal causa de muerte en las mujeres embarazadas o que las mujeres entre los 15 y los 44 años tienen más posibilidades de morir o sufrir lesiones a mano de sus parejas masculinas que debido al cáncer, los atracos y los accidentes y tráfico juntos. 

Rebecca Solnit
Pero sobre todo, este es un libro, como tantos ensayos, novelas, poemarios y manifiestos feministas, a favor del respeto y la igualdad. Porque este tipo de discursos en los que los hombres hablan y las mujeres escuchan son la base de la discriminación de género y uno de los modos más extendidos de silenciar, despreciar y aniquilar la posibilidad de que las mujeres participen en el mundo con los mismos derechos y posibilidades que los hombres. En todos los ámbitos se dan estos discursos. En la librería, en el colegio, en reuniones de trabajo, en una cena, con amigos, parejas, familiares, compañeros. Rebecca Solnit propone que cambiemos esa dinámica. Digámosles a esos hombres (y a las pocas mujeres que actúan como ellos) que su paternalismo los vuelve petulantes, ignorantes y soberbios. Que impiden el respeto y la comunicación saludable entre las personas. Que dan vergüenza ajena. Que son risibles. Que no nos interesa su blablabla. Que si su discurso nos silencia, no merecen ser escuchados. 

La realidad se cambia desde el lenguaje. Las palabras nos encarcelan o nos hacen libres. Los hombres que nos explican cosas sin que se lo hayamos pedido encarnan la violencia tradicional con la que las mujeres son censuradas por exigir tener voz, poder y el derecho a participar en igualdad. Es un problema de derechos humanos y de buena educación y sucede en nuestro día a día, en todos los lugares. Pongámosle remedio. 


jueves, 9 de febrero de 2017

Nueva York en la literatura (I): NEW YORK, NEW YORK... e HISTORIAS DE NUEVA YORK

A veces, me gusta llegar a los sitios que voy a visitar con semanas, incluso meses de antelación. Busco un poco, me hago con una bibliografía básica, me siento en mi sofá y ya estoy ahí, caminando por Riverside Park, escuchando el bullicio de la primavera en ese oasis de calma al borde de esta ciudad hiperactiva. Bajando por la Quinta Avenida con la nuca encajada en los omóplatos y los ojos embobados ante la altura incomprensible de esas torres de cristal y acero. Cruzando a pie con P. el puente de Brooklyn y cogiendo un autobús después para volver a Manhattan y de paso comprobar la proverbial amabilidad de los conductores de autobús, con su pachorra gaditana y su civismo atentísimo. Ya estoy ahí, desde mi salón, en la ciudad de los desfiles, que allí llaman "parades" y que, a diferencia de los nuestros, casi siempre militares, religiosos o reivindicativos, allí son celebraciones y jolgorio por todo lo alto. 

Como nunca he estado en Nueva York, empiezo con estos dos libros ligeros, quizá los más cercanos y amables, por su carácter y punto de vista, de los que he reunido para iniciar el viaje. New York, New York, aunque se ha publicado hace pocos meses, fue escrito en el otoño de 2011. Se parece a una guía de viaje sentimental, con multitud de citas de escritores. Javier Reverte, en los tres meses que duró su estancia, vivió la ciudad a través de los relatos de otros, de sus propios mitos literarios, cinéfilos y musicales y de las anécdotas que salían de sus interminables caminatas. La mayoría de los capítulos empiezan con un parte meteorológico y es que el clima de Nueva York es totalmente impredecible. Cambia violentamente, no ya de un día para otro, sino de la mañana a la tarde. Es quizá un reflejo de sus habitantes: como ellos, es una mezcla de todos los lugares del mundo y, claro, no todo el mundo está preparado para una tarde de invierno en los Alpes después de una mañana soleada en Jamaica. 

Historias de Nueva York, de Enric González, me parece un libro más original. Más meditado, quizá, con más ideas. Su ciudad, en la que pasó varios años, vive de espaldas al país que pertenece, un Estados Unidos "absorto en sus centros comerciales, sus biblias, sus revólveres y sus fantasmagóricos enemigos exteriores", con el que mantiene desde siempre una relación de indiferencia, de recelo, o de abierta animadversación. Nueva York, a diferencia de las otras colonias del siglo XVII, nació del comercio y nunca fue puritana. "Creyó más en los piratas que en los predicadores" y ya desde sus inicios se caracterizó por una población de librepensadores, charlatanes, inadaptados y gente rara que le ha dado un carácter abierto y heterodoxo que es difícil de encontrar en otras ciudades norteamericanas. 

Ambos son libros de curiosidades, como guías de viaje personales con múltiples recomendaciones, citas, anécdotas e historias curiosas sobre todo tipo de cosas. Con ambos he disfrutado de una ciudad rocambolesca, con una oferta gastronómica fabulosa (quien crea que sólo hay hamburguesas y perritos va muy desencaminado), que hace años que dejó de ser violenta y peligrosa y en la que, hoy en día, "los mayores dramas han pasado a ser la obesidad y la melancolía". Multicultural, torrencial, frenética, sincera hasta la brutalidad, festiva, que solamente aplaca su voraz hiperactividad cuando cae una buena nevada y se convierte, por unas horas, en una ciudad callada y tranquila, dulce y delicada, extraña hasta para sí misma. 

Enric González es más contenido y cuenta menos sobre sí mismo que Javier Reverte. Pero lo que cuenta a menudo es más agudo y profundo y le sirve para indagar en lo que significan las ciudades en nuestra vida y cómo se convierten en imanes cuya atracción a veces terminamos temiendo. Las ciudades son la gente que las habita. Sin los amigos, sin las emociones, sin el calor de la gente querida, es difícil regresar a ellas. Son como cuerpos inertes, que conservan la belleza pero no la chispa. Como las galletas de la infancia, que parece que saben igual hasta que nos damos cuenta de que nuestro paladar ha cambiado y la infancia se ha convertido en un lugar inaccesible hasta para una breve visita. 

Para Enric González, Nueva York se ha convertido en una amante fatal a la que procura no volver. 
Para mí, Nueva York es todavía una amante por descubrir, un mundo fascinante y virgen para recorrer, de momento, y mientras llega la fecha de nuestro viaje de verdad, a través de los libros y del amor de otros que no pudieron resistirse a la atracción de esta ciudad incomparable. 





lunes, 6 de febrero de 2017

EL TÚNEL

Releer clásicos sirve para muchas cosas. Por ejemplo, para comprobar cómo evoluciona uno a la hora de juzgar ciertos comportamientos. Leí El túnel por primera vez en diciembre de 2003. Lo acabo de releer ahora por segunda vez. La primera lectura me dejó tan indiferente que este fin de semana lo he vuelto a leer sin recordar absolutamente nada: de hecho, estaba convencido de estar leyéndolo por primera vez. Esta segunda lectura, sin embargo, me ha dejado tanto poso (poso amargo) que estoy seguro de que no olvidaré nunca que lo he leído y procuraré no volver a internarme por sus páginas nunca más. 

El túnel es un libro brillante. Es una celebración de la buena literatura. Me parece una obra maestra a la altura de, por ejemplo, El jugador de Dostoievsky, novela con la que creo que tiene bastantes puntos en común. Es brillante el lenguaje, la intensidad, la brutalidad del realismo en las escenas y en los diálogos. Y abruma, por su potencia, la voz del narrador, un personaje de una psicología retorcida y asfixiante, cuya lógica refleja la claridad terrorífica de una mente enajenada. 

"¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?" El narrador es un hombre perturbado que vive dentro de su obsesión por establecer una conexión con los demás, ansioso por no poder comunicarse efectivamente con nadie y desesperado por no encontrar un sentido a su vida y al mundo. Considera que el ser humano sufre una soledad inherente a su naturaleza e intenta romper su propia soledad corriendo en pos de una mujer que le entienda, con la que pueda establecer puentes, aunque sean frágiles y transitorios, aunque pendan de un abismo. Pero el abismo está en su cabeza, en su carácter obsesivo, en su constante y sombría atracción por la destrucción y la muerte y la concepción de la vida como un sinsentido absurdo y dañino. 

No recuerdo nada de mi primera lectura de este libro. Y eso indica que, aunque el libro sea el mismo, yo he cambiado notablemente. No sé si en trece años he adquirido una conciencia de género que antes no tenía o simplemente me he vuelto más sensible a la violencia. No sé si he desarrollado una especial aversión a los hombres celosos, violentos, depresivos, inseguros, controladores, desconfiados, paranoicos, manipuladores, tiránicos, posesivos, pueriles, inmaduros, retorcidos, vulgares, crueles, soberbios y misántropos. (Todos estos adjetivos aparecen en la voz del narrador, que los usa para describir su propio comportamiento). Quizá, ante un sujeto así, no sepa mantener la distancia y la calma necesarias para enfocar la lectura de este libro teniendo en cuenta otros aspectos. Pero el hecho es que hacía tiempo que no leía una historia tan bien escrita, tan absorbente y brillante, y al mismo tiempo, tan humanamente abyecta. 

Sin duda, es uno de los libros más importantes de la literatura en español del siglo XX. Pero me parece una historia repugnante. 


