jueves, 30 de junio de 2016

GEORGE

Abro Instrumental, el libro de James Rhodes que voy a empezar a leer, y me encuentro con esta cita: 

You don't honour someone by telling them "I can never imagine what you've been through". Instead, listen to their story and try to imagine being in it, no matter how hard or uncomfortable that feels. 

Phil Klay, veteran, US Marine Corps. 

Y me vale para el libro del que quiero hablaros ahora, pero también para el que leí hace unas semanas, y para el que recomendé o traté de recomendar ayer antes de que me pusieran mala cara, y para tantos y tantos libros y situaciones en la vida. 

"No quiero un libro duro. 
No quiero un dramón que para eso me pongo el telediario. 
No quiero sufrir ni pensar mucho, quiero un libro que me distraiga". 

Siempre que escucho lo que la gente no quiere, me pregunto qué harán cuando les ocurran desgracias, cuando lo pasen mal por algo, y sobre todo, cuando alguien cercano acuda a ellos con una historia dura o perturbadora y tengan que hacer el esfuerzo de empatizar con ella. 

Supongo que la gente que no quiere pensar con los libros es la misma que respondería: "no puedo ni imaginar lo que debes de haber pasado. ¿Que te gustan las mujeres? Vaya palo, ¿y ahora qué vas a hacer? ¿Y todos estos años con tu novio? ¿Que vas a dejar tu trabajo sin haber encontrado otro antes? No seas insensata, anda, siempre con la cabeza a pájaros. ¿Que te vas a Francia siempre que puedes porque..., porque..., - cómo has dicho -, ah sí, porque se respira mejor? Lo que hay que oír, con lo bien que se vive aquí. ¿Que te sientes..., que eres transex...? ¿Que eres qué?"

George es una niña. Una niña de diez años en el cuerpo de un niño. Y aunque haya mucha gente que no entiende que esto sea posible, es así. No es una perversión ni un capricho ni una inmoralidad. Es una realidad dolorosa. Muy dolorosa. Porque no es nada fácil vivir dentro de un cuerpo que no reconoces como tuyo, escuchar bromas jocosas y estúpidas de otros chicos sobre lo cursi y lo afeminado, sobre los mariquitas y los blandos, y que el más comprensivo de ellos acepte que quizá seas gay. Y es que no eres gay ni afeminado. Simplemente, no eres un chico, a pesar de tu pene y de tu nombre. Eres una niña. En el cuerpo de un niño. Y aunque te llamen George, tú no eres George. 

George no sabe cómo decirle al mundo que es una niña. Teme el rechazo, la extrañeza, la incomprensión. Y sobre todo, el odio, la violencia y la burla. Y decide aprovechar la función de teatro de su escuela en la que se representa La telaraña de Carlota, de E. B. White, para reivindicar su condición femenina. Mientras todos los niños se preparan para sus papeles masculinos, George ensaya en secreto, junto a Kelly, su cómplice y mejor amiga, el papel de Carlota, la araña protagonista. Quiere subirse a escena y ponerse un disfraz para sentirse ella misma, para alejarse de ese George dentro del que ha crecido y que no es ella. Quiere subirse a escena para ser Carlota y que los demás vean quien es, para que se olviden de George y la miren de verdad, a ella, al personaje, a la niña. 

George es un libro juvenil, escrito con un lenguaje y un tono sencillos e inocentes. Pero yo se lo recetaría a cualquiera que tuviera la sensibilidad e inteligencia necesarias para querer comprender un problema y aprender a formar parte de él desde la imaginación. Muy pocos de nosotros somos transexuales, sin embargo, todos hemos sentido alguna vez el peso de llevar dentro un secreto doloroso y la necesidad imperiosa de contárselo a alguien para aliviar un poco la carga. Todos hemos buscado comprensión y hemos sentido miedo a que nos juzgaran, a que la incredulidad o la extrañeza, o incluso el rechazo y la violencia fueran lo único que pudiera acoger nuestra necesidad de afecto. 

