sábado, 24 de enero de 2015

QUÉ HACER CUANDO EN LA PANTALLA APARECE THE END

Hay poesía que se lee, en la soledad emocionada del que espera un cambio, o recitada en voz muy baja al oído de la persona adecuada.
Hay poesía que se huele, se toca o se escucha, escondida en ese significado con el que hacemos brillar a las cosas y que nace de nuestra forma de sentir y cuidar las expectativas.
Hay poesía que se comparte cuando ya no queda nada por decir, o cuando queda tanto por decir que no hay forma de empezar a romper el silencio.
Hay poesía que se escribe para rendirse o para no rendirse, para seducir o para refugiarse, para entregarse o para tratar de compartir lo que en el fondo no puede compartirse.

La poesía de este libro fluye de las palabras a los dibujos a través de muchas historias minúsculas y sencillas, flashes que iluminan una escena, una despedida, un momento intenso que encerraba posibilidades y que no fue, o que no fue como quizá debería haber sido.
Son hilos de vida que no se tocan, que corren paralelos, desarrollando su emoción por separado. 
Personas que tropiezan con sus propios sentimientos y se levantan y hacen pactos internos para intentar tropezar mejor la próxima vez. Que fingen no conocerse a sí mismas para que las quieran y acaban esperando recompensas que nunca llegan. Que abrazan y besan a personas cuyos sentimientos sólo se entregan por mitades. Que miran y no ven, o no las ven, y el mundo se empaña de rojo.
Deseos que no se rinden, que siguen ahí, empujando, que piden paso, que aprietan como un retortijón, como un dolor que se mueve inquieto por dentro y pide y reclama ser sentido. 
Fogonazos que iluminan una esperanza y desvelan un sentimiento abrumador, para apagarse al instante, provocando unas ondas expansivas en el interior de los personajes que nunca terminan de desaparecer del todo.
Son hilos de vida paralelos, vitales como el corazón que se empeña en latir más fuerte contra el frío, hilos paralelos que, cuando se tocan, explotan en una frase o en la expresión de un dibujo que detienen el tiempo y se quedan ahí, revoloteando en la retina y más adentro, clavándonos a algo bonito y duradero que ya ha pasado a pertenecernos.








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