viernes, 31 de enero de 2014

LA INSENSATEZ DE CRITICAR

Uno de los principios de este blog consiste en no criticar los libros que no nos gustan. Teniendo en cuenta que abandono más de la mitad de los libros que empiezo, ya sea por aburrimiento, desagrado o simple incomprensión, si tuviera que reseñarlos todos espantaría a cualquier lector asiduo y no tendría tiempo para hacer nada más que leer y escribir sobre lo que leo. Un bucle que enloquecería a cualquiera, como un hámster corriendo en su rueda hasta la extenuación. 

Leo en una recopilación de ensayos de Auden titulada El arte de leer, un párrafo que me reafirma en mi idea: "Lo único sensato por parte de un crítico es permanecer en silencio frente a las obras que considera francamente malas, mientras defiende vigorosamente las que cree buenas, sobre todo si estas son ignoradas o menospreciadas por el público." 

Permanecer en silencio ante lo que no nos gusta es fácil. Todos tendemos a buscar la compañía de cosas estimulantes que encajen con nuestras inclinaciones estéticas o morales, así que supongo que es lo natural. Además, nos evita esa enojosa costumbre de menospreciar a la ligera. Cuando criticamos algo que no nos gusta, tenemos que explicar nuestros motivos. Entonces, empezamos por necesidad a etiquetar las cosas como buenas y malas, empezamos a separar lo que sí vale de lo que no, según nuestro criterio. Tomamos criterios prestados de donde podemos, para cubrir las irremediables lagunas que inundan nuestro paisaje intelectual. Y para que no nos puedan acusar de complacientes o de tibios, tomamos partido en todo lo que se ponga a nuestro alcance. Después de destrozar dos o tres textos que podrían merecerlo o no, empezamos a cogerle el gustillo, y el rojo inquisidor del profesor se convierte en nuestro color favorito. Con él tachamos las oraciones subordinadas, los puntos suspensivos, las metáforas. Tachamos las repeticiones inútilmente poéticas, los gerundios al principio de las frases, los signos de exclamación. Tachamos las simetrías y los adjetivos demasiado sonoros y las comas y los puntos y el título y hasta la firma del autor en una orgía de rojo con la que embadurnamos páginas y páginas como un Jackson Pollock en éxtasis. Y cuando, milagrosamente, llega a nuestras manos un texto que nos gusta un poco, un texto que incluso nos emociona, nos extrañamos y encogemos el cuerpo para evitar todo contacto y convertimos los poquitos conceptos que aún admirábamos en nuevos defectos que tachar y tachar, enrabietados, furibundos y enloquecidos ante la visión de toda la estupidez que aniquila el buen gusto. Un buen gusto a su vez aniquilado por una superposición de criterios que no dejan de gritarse y amenazarse unos a otros en nuestra cabeza y de los que acabamos huyendo sin conseguirlo, como el pobre hámster corriendo en su rueda. 

Así pues, para conservar la cordura, y a riesgo de pecar de complacencia, en este blog nos dedicamos a escribir solamente sobre lo que nos gusta, algo que también nos obliga a explicar nuestros motivos, a afinar la percepción de nuestras afinidades para hacer elogios en los que podamos reconocernos. Porque en realidad, cuando sentimos la necesidad de escribir sobre un libro que nos ha gustado, estamos interrogándonos a nosotros mismos. Estamos modelando nuestro criterio, definiendo nuestros miedos, nuestros asombros y nuestros pequeños traumas a través de las palabras que ha elegido el escritor para retratarse. 

