viernes, 13 de junio de 2014

BAJO LA MISMA ESTRELLA

Este libro es un secreto, una bomba oculta, las chicas se lo llevan con ansia y alegría, y los chicos, casi siempre para regalar (pero no siempre), me lo piden con una sonrisa tímida pero no avergonzada, con esa sonrisa de "tú sabes lo que quiere decir que regale este libro y sí, mejor no digas nada, es demasiado bueno". Tanta devoción lleva picándome la curiosidad meses y meses, y ahora, cuando acaba de traducirse un nuevo libro del autor, he dicho "hasta aquí, se acabó, quiero saber ya lo que hay detrás de tantas sonrisas enigmáticas, tengo que leerlo".

El título original es The fault in our stars (que alguien me explique, por favor, por qué lo han traducido así) y es una cita de Shakespeare que, en su contexto, dice: "La culpa, querido Brutus, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos, que consentimos ser inferiores." Y los personajes se plantean de una forma sorprendente cómo luchar y no bajar los brazos ante la idea de que todo está escrito y estamos predestinados por nuestras estrellas a sufrir o a amar o a morir de determinada manera.

Literatura juvenil, drama y comedia y mucho amor, por lo tanto, presumiblemente y perdón por el prejuicio, no muy buena literatura. Para estos casos, si no me da mucha pereza, opto por cogerlo en la versión original, y así, además de moverle un poco el esqueleto a mi inglés anquilosado, no percibo tanto la simpleza o la sutileza de la calidad literaria. 
Literatura juvenil, sí, pero en realidad para cualquiera. Cualquiera que no tenga lisiado el sentimiento y quiera introducirse en la piel de dos adolescentes con cáncer que viven una maravillosa y rara e inverosímil historia de amor. Hazel Grace es una chica de dieciséis conectada a un respirador, un milagro médico, debería llevar casi tres años muerta y sin embargo aquí la tenemos, mordiendo la vida, dejando que un tubito le achique el agua de los pulmones cada pocas semanas, y buscando algún sentido en las estrellas para tanto sufrimiento. En las estrellas y en su libro favorito, An imperial affliction, quinientas páginas sobre una niña con cáncer y sus reflexiones filosófico-deprimentes o filosófico-honestas sobre la realidad y las perspectivas de una vida así. Un día, en un grupo de apoyo, se encuentra con Augustus Waters, que no para de mirarla, sin pestañear, un chico de diecisiete que ha salido vivito y coleando de un osteosarcoma, aunque con media pierna menos y media sonrisa torcida. Una sonrisa que decidirá sus vidas ya desde el primer instante. 
Juntos vivirán una de esas pasiones luminosas y dolidas que sólo se viven cuando todo aún es un comienzo, cuando el único miedo que se tiene es a hacer demasiado daño a los demás, a convertirse en una granada siempre a punto de explotar y dejar heridos para siempre a toda la gente que te quiere. Hazel y Augustus temen no poder dejar a su paso más que cicatrices en vez de huellas y aun así apuestan por un amor improbable, casi condenado desde el principio, un amor temeroso y excéntrico y divertido y un poco desesperado que los llevará a hacer las locuras cotidianas que nosotros hacemos a diario y que para ellos son auténticas hazañas. 

Es un libro sencillo, fácil como todas las historias de amor trágico. Pero también es un libro-granada lleno de frases y sentimientos que pueden explotar con cualquier movimiento un poco brusco de las emociones del lector. Cuando nos enamoramos, elegimos a quien darle el poder de hacernos daño. Y ahí está la clave y el significado del amor, del olvido, de las cicatrices y de los recuerdos. Que la persona de nuestra elección sepa manejar ese poder y esté a la altura de su suerte. Y de su responsabilidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario