jueves, 23 de julio de 2015

LEER COMO UN PROFESOR

Hace unos días leía en Babelia un artículo sobre realidad y ficción en literatura. Venía a decir que no existe lo real ni lo original en el arte, tan sólo versiones o variaciones de ideas ya expuestas con anterioridad. El mérito de los escritores residiría entonces, no ya en alcanzar una idea nueva y original, puesto que no las hay, sino en conseguir plasmar una variación lo más nueva y original posible sobre cualquiera de los temas universales. Porque ya sabemos que en arte lo importante no es tanto lo que cuentas sino cómo eliges contarlo.

Esta idea es una de las tesis principales del libro "Leer como un profesor", que he estado degustando a cucharaditas a lo largo de todo este mes y que recomiendo vivamente. Con una prosa ingeniosa y chispeante, Foster nos cuenta que leer es una forma segura de reencontrarse con viejos amigos: como nos dice desde el título de un capítulo, "En caso de duda, procede de Shakespeare o de la Biblia." Por supuesto, es una exageración típicamente anglosajona, existe alguna fuente primigenia más (en especial para la literatura de culturas no occidentales y no cristianas), pero ilustra bien ese principio de que todo está inventado y cualquier historia nos llevará por lugares que, con un bagaje literario y una imaginación adecuados, sin duda podremos reconocer. Me gusta la idea de que todo está de alguna forma conectado, de que esa obra que me marcó hace años, esa que no puedo volver a leer sin que se me llenen los ojos de lágrimas, no es más que una variación de otras muchas obras quizá mejores que aún no he tenido la suerte de conocer. 

Pienso en ello mientras termino de leer "La chica del tren", el bestseller del verano, más para poder responder con una opinión desprejuiciada a las constantes preguntas de los clientes sobre si merece la pena que por verdadero interés en el libro en cuestión. Mi respuesta será un leve encogimiento de hombros: sí, merece la pena si lo que quieres es pasar un rato entretenido y no has leído muchas novelas de misterio. Porque al fin y al cabo, estamos ante otra versión más, no demasiado sutil ni innovadora, de la clásica ecuación "protagonista atormentada + desaparición + asesinato = resolución más o menos previsible". Eficaz, amena. Poco más, la verdad. 

Y me doy cuenta de que, a menudo, leer libros es como conocer personas: quiero que me sorprendan, que satisfagan alguna expectativa que se me haya podido quedar pendiente en el pasado, que me estimulen de una forma creativa, que me enseñen cosas, que me hagan pensar y sentir y sobre todo que no se limiten a rellenar la misma ecuación de siempre con los mismos factores. Sí, ya sé que no hay ideas nuevas, que se trata siempre del cómo y no del qué, ya sé que la mayoría de las personas, como la mayoría de los libros, en cierto momento siempre me harán preguntarme: ¿de qué me suena esto?, pero en definitiva, ¿no escriben los escritores para ser originales?, ¿no leemos para recibir una huella nueva?, ¿no buscamos amistad o amor para tratar de marcar la diferencia?



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