Estoy de acuerdo con Auden, aunque en realidad su propuesta me parece demasiado fácil. Él habla de sensatez y quizá mi esquinita de desacuerdo con él provenga de mi espíritu insensato. Lo que me incomoda es ese "permanecer en silencio". Callar. Mirar para otro lado. No tengo ningún problema con ignorar la literatura mediocre. Pero no todo lo malo es mediocre. No todo lo malo es inofensivo. Siempre me ha inquietado la famosa frase que dice "me da igual lo que lea, con tal de que lea", pronunciada por madres desesperadamente orgullosas, pero también por adultos que intentan introducir un poco de gramática en la cabeza de su pareja, hermanos o padres. Y uno tiene que tener cuidado con la manera de formular una objeción a tamaña irresponsabilidad, porque la palabra "censura" brota enfurecida de las bocas humanas con una facilidad asombrosa. Me inquieta ese liberalismo lector porque existen libros verdaderamente perversos. Y no me refiero a si Juego de tronos es apropiado para once años, o si los niños de primaria deben empezar a leer con historias de la Biblia. Allá cada uno con su precocidad y sus creencias. Me refiero a que hay libros con muy mala leche. Libros que incitan al odio de la forma más explícita posible. Libros que proponen tratamientos para "sanar" la homosexualidad. Libros que ensalzan las virtudes y la necesidad de la sumisión de las mujeres. Libros que inventan ultrajes históricos para justificar agresiones recientes, presentes y futuras. Libros que están escritos con una gramática que echa espumarajos por la boca y si te descuidas, te plantan una bota militar en la nuca hasta que aceptes ser esclavo de su odio. 

No creo que sea saludable volver siempre la mirada al pasar por delante de esos libros. Creo que a veces es necesario pararse y mirarlos y cometer la insensatez de denunciar sus imposturas, sus necedades, su ridículo e infatigable afán de cizaña. Hay gente que dice que los libreros estamos para vender libros y no para juzgar las lecturas de la gente. Sería tan cómodo hacer de nosotros unas bonitas y entrañables plantitas, felices al sol, vendiendo sin mirar todo lo que la gente nos pide. Pero no somos plantitas. Somos personas sensibles, nos indignamos como personas sensibles y tomamos partido como personas sensibles. Y, a riesgo de pecar de insensatos y acabar por ofender la susceptibilidad de otras personas igualmente sensibles, procuramos no vender odio empaquetado cuando nos lo piden. Aunque sólo sea por una cuestión de dignidad personal.


miércoles, 29 de enero de 2014

TÚ Y YO

Después de leer Te llevaré conmigo, lo que más me seducía era encontrar otra novela de este fantástico escritor que es Niccolò Ammaniti. Y se me cruzó esta pequeña joya, Tú y yo, que me ha confirmado su maestría para conseguir la perfección en un relato que conmueve e impacta.
Lorenzo, su personaje principal, parece ser que refleja la infancia del autor, sus problemas de adaptación en el colegio, con una personalidad llena de conflictos en la búsqueda de su identidad.  Desconfía del mundo y de todo lo desconocido, todo lo que no pertenece a su hogar y su familia, donde además se encuentra Olivia, su media hermana, con la que apenas ha tenido contacto pero que irrumpe en el reducido espacio de un sótano donde se ha recluido, engañando a sus padres, para pasar una semana que oficialmente debía estar esquiando en Cortina con la familia de una compañera.

Sus problemas quedarán minimizados por los de Olivia, atrapada por las drogas, y le servirá de revulsivo para conectarse de nuevo con el mundo real, donde está también su abuela.

Una breve novela de 130 páginas, maravillosamente construida, que me llevará a seguir buscando otros títulos de este autor (Que empiece la fiesta o No tengo miedo), para seguir contándolas.

domingo, 26 de enero de 2014

JULIANO EL APÓSTATA

Hace un año y medio, en julio de 2012, murió Gore Vidal. Escribió de todo: obras de teatro, guiones para Hollywood, ensayos y novelas históricas como ésta. La publicó en 1964 y, al igual que Yo, Claudio, de Robert Graves, está narrada en primera persona. Un recurso delicado, que puede caer fácilmente en una visión ambigua y deshonesta de los hechos, pero que el autor resuelve con ligereza y una pizca de humor, lo cual le da una perspectiva muy interesante. Aunque, si he dedicado unas cuantas horas de mis ajetreados días a leer las 750 páginas que tiene (letra bien grande, he de decir, propia de Edhasa), no ha sido tanto por la prosa del autor como por la fascinación del personaje.

Juliano, el último emperador pagano del Imperio Romano, apenas duró dos años en el puesto (361-363), víctima de su propia imprudencia en una campaña militar en lo que hoy es Irak. Pero resulta estimulante pensar cómo podría haber cambiado el curso de la Historia de haber tenido un poco más de tiempo. Su tío, el emperador Constantino, legalizó el cristianismo en 313 y a partir de ese momento, y con el respaldo institucional, los cristianos empezaron a perseguir la "herejía pagana", es decir, el culto a cualquier dios que no fuera el suyo y, de paso, toda la cultura helenística existente hasta entonces. En menos de medio siglo, convirtieron la libertad de culto otorgada por Constantino en un verdadero terrorismo de estado, asesinando a los herejes de la misma forma en que ellos habían sido asesinados, de manera más o menos continuada, en los tres siglos anteriores. Toda la cultura pagana era una provocación para el cristianismo y especialmente la filosofía griega, filosofía en la que se educó el joven Juliano y que el adoctrinamiento cristiano recibido en su infancia y juventud no logró erradicar de sus creencias. En un momento del relato, después de contemplar la paliza que reciben dos atanasianos a manos de unos exaltados arrianos (ambos cristianos, con opiniones contrapuestas sobre la naturaleza del cuerpo de Cristo y muy dispuestos a asesinarse masivamente por ello), el joven Juliano piensa: "Hasta un niño podía notar la diferencia entre lo que los galileos [los cristianos] decían creer y lo que en realidad creían, a juzgar por sus acciones. Una religión de hermandad y moderación que diariamente asesina a los que están en desacuerdo con su doctrina sólo puede ser considerada hipócrita, o algo peor." 




Y al convertirse en emperador, renegó del cristianismo e intentó, de múltiples formas, poner coto a la creciente hostilidad religiosa en el imperio. Trató de volver a la literatura griega, a los poemas homéricos como principal fuente de sabiduría, y proclamó la libertad de culto, arrebatando a la jerarquía cristiana el papel dominante y represor que había ido acumulando en las décadas anteriores. Pero en realidad no le gustaban nada los cristianos y empezó a tomar medidas contra ellos. La más llamativa, y quizá la más lógica: les prohibió enseñar gramática y retórica, en un intento radicalmente moderno de extirpar la religión de las escuelas.

Ciertamente, Juliano no fue un héroe. Adoraba al dios Sol, se creía la reencarnación de Alejandro Magno basándose en la teoría platónica de la transmigración de las almas y quizá habría acabado persiguiendo activamente a los cristianos, exasperado por su fanatismo y su voluntad de destrucción de toda la cultura clásica. Es posible que un solo hombre no hubiera podido cambiar el curso de la Historia, desde luego no tuvo tiempo de hacerlo en sus veinte meses de mandato. Pero fue la última resistencia contra la intransigencia y el terror. El último intento de acudir al esplendor cultural del pasado para reinstaurar un régimen tolerante con todos los credos que frenara la marea de odio y de culto al castigo que iba a asolar Europa durante una cantidad de siglos espeluznante. 

viernes, 24 de enero de 2014

VENGANZA, O LA IRRESPONSABILIDAD DE LEER NOVELAS

Siempre que viene algún señor serio e inteligente diciendo con su mejor sonrisa que me agradece la recomendación pero que no lee novelas, me siento un poquito culpable. Como un niño al que pillan con caramelos hasta en los calcetines. En su sonrisa intuyo que está implícita la crítica de que las novelas son mero entretenimiento, pertenecen a esa edad inmadura en la que todavía podemos permitirnos alimentar nuestra cabeza a pájaros con todo tipo de aves exóticas. No veo decepción en su sonrisa, por lo que parece que aún me considera lo bastante joven como para tener derecho al atolondramiento propio de los lectores de novelas. Por supuesto, mi querido señor no sabe de mi adicción por los detectives, los asesinos y demás seres indeseables que pueblan mis lecturas nocturnas y la fruición obsesiva con la que me entrego a los misterios más intrincados. Si lo supiera quizá incluiría una pizca de ironía en su educada respuesta y huiría a la sección de ensayo para rebuscar en soledad esas lecturas sólidas, verdaderas y rezumantes de conocimiento que parecen pertenecer a la edad adulta y responsable.

"¿Cómo puedes seguir atiborrándote de novelas pasados los treinta?" Otra pregunta (cita literal) que me lanza un cliente en una conversación amigable (con toda la sorna del mundo, pero amigable). Parece que alimentar la imaginación con imaginación es algo que deja de tener sentido a los treinta. ¡Muerte a Anna Karenina, que viva Carlomagno! Supongo que sufro de una disfunción poética que hace que me apasione todo lo que no existe, todo lo que nace de la imaginación de una persona que se sienta a inventarse cosas. Todo lo irreal, lo que no ha existido antes, lo que es creado y no reproducido. Me encanta esa fama de irresponsables que tenemos los que nos pasamos las noches leyendo novelas, soñando novelas, abriendo los portones de nuestro castillo particular a todos los personajes que surgen de la insensata imaginación de un autor. Nuestra mente se convierte así en un lugar ciertamente pintoresco, lleno de pasadizos ocultos, de escaleras que suben hasta las nubes y de espejos multicolores, un castillo infinito y desordenado donde no hay fechas, ni hechos, ni ninguna materia de la que extraer una enseñanza útil, un castillo loco e irresponsable del que no me canso nunca.

De un ensayo uno espera la revelación de una verdad determinada, o al menos la propuesta de un acercamiento a algún tipo de verdad. De una novela yo sólo espero las más maravillosas mentiras y, con un poquito de suerte, la magia de que esas mentiras hagan germinar en mi imaginación alguna revelación que a su vez se convierta en algún tipo de verdad individual e intransferible.

Acabo de leer una novela que, estoy seguro, acentuaría la ironía en la sonrisa de mi querido señor. Se llama "Venganza" y es una novela de detectives. Pero apenas salen detectives. Hay un muerto, pero el misterio es relativo. Cazar al culpable al final es lo de menos. Lo que importa en este caso es la elegancia decadente de los personajes y la maravillosa agudeza del lenguaje. Con un libro escrito así, no me importa si el asesino huye, si al detective lo traicionan o si la víctima se dedicaba a desfalcarse a sí misma. Al igual que de un amigo íntimo que admiro no me importa que me hable de su último ligue o del catarro de su hermana o de la importancia del feminismo anticapitalista. Me importa lo que queda detrás de las palabras y de las anécdotas concretas. El tono de voz, la calidez de una confianza día a día renovada. De este libro me importa el refinamiento, el puro placer de disfrutar de la agudeza del lenguaje, porque sólo ella puede perforar mis defensas y hacerme ver que la vida puede ser aquello y lo otro y lo de más allá, y que los puntos de vista sobre lo que pensamos o percibimos son múltiples, tantos como sea capaz de imaginar. La agudeza del lenguaje de este libro es el cincel que ha moldeado durante unos días mi percepción de las cosas. Lo demás es barniz.

miércoles, 22 de enero de 2014

CONVERSACIÓN ENTRE TERESA FORCADES Y ESTHER VIVAS

¡Qué lúcidos y valientes son los argumentos que Teresa Forcades y Esther Vivas desgranan en este breve e intenso librito!
En dos meses van por la segunda edición y creo que no hay mejor inversión que los 9€ que cuestan estas 107 páginas. Es una conversación entre Teresa, monja benedictina, doctora en salud pública y en teología fundamental por la Universidad de Barcelona, actualmente profesora de teología en la Universidad de Humboldt en Berlín, y Esther Vivas, licenciada en periodismo y magíster en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona. 

Con palabras sencillas y comprensibles, nos acercan a la realidad política que en estos años de crisis ha desbordado a tanta gente. Desde el gran conocimiento que demuestran sobre política internacional, nos traen a nuestra vida cotidiana ejemplos comparativos como el Tratado de Lisboa en la Unión Europea, las experiencias reales de Grecia con el peligro de la extrema derecha, la Primavera Árabe o la situación argentina de los últimos años, para hacer un alegato de justicia y paz, tan amenazadas hoy en este país donde el presupuesto para material antidisturbios ha subido un 1780% (!!!), porque al desmontar el estado social tienen que acudir a un estado policial. El imparable aumento de la deslegitimación de las instituciones, desde la Monarquía hasta los jueces pasando por el Ejecutivo, impregnados de corrupción y, lo peor, de impunidad.
Reformas como la laboral que nos dejan sin empleo o la de la Constitución que en unas horas se reformó para poner techo al déficit y en cambio permite recortes en derechos tan esenciales como la educación y la sanidad, sin hablar del derecho a tener una vivienda digna y un trabajo que está recogido en esa misma Constitución a la que tanto aluden y que no se cumple jamás.

