viernes, 3 de julio de 2015

NOCHES BLANCAS

A finales de junio, en San Petersburgo, el atardecer enlaza con el amanecer sin que la oscuridad se apropie completamente de la noche. Parece que los días son más largos, que el verano ha añadido más horas al tiempo para estar despiertos, para soñar o para recordar épocas mejores. O para pasear por la orilla del Neva, como la pareja protagonista de esta novela corta de Dostoievski, y, al amparo de la penumbra irreal de la noche, confesarse los más íntimos secretos. 

En el transcurso de cuatro noches, dos desconocidos comparten anhelos, zozobras y atormentadas visiones de la vida y terminan creando ese vínculo especial que nace al dejar de lado el pudor y compartir los miedos que pueblan sus noches. Ella, enamorada de un ausente, ha contado los días para volver a verle y cuando él parece que no llega, se muere de impaciencia y no puede soportar ni un momento más de duda. Él, atormentado por la soledad a la que le condenan los sueños incumplidos, le relata su vida entre risas nerviosas y discursos apasionados, sintiendo ya el dolor de estar amando a alguien obsesionado con un fantasma. 

Estas cuatro noches son como un sueño, un tiempo detenido, otorgado por la luminosidad irreal del verano polar que les lleva por caminos interiores nunca antes explorados. Los paseos nocturnos son propicios a las confidencias y nuestra joven pareja se entrega a ellas con las ganas de quienes están tanteando un comienzo cuando aún no han vivido de verdad ningún final. Probablemente sólo hayan sufrido lágrimas, celos y tristezas en su imaginación y nunca se hayan estrellado realmente contra nada, y aunque se sienten frágiles y lloran por los deseos insatisfechos, aún no han tenido que reconstruirse tras ningún desastre y anhelan una vida en presente, aquí y ahora, para vivirla y hacer que signifique algo importante. Anhelan una vida que redima sus flaquezas y no se convierta, a pesar de todo, en un recuerdo para la vitrina. Se miran a los ojos desde cerca, confiesan dolores desorbitados y se retan mutuamente con una sensualidad tímida y dispuesta a todo. 

Son dos amores que se abren y se relatan con una confianza abrumadora, sin ser muy conscientes de estar asomándose a sus propios abismos. Dos amores que chocan, divergen, se unen en un punto durante un brevísimo instante para después, una vez roto el encanto de la última noche blanca, volver a perderse para siempre. 


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