Creo que necesitamos lectores que se atrevan con libros duros e incómodos. Necesitamos historias que nos hagan pensar y nos saquen de nuestras ideas para arrojarnos a otras menos conocidas, con menos referentes a los que agarrarse. Libros que hagan preguntas. Y que no permitan escapatorias fáciles. George es un libro transparente sobre un tema que en nuestra sociedad está contaminado de incomprensión. Hacen falta muchos libros así, para adultos y sobre todo para jóvenes, libros que combatan la intolerancia a fuerza de emoción e inteligencia, para que esta sociedad deje de una vez de estigmatizar la identidad sexual de las personas.


lunes, 27 de junio de 2016

LA PRESA

Hay escritores que tienen miles de personajes diferentes en su cabeza y es imposible prever cuáles van a sacarse de la chistera en cada nuevo libro. Hay otros, en cambio, que sólo tienen unos pocos, pero los manejan con tal habilidad que uno no se cansa de descubrir las múltiples caras que pueden adoptar en cada historia. Irène Némirovsky, junto a Dickens, Dostoievski, Henry James, Scott Fitzgerald o Toni Morrison, por ejemplo, es un ejemplo de estos últimos. Sus personajes son casi siempre víctimas de una injusticia social, luchan contra la humillación de someterse a su familia o a una sociedad que los desprecia o los ignora y logran salir adelante a base de ambición y, a menudo, a costa de sacrificar sus principios morales. 

La venganza, tema shakesperiano donde los haya, es uno de los temas predilectos de Némirovsky. A veces es dulce, como aquella adolescente de El baile al castigar la hipocresía social de sus padres, aunque casi siempre se vuelve amarga cuando los personajes se dan cuenta de que, al vengarse, son ellos los heridos, ellos las víctimas. Jean-Luc, el protagonista de La presa, utiliza el amor de una joven rica para salir de la miseria y tratar de vencer al enemigo, esa clase alta influyente e inalcanzable, con sus propias armas. Corre el año 1933 y Francia está inmersa en la mayor crisis económica que se recuerda. Las fábricas cierran, el comercio se paraliza y la inteligencia y la fuerza de los jóvenes se pagan con salarios de miseria. Pero Jean-Luc no se resigna a la pobreza heredada y se marcha a París a malvivir por su cuenta, a intentar encontrar un hueco para su ingenio donde pueda, ya sea en los brazos de una chica rica llamada Edith o en los bares populares donde se reúne toda la juventud descontenta y cada vez más politizada de un país en quiebra. Mientras su romance con Edith se consolida, se dedica a mirar a los políticos y banqueros al salir de sus despachos, con el anhelo desesperado de un enamorado rechazado que contempla a las mujeres que nunca podrá conquistar. 

Jean-Luc ha crecido con la perseverancia de los que no tienen nada y no se resignan a su pobreza. Actúa por impulso, movido por la rabia y por una tenacidad inquebrantable y poco a poco su instinto de supervivencia va desplazando los escrúpulos y los sentimientos hasta convertirlos en meros pasatiempos, en molestias que no duda en apartar ante lo que de verdad le importa: prosperar, ganar dinero, influencia, fama, subir hasta lo más alto cueste lo que cueste. Se ha pasado toda su infancia jugando al escondite con la miseria y ahora que entrevé una posibilidad, no duda en lanzarse con todas las armas que le prestan su ambición y su inteligencia. Y tendrá que ser hipócrita, jugar a los tejemanejes corruptos de la política y bailar en la cuerda floja de unas intrigas que le mantendrán siempre al borde del escándalo y del abismo. 

Es curiosa la actualidad del mundo político reflejado en este libro. Hipócritas y teatrales. Así eran y así siguen siendo, ochenta años después, la mayoría de políticos que ostentan el poder. A fuerza de vivir rodeados de una audiencia que les analiza, ya nunca se desprenden de su personaje público e incluso cuando se quedan solos siguen actuando, como si les rodeara día y noche una multitud invisible que viviera pendiente de sus gestos. Pero, ¿qué ocurre tras el éxito? ¿Qué ocurre en el inicio de la decadencia, cuando el vigor de la primera juventud ya ha pasado y uno empieza a sentir las primeras desidias, los primeros cansancios, esa lasitud que provoca ya la intriga cuando la adrenalina de la ambición empieza a correr con menos ímpetu por las venas?

La necesidad de calma. Una cobarde e inconfesable necesidad de calma. De paz. Sin acción, sin riesgo, sin mentiras, lejos de un matrimonio naufragado en la gelidez y el menosprecio. Tras haber alimentado durante años el sueño del triunfo, éste se le presenta vacío, ingrato, y comienza a contentarse con pequeños triunfos parciales, envenenados de dudas y amargura, de recuerdos. Y de esos recuerdos resurge la necesidad de ternura. Pero esta vez, desvinculada del amor. Sin cálculo. Necesidad de entregarse a un afecto, de cuidar de la debilidad de otra persona sin necesitar recompensa por cada acto, sin exigir una retribución por cada esfuerzo. Necesidad de consuelo, aunque sea en brazos de un amor triste y sin futuro.

Y así, Jean-Luc se vuelve la presa de su propia necesidad de afecto. De la fiera hambrienta de ternura que ha venido alimentando sin saberlo durante años y que ahora amenaza con devorarlo. Presa de sí mismo, víctima de lo que quiso y no pudo llegar a ser, de las humillaciones y desgracias sufridas, de sus emociones sofocadas por vergüenza y por el pánico a mostrarse débil. Némirovsky arma un drama shakesperiano en el que su protagonista se debate entre dos pasiones descontroladas: su ambición de poder y su necesidad de afecto.

Otra más. Otra novela más para añadir a la colección de dramas humanos que escribió esta escritora asombrosa. 


martes, 21 de junio de 2016

LA NOCHE DE LOS NIÑOS

Toni Morrison es una institución. Un icono de la lucha contra el racismo en Estados Unidos como pueden serlo Aretha Franklin o Rosa Parks. Sus libros son duros y viscerales y no suelen ofrecer salidas fáciles al desprecio que sufren sus protagonistas. Sin embargo, percibo en ellos la vibrante intensidad de Respect, de Aretha Franklin, ese descaro sonriente de plantear un problema, representarlo en su crudeza y pedir una solución inmediatamente, sin concesiones, por simple sentido común. 

Estados Unidos no es un país acogedor para los negros. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (de la que hemos reseñado dos libros en este blog) decía que descubrió el color de su piel cuando emigró a América. De repente se dio cuenta de que ser negra la definía como nunca antes lo había hecho. La definía en la suspicacia, en el menosprecio soterrado que se cuela en la cultura y en la sociedad estadounidenses de las formas más sutiles y variadas. La gente la miraba distinto, y no por su acento, por su pelo o por su vocabulario, sino por el color de su piel. Una mujer que recibe actitudes de su entorno que van desde la indiferencia hasta la violencia pasando por todas las gamas intermedias de la hostilidad; una mujer negra a la que castigan por ser negra y que se levanta y sostiene la mirada para desafiar la injusticia: ese es el personaje que lleva Toni Morrison en sus venas y que aparece una y otra vez en sus novelas. 

Bride, la protagonista de su último libro, es una joven veinteañera encantadora, con un físico imponente, precoz empresaria de éxito que disfruta de una variada y fructífera vida sexual y cuenta con el aprecio de su entorno laboral. Sin embargo, no todo fue así. De niña, el desprecio racista entró en sus venas como un veneno, a través de su familia y de la escuela, y tuvo que desarrollar una inmunidad enorme para pasar desapercibida y sentir que, con tal de no ser una "negraca", ya le bastaba para triunfar. Ahora, con su esplendorosa vida adulta, sentirse deseada y explotar la admiración de los demás se ha convertido en su forma de vengarse contra quienes la despreciaban de pequeña por ser negra. Ya se sabe, los negros dejan de ser negros cuando son atractivos. La belleza (y el éxito que conlleva) difumina el racismo de una manera asombrosa. 