Teresa Forcades ha trabajado como médico en Estados Unidos y también en Alemania, impartiendo clases. Sus comentarios son certeros y llenos de lucidez y sabiduría. Una excepción tan de agradecer en la Iglesia que tenemos.

¡Bienvenida esta reflexión tan necesaria en los tiempos que vivimos!

sábado, 18 de enero de 2014

TE LLEVARÉ CONMIGO

Son dos historias de amor, pero que nadie se engañe, Ammaniti puede herir la sensibilidad de cualquiera que vaya buscando brumosos atardeceres toscanos, florecillas líricas y caritas de Bambi. Su prosa es rápida, brutal, con profusión de registros vulgares, violenta y sórdida, y tiene el ritmo de una locomotora sin frenos cuesta abajo. Le da una buena tunda de golpes bajos a cualquier búsqueda de delicadeza pero luego te sorprende con una escena tierna o un párrafo hilarante y te quedas pensando que otra vez, otra vez te la ha jugado.

Son dos historias de amor con escasas probabilidades de éxito en un pueblito marginal al lado de una laguna llena de mosquitos. Es la Italia fea y mísera del abandono, donde sobreviven personajes muy malvados, muy inocentes y muy maltratados por una variedad asombrosa de desgracias, muy locos y dados a las extravagancias y a las decisiones más radicales. Y es una historia de violencia adolescente, de un matón de instituto que encuentra un placer sádico en aterrorizar al chico más tímido y débil de su clase, Pietro Moroni, verdadero protagonista de esta novela. Pietro Moroni, que sólo quiere estudiar mucho para aprobar sus años de escuela y huir de una familia devastada y violenta. Pietro Moroni, que casi tiene que pellizcarse cada día para creerse que la maravillosa Gloria, la chica más guapa, audaz y popular del colegio, sigue siendo, después de tantos años y para envidia de todos, su mejor amiga. Pietro Moroni, que siempre cede ante los golpes, que acepta como una fatalidad del destino sufrir las palizas de los más fuertes pero que guarda en su interior una secreta resistencia a dejar que su pequeño infierno cotidiano entre del todo en su interior, le contagie su veneno de violencia y le acabe convirtiendo en un monstruo. Pietro Moroni, que no sabe las cosas terribles que podría ser capaz de hacer para huir de su mísero pueblo, huir a un lugar donde la esperanza sea una autopista de cinco carriles de dirección única y pueda decirle a Gloria "prepárate, porque cuando pase por Bolonia te llevaré conmigo."


Me quedo con los ojos transparentes de Pietro Moroni, un niño en el umbral del mundo sucio y extremadamente hostil de los adultos, una cara alzada que mira hacia las nubes, hacia todo lo que no comprende, y que espera encontrar, contra todo pronóstico, algún tipo de recompensa para su inocencia.

miércoles, 15 de enero de 2014

IN MEMORIAM JUAN GELMAN

Ayer, martes 14 de enero, murió Juan Gelman. Poeta comprometido, militante, poeta de la rabia, el amor y la tristeza, la dictadura argentina de Videla secuestró y asesinó a sus dos hijos mientras él estaba en el exilio. Decidió no olvidar, no pasar página, y luchar por todos los medios para encontrar el rastro de sus hijos y llevar a los culpables ante la justicia. Porque, según decía, "lo contrario del olvido no es la memoria, es la verdad".
Me apetece recordarle hoy con estas pocas palabras y dedicarle esta improvisación al piano sobre la pena y la memoria y el poder de nuestros actos para no dejar que la muerte se convierta en olvido.


"Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en cucharitas,
querido Juan, has muerto finalmente.
De nada te valieron tus pedazos
mojados en ternura.
Cómo ha sido posible
que te fueras por un agujerito
y nadie haya puesto el dedo
para que te quedaras. [...]"