(Por cierto, más de veinte erratas ortotipográficas en apenas cien páginas y es la 38ª edición. Responsables de la editorial Cátedra: un poco de profesionalidad, por favor). 



viernes, 3 de febrero de 2017

AUNQUE CAMINEN POR EL VALLE DE LA MUERTE

Cuando hemos vivido un hecho histórico, parece que este nunca pasa a la historia. Nunca se incorpora a los libros conectándose con otros hechos anteriores. Permanece aislado en el recuerdo, sin antecedentes, sin un relato que lo explique con coherencia, y cuando cerramos los ojos está ahí, la imagen aislada, petrificada, las torres cayendo, el humo, la incredulidad, los ojos muy abiertos. Y luego aquella aberración del miedo al otro, el "eje del mal", el No a la guerra, millones en la calle gritando un mensaje que tenía que ser muy básico para poner de acuerdo a tanta gente. Y a pesar de todo, la invasión, la violencia, la muerte. Todo muy nítido en la retina y muy confuso en el relato. 
La cronología de los inicios, sin embargo, es muy clara: 

11 de septiembre de 2001, atentado en la Torres Gemelas.
Enero de 2002, George Bush se inventa el «Eje del Mal». 
15 de marzo de 2003, reunión de Bush, Blair y Aznar en las Azores. 
Se inventan pruebas que demuestran que Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva. 
20 de marzo, primer bombardeo de Bagdad.
11 de julio, despliegue de las tropas españolas. Misión: pacificar y reconstruir Irak. 
11 de marzo de 2004, atentado en las estaciones de Madrid. 
4 de abril, batalla de Najaf.
21 de mayo, termina el repliegue de las tropas españolas en Irak. 

Najaf. Una ciudad santa en el desierto, a orillas del Éufrates, lugar de peregrinación chií. Un hervidero de fieles al clérigo Muqtada al-Sadr, milicianos del inexperto Ejército de Mahdi, que amenaza la seguridad de la Base Al-Andalus en la ciudad, donde se acuartelan soldados españoles, salvadoreños, estadounidenses y mercenarios de Blackwater. Nada grave ocurre, si quitamos los hostigamientos habituales de los iraquíes que no ven con buenos ojos que un conglomerado de soldados extranjeros ocupen un campus universitario y les apunten con sus fusiles cuando pasan por delante. Vienen a reconstruir su país, dicen. Pero el recelo en todos esos extranjeros expresa más miedo y desprecio que voluntad de ayudar. 

El 2 de abril de 2004, soldados estadounidenses detienen en Najaf a Mustafa Al-Yaqubi, un lugarteniente de Muqtada al-Sadr. Ya sea para hacer reaccionar al ejército español, que a pesar de estar al cargo de la seguridad del destacamento tiene órdenes de su Gobierno de no actuar en ninguna misión arriesgada, o porque la acción está justificada desde un punto de vista estratégico, lo cierto es que la población de la ciudad estalla en un clamor generalizado. El 4 de abril, domingo, el Ejército de Mahdi, compuesto en su mayoría por jóvenes inexpertos, asalta la Base Al-Andalus dando inicio a la batalla de Najaf, en la que, en apenas veinticuatro horas, morirían cientos de combatientes.

Cementerio de Najaf

Poco se sabe de la actuación de los españoles en aquella jornada. Los salvadoreños y los estadounidenses los llamaron cobardes y los despidieron tirando huevos a su autocar cuando un mes después volvieron a España. El ministro en funciones calificó la batalla de simple "tiroteo" y se estableció un pacto de silencio, quizá sellado por vergüenza o por pudor, que este libro pretende romper. Basado en decenas de testimonios de todas las partes, Álvaro Colomer reconstruye, hora a hora, uno de los episodios más controvertidos de la guerra de Irak, a la que el ejército español fue con la misión de reconstruir sin saber que la voluntad de los actores que participaban en el conflicto aún era la de destruir. 

Se ha escrito bastante sobre la intervención bélica occidental en Irak y Afganistán. Desde testimonios de veteranos como Nuevo destino de Phil Klay, ganador del National Book Award en 2014, hasta novelas psicológicas como El cuerpo humano de Paolo Giordano, o policíacas como Donde los escorpiones de Lorenzo Silva. Pero este es uno de los primeros libros que conozco que se atreve a reconstruir, desde la ficción, un episodio real de la guerra de Irak para proponer una versión, la más lógica para el autor, de lo que pudo haber pasado aquel día. Hace falta tiempo y perspectiva para poder llevar a cabo un proyecto literario como este, y creo que el resultado es una novela potente, valiente e intensa que no se limita a describir hechos y se arriesga a retratar el impacto de la guerra en los seres humanos, desde muchas perspectivas distintas. Cuando un hombre mira por el visor de su fusil, respira, considera que su objetivo es un peligro para él y para sus compañeros y decide apretar el gatillo, está emprendiendo un viaje sin retorno.