Toni Morrison
Pero debajo de la fachada de mujer moderna e independiente, Bride esconde una infancia traumática. Parecida, sin saberlo, a la que esconde Booker, el primer hombre que además de colorear su vida sexual tiene interés en escucharla y contemplar su belleza sin las máscaras que la protegen. Ambos viven aferrados a su pequeña historia de tristeza y sufrimiento sin poder desprenderse de ella. Y allí, en ese pasado dolorido buscan su identidad, aquello que les dé sentido, sin darse cuenta de que la ferocidad con la que luchan contra la violencia que vivieron no hace más que socavar sus heridas sin aportarles consuelo ni identidad en la que refugiarse. 

Son personajes desorientados, lacónicos. A ratos tiernos, a ratos despiadados. Torpes a la hora de intentar ordenar sus emociones para montar un puzle coherente en el que quepa su pasado y que pueda servirles para quererse. Y es esa mezcla de ferocidad e indefensión, de rabia y de ternura, la que me ha vuelto a subyugar en este libro de Toni Morrison: su forma de tratar la violencia sufrida como un elemento ineludible de sus vidas que no puede definir lo que son ni lo que quieren ser. 



jueves, 16 de junio de 2016

CAMINOS DE EXILIO

Uno de los recuerdos que atesoro de la pasada Feria del Libro de Madrid es este libro. Que yo sepa, sólo lo vendían entonces en el stand del Institut Français de Madrid y me quedé prendado de las fotografías nada más verlo. Hablé con una chica muy solícita sobre la manera de conseguirlo y no me supo decir. Me apunté un correo para preguntar porque me moría de ganas de tenerlo en la librería. Después, en el Paseo de Venezuela, dentro del Retiro, P. y yo nos encontramos con una exposición al aire libre de las fotografías del libro en gran formato, que se puede ver hasta el 31 de agosto. Me paré delante de muchas. Me impactaron.



Mujeres mirando a sus hijos con la mirada ausente, perdida en una distancia dolorosa e inabarcable. Unos pies desnudos saltando una alambrada de espino. Niños salvados por cooperantes en el Mediterráneo. Las lágrimas felices de una niña siria que ha llegado sana y salva a Alemania. Una multitud de hombres agarrados a una alambrada de un campo de refugiados en Turquía, sin permiso para salir y continuar la huida. Una sábana blanca que oculta el cuerpo de un niño encontrado sin vida en la playa de Lesbos. Turistas obesos tomando el sol en la isla griega de Cos mientras a su lado desembarca una refugiada siria con su bebé en brazos. 

Fotos de rostros perdidos, furiosos, dolidos, desesperados, ausentes, rotos. Rostros que me hicieron vivir los caminos del exilio desde muy cerca. Los caminos del exilio de todos esos cientos de miles de personas que se han quedado sin hogar y vagan por los bordes de esa tierra hostil que llamamos Europa, deseando no ya encontrar otro hogar, sino simplemente sobrevivir a su huida. Fotos del 2015 y 2016, de ayer, de hoy y de lo que van a vivir mañana. Actualidad rabiosa para entender lo que hacen las guerras con las personas y lo que hace el miedo y la ignorancia con la humanidad de los políticos. 





lunes, 13 de junio de 2016

CUADERNOS JAPONESES y CUADERNOS RUSOS

¿Qué tienen en común los mangas japoneses con la Rusia de Putin? ¿Y el silencio de los templos sintoístas con la brutalidad enloquecida de la guerra de Chechenia? 
Pues absolutamente nada, excepto un historietista italiano llamado Igort que ha escrito dos espléndidos cuadernos ilustrados para contar su experiencia con estas dos realidades tan opuestas. 

Japón es un sueño. Una fascinación. Tengo amigos que llevan planeando un viaje a Japón desde hace años, que fantasean con los recorridos, la gente, la comida, con el frenesí de las grandes ciudades y luego, la calma de los templos y los bosques sagrados. Tengo amigos que ya han ido y ahora sueñan con volver a pisar los mismos caminos que recorrieron, con descubrir nuevos lugares y hacer las etapas que no tuvieron tiempo de hacer. 

Japón engancha. Por la gente, las costumbres, la comida. Por miles de cosas. Y también por el arte. Para Igort, Japón encarnaba un ideal artístico. Y terminó por ceder a esa atracción y marcharse a vivir a Tokio una larga temporada a principios de los años noventa. Allí aprendió el silencio de los templos, se desprendió de todas esas cosas superfluas que creemos necesitar para vivir, adelgazó doce kilos y dibujó, dibujó y dibujó como si no hubiera un mañana. 

Con colores neutros, tonos pastel, suaves, sin brillo, Igort nos cuenta sus años japoneses, cómo se sumergió en el Japón clásico de Tanizaki y Mishima, en aquellas costumbres ancestrales de la sombra y la ambigüedad, de los monjes zen, la introspección y los barrios adormecidos en una burbuja atemporal. Pero también se introdujo en la industria del manga y experimentó en sus carnes las exigencias de un ritmo de trabajo agotador: 160 páginas cada dos semanas, con breves pausas para pasear, comer y dormir, un ritmo que produjo unas historietas infantiles que triunfaron por todo el país y lo convirtieron en un autor de manga famoso. Y durante toda la década de los noventa vivió con un pie en Europa y otro en Japón, alternando el frenesí de los ritmos de trabajo con el recogimiento de la vida solitaria, bebiendo la influencia de los grandes dibujantes de manga (Osamu Tezuka, Yoshiharu Tsuge, Shigeru Mizuki) y alimentando la idea de Japón que siempre llevó consigo, desde que germinó como un deseo en su juventud hasta que pudo probarla en sus múltiples variantes durante sus estancias allí: la idea de un misterio, febril y pausado, que se renueva constantemente. 

Otro misterio que no deja de evolucionar, en este caso a través de la violencia y su tentación totalitaria, es la Rusia de Putin. Mientras que los Cuadernos japoneses son introspectivos, íntimos, centrados en el arte y la fascinación por una cultura inaprensible, los Cuadernos rusos rinden un furioso homenaje a Anna Politkóvskaya, periodista rusa crítica con el régimen que fue asesinada en 2006 por atreverse a denunciar las violaciones de los derechos humanos en su país. Aquél era un cómic onírico. Éste es un cómic político. Rusia nunca ha sido un país que acepte las quejas. La represión de los zares dio paso a la represión de los soviets y esa aparente bocanada de aire que se respiró en medio mundo a partir de 1989 con la disolución de la URSS se ha quedado lamentablemente en un mero espejismo. 

Anna Politkóvskaya se comprometió con Chechenia, esa república caucásica musulmana que quiso independizarse de Rusia en 1993 y que fue sometida a una invasión militar durante la década siguiente en dos guerras que causaron una destrucción en su territorio como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. Grozni, su capital, quedó reducida a escombros, de una manera similar a Dresden tras los bombardeos aliados en 1945. Y Anna fue allí en repetidas ocasiones para denunciar desapariciones, secuestros, torturas, asesinatos, saqueos y violaciones del ejército ruso. Sus crónicas contienen tantos datos espeluznantes que parecen inverosímiles. Uno las lee y piensa: "no, no es posible, esto no puede estar pasando en pleno siglo XXI en las puertas de Europa". El gobierno ruso siempre ha jugado con la incredulidad de la gente para difamarla, para acusarla de proteger a terroristas con mentiras con el fin de hundir la moral de los soldados. Con la connivencia de los altos mandos, Anna fue retenida en el frente, interrogada durante días y sufrió una simulación de ejecución por parte de las fuerzas militares rusas. La envenenaron cuando se dirigía a mediar en el secuestro de la escuela de Beslán en 2004, pero se recuperó y siguió informando y denunciando las atrocidades del gobierno de Putin hasta que fue tiroteada en el ascensor de su piso en octubre de 2006, en circunstancias que nunca llegaron a aclararse del todo. 

Contra la difamación, el método de Anna era simple: hechos, hechos, hechos. Contar lo que oía y lo que veía y contrastar la realidad con datos incontestables. Si a su rigor periodístico le sumamos su enorme capacidad de empatizar con las víctimas de las historias que quería contar, se entiende que fuera tan admirada dentro y fuera de su país, que recibiera premios internacionales por su trabajo y que el gobierno ruso no dejara ni un solo momento de acosarla. 

Igort ha escrito un homenaje a Anna Politkóvskaya y, a través de ella, a todos los periodistas que se dejan la piel y la vida para denunciar crímenes institucionales contra las personas. Sólo espero que este cómic siga durante mucho tiempo en las estanterías de las librerías, que lleve a los lectores a buscar los propios textos de Anna, precisos y estremecedores, y que anime a todos los que lo lean a denunciar, de la forma que sea, a los gobiernos que, como el ruso, amenazan, torturan y asesinan a cualquiera que alce la voz contra sus prácticas criminales. 



viernes, 10 de junio de 2016

LA REGENTA

Por favor, acompáñenme. Cójanse un par de semanas de asueto, aparquen sus series y sus cervecitas pre-veraniegas en la terraza y vénganse conmigo a esta ciudad.
Vetusta, la llaman. Vetusta, qué nombre. Un nombre que da escalofríos, noble y perezoso, un nombre para susurrar en una esquina, con sonrisa maliciosa, al paso de una pareja que pasea sus mentiras por el parque, donde todos puedan verlas. Un nombre de siesta heroica y costumbres eclesiásticas, un nombre a la sombra de su catedral de piedra húmeda. Y ya puestos, entren y suban, suban conmigo a la torre y tomen este catalejo, desde aquí verán Vetusta como si fueran dioses manejando los hilos de esas pobres marionetas que, como hormigas ciegas, se afanan sin descanso allá abajo.

Miren, justo aquí debajo, en la plaza, ya salen los canónigos del coro, rumiando sus bostezos como buenos funcionarios. Ya sale también el magistral, don Fermín de Pas, confesor de la Regenta, manteando sus ropajes para subrayar su mística importancia, quizá de camino a una reunión en casa de la condesa, ocultando su furioso deseo de atraer a su confesante a la ambigua cercanía de su amor de clérigo. En casa de la condesa, precisamente, triunfa el bigotito fino y airoso del donjuán Álvaro Mesía, objeto de deseo de toda mujer casada o soltera, y un poco más allá, en faenas de huerta, tenemos al regente, Víctor Quintanar, dedicado a sus labores inocentes con las que tiende a olvidar que nunca ha conseguido llevar a término sus esfuerzos amorosos..., ni siquiera con su mujer. Y por último, si suben un poco la mirada y deslizan el catalejo por el balcón, se encontrarán con la bella y pálida Ana Ozores, la Regenta, vértice de un triángulo imposible, que a ratos olvida su infeliz matrimonio disfrutando de la voluptuosidad de las sábanas frías sobre su piel desnuda, placer del tacto que en su inadvertida naturalidad, nunca ha pensado que pueda llegar a ser "materia de confesión".

Vengan, bajen conmigo de la torre de la catedral y síganme hasta el caserón de los Ozores. Allí verán que de vez en cuando Ana se permite soltar el freno que sojuzga su pasión y se entrega a ensoñaciones poco virtuosas. Mientras su ingenuo esposo sale de caza, La Regenta sueña con don Álvaro cantando arias italianas, con andares mundanos, paseos y veladas, siente anhelos místicos y su pecho sufre corrientes de ternura capaces de anegar el mundo entero. Suspira con Santa Teresa y con la voz de barítono de su confesor, su amado "hermano mayor", varonil guía espiritual que siempre la salva de sus crisis nerviosas y su vida aprisionada. Ana sueña con un amor completo, un amor que no conoce pero que tiene que aspirar a ser algo más que esta vida a medias que le ha tocado. Sueña con una vida más libre donde las personas que la rodeen no estén tan concentradas en su propia estupidez, sujetas a su vulgaridad por una rutina carcelaria. Una vida libre de etiqueta, esa etiqueta que en Vetusta gobierna el mundo y garantiza el orden público, el descanso de las señoras, el correcto discurrir de las estaciones del año y hasta la armonía celeste. Porque suprimida la etiqueta, sin duda "las estrellas chocarían y se aplastarían" y aquella mujer que se atreviera a tamaña afrenta no sobreviviría a su osadía.

Leopoldo Alas "Clarín"

Y ahora, una vez que han conocido desde las alturas y desde los interiores a esta pobre Regenta, enclaustrada en la épica cárcel de Vetusta, háganme caso y déjense llevar por la prosa milagrosa de este treinteañero de seudónimo marcial, demórense en las descripciones, en la búsqueda de la psicología de cada uno, cavando más y más hondo con las palabras para alcanzar los niveles profundos, allí donde el drama se vuelve complejo y a veces ininteligible, enredado en múltiples anhelos de densidades temibles. Déjense tentar como Ana que, agarrada a los barrotes de esa jaula en la que vive, hecha de prohibiciones, acaricia la tentación como su única posesión verdadera, su único placer. Déjense deslumbrar por el virtuosismo de su lenguaje, por los juegos florales de su prosa, colorida, precisa, audaz, genial en sus metáforas suaves y crueles. Déjense seducir por este narrador que todo lo sabe, que mientras parece apiadarse de las flaquezas de sus pobres personajes, va soltando sus burlas y su sorna hasta armar una crítica irónica y despiadada de una sociedad podrida de corrupción moral e hipocresía, que "arde en el santo entusiasmo de la maledicencia".

La Regenta es una novela sobre la intimidad silenciada. Sobre los anhelos que el pudor sofoca y que permanecen siempre ocultos, detrás de cada gesto y cada palabra, creciendo y creciendo hasta volverse insoportables y llevar a una mujer sensible, que siempre ha amado más que creído, al borde del terror y la locura.
Por favor, acompáñenme en este viaje.
Les prometo dulces recompensas.



martes, 7 de junio de 2016

UN LARGO SÁBADO

Las 139 páginas de estas conversaciones con George Steiner se me han hecho muy cortas, tanto que cuando las terminé, empecé el libro de nuevo por si acaso se me había pasado alguna de las múltiples cosas interesantes que me había contado a través de la periodista Laure Adler. Casi nunca releo, en este caso lo sentí necesario, y en la segunda lectura he apreciado cosas que en la primera me pasaron desapercibidas.

El espíritu vienés lo ha heredado Steiner fundamentalmente de su madre, una gran dama que además de su lengua materna, dominaba el francés, el húngaro, el italiano y el inglés, y le inculcó el gran amor que siempre ha sentido por los idiomas, y también por la música. 

Este libro recoge entrevistas realizadas desde el año 2002 hasta el 2014 y nos va contando una infancia feliz pero marcada por una grave afección que le dejó un brazo prácticamente pegado al cuerpo y que le ocasionó gran sufrimiento por los tratamientos dolorosos. En esa época, tenía entre tres y cuatro años, su madre le dijo: "¡Tienes una suerte increíble! Gracias a esto te librarás del servicio militar". Esa conversación cambió su vida y tener una madre con esa mente privilegiada, no me cabe duda, le proporcionó la seguridad sobre la que pudo edificar una carrera y una vida de éxito.

Steiner provoca con su ironía y su inmensa cultura, con sus bromas inteligentes y mordaces, haciéndonos reflexionar sobre temas con los que no siempre estaremos de acuerdo. Analiza partes de la Biblia y coincide con Karl Kraus en que el psicoanálisis es la única cura que ha inventado su propia enfermedad.

En otros momentos confiesa: "el libro, la música o el cuadro me dicen: ¡debes cambiar tu vida! Tómame en serio. No estoy aquí para ponértelo fácil", o "la experiencia de un libro es la más apasionante y a veces la más peligrosa" o "tener libros en propiedad es necesario para poder hacer anotaciones, no hay nada más fascinante como las notas marginales que escribieron los grandes escritores".

Es un libro ameno que toca muchos temas históricos y literarios. Sobre la lectura nos dice que "donde reinó el catolicismo, la lectura nunca fue bienvenida, en Italia entre Milán y Bari, en el sur, no hay más que quioscos, ni una librería seria" (quizá exagera algo) o "la lectura requiere ciertas condiciones, presupone silencio y el silencio se ha convertido hoy en un lujo". Hace un repaso por su experiencia en las mejores universidades americanas, por esa juventud privilegiada que pudo disfrutar gracias a que su padre, con una visión anticipada, escapó de la Europa nazi como hicieron muchas familias judías que supieron prever el cataclismo que se avecinaba.

Es un recorrido más que interesante por todos los campos de la cultura de la mano de un irreverente profesor que desearíamos tener como referente en nuestra vida.


jueves, 2 de junio de 2016

Editoriales afines (IV): Impedimenta

Va a hacer ya nueve años que vimos un libro de Impedimenta por primera vez. Y siempre recordaré la sorpresa al descubrir que la sobrecubierta se podía quitar y por debajo se escondía la misma ilustración de la portada pero en vertical y sobre toda la superficie del papel. El libro ya no parecía un libro, se había transformado en algo delicado y bello, en una pequeña obra de arte. Con el tiempo alguna editorial ha intentado hacer cubiertas parecidas, sin demasiado éxito, y muchas han empezado a cuidar los materiales y los diseños, siguiendo la estela marcada por Impedimenta en la elección de una estética más cuidada como seña de identidad. 

Es difícil establecer escalas de belleza. El libro más bello hoy puede parecernos menos bello mañana porque los gustos cambian o porque aparece un diseño nuevo que desbanca la anterior idea de belleza. Antes de 2007 poca gente se preocupaba por la belleza de los libros. No hay más que ver fotos de las mesas de novedades de entonces: sobriedad monocromática y ninguna ilustración. Y apenas diez años después, las nuevas editoriales pequeñas, con Impedimenta a la cabeza, no solamente han introducido borbotones de creatividad y de color en el panorama editorial, sino que han dirigido el gusto de los lectores hacia una exigencia de tacto y estética que antes habría sido impensable. 

Nos gusta Impedimenta por muchos motivos. El sensorial es el primero. El tacto del papel, las cubiertas, las ilustraciones, los colores. Arrellanarse en el sofá, mirar bien la portada, leer la contraportada y pasar la primera página de un libro suyo es un placer comparable a muy pocos. Y por supuesto, la selección de obras que traducen, tanto los clásicos como los autores contemporáneos. Edith Wharton reina en su catálogo con cinco títulos, de los que me gustó especialmente la exquisita elegancia de La solterona. También leí con delectación La solitaria pasión de Judith Hearn, maravilla turbadora de Brian Moore, un autor irlandés menos conocido de lo que merece, que recomiendo a todo aquel que quiera adentrarse en los estragos que puede causar la soledad en una mujer débil y honesta que esconde en lo más profundo de su inocencia, como la mayoría de nosotros, una inconfesable y abrumadora necesidad de afecto. Y por último, sus libros infantiles editados en la colección La pequeña Impedimenta, de la que hace unos días reseñamos El viaje, una forma inmejorable de contar a los más pequeños las vidas de los refugiados a través de las travesías de un niño que tiene que dejar su hogar y su país.  



Impedimenta. Editorial admirada y afín como muy pocas. Por la delicadeza, exquisitez y belleza de sus diseños. Y por hacernos descubrir clásicos modernos que al instante se vuelven imprescindibles.