Juan Gelman 1930-1914



domingo, 12 de enero de 2014

LA MUJER DEL MÉDICO

Acabo de comprobar que La mujer del médico es la única novela de Brian Moore disponible en castellano y me parece una pequeña catástrofe. Me dan ganas de hacer una recogida de firmas pidiendo a la heroica editorial Contraseña que por favor, por lo que más quiera, publique todas y cada una de las obras de este señor para que podamos disfrutar de unos domingos invernales de niebla como éste, arropaditos bajo una manta, con una taza humeante de cualquier cosa y la compañía insuperable de la prosa de Brian Moore. Y se lo pediría a Contraseña y no a cualquier otra más grande por cuatro motivos concretos: 
1. Se ha arriesgado a publicar una novela de 1976 de un autor olvidado en España. (Las grandes casi nunca rescatan).
2. La traducción es excelente (bravo, Ismael Attrache).
3. Hacen libros sin erratas (algo escandalosamente raro hoy en día), agradables al tacto, con buen papel, con portadas ilustradas ex profeso, bien maquetados, libros que da gusto leer.
4. Son pequeños, humildes, se emocionan cuando agotan una edición y hace tres años publicaron un libro de Edith Wharton llamado Las hermanas Bunner que sin duda estará entre los que me lleve a mi isla desierta cuando la gente se canse de las librerías.

La historia de La mujer del médico es bien sencilla, incluso puede resultarnos vagamente familiar porque evoca anécdotas anteriores y posteriores, literarias y cinematográficas. Una mujer casada, irlandesa de Belfast, espera a que su marido se reúna con ella en un pueblecito de la Costa Azul para pasar unas vacaciones en el mismo lugar donde dieciséis años antes disfrutaron de su luna de miel. El marido se retrasa unos días y la mujer se entrega a una pasión desbordante por un hombre diez años más joven que le descubre una felicidad a la que, quizá sin saberlo, ya había renunciado. Un libro sobre un adulterio, pues. En una época en la que, para disuadir de tales males a las mujeres, ya no se podía recurrir a la moral religiosa (fuera de España el temor de Dios ya no daba tanto miedo) y se esgrimían argumentos disuasorios como la depresión crónica, las crisis nerviosas e incluso la salud mental, en un pobre intento de rescatar a Freud de su diván trasnochado para poner coto a la incipiente libertad femenina.

En esta historia casi no hay sentimiento de culpa. La euforia y el renacimiento apenas dejan lugar para que pueda haberlo. Sheila Redden, la protagonista, siente de pronto que la excitación eleva su ánimo a ese "alambre de funámbulo" por el que corre risueña, inconsciente de la fragilidad de su felicidad. Su vida se convierte en una fuga hacia delante, por habitaciones de hotel con la cama siempre deshecha, de Niza a París como amantes clandestinos, pero no se para a pensarlo, todo es coherente, tiene que vivir lo que está viviendo, tiene derecho a disfrutar de ese "estado de gracia" inesperado al lado de ese joven, experto en el amor, que se entrega a todo tipo de pequeñas extravagancias por ella y que la mira con ese gesto entusiasmado e íntimo al que no puede resistirse. Siente que el pecado es su vida pasada, su matrimonio gris y frustrante en Belfast, y que su adulterio con ese joven es su paz y su pureza, su gracia. 

Personajes complejos, sólidos, con estados de ánimo en constante movimiento, descritos con cambios súbitos de la tercera a la primera persona que desconciertan y deslumbran, como focos que de repente iluminan la vehemencia de una emoción desde dentro. Y por encima de todo, una rebeldía soterrada, oculta en lo más hondo de un carácter sosegado, que no se conforma con la vida predecible de un matrimonio cansado, y toma las riendas de su vida para disfrutar, aunque sea bailando en un "alambre de sonámbulo", de toda la felicidad que se ponga a su alcance. Al igual que uno de los personajes del libro en un momento determinado, me he sorprendido leyendo esta historia "de la misma manera que otros se dan a la bebida", y quizá por las mismas embriagadoras e imprudentes razones.


jueves, 9 de enero de 2014

MANIFIESTO DE RESISTENCIA

En estos últimos días, varias personas nos han comentado lo contentas que estaban por encontrarnos todavía abiertos, a pesar la crisis, los ebooks y el evidente desprecio institucional por nuestro humilde gremio. Y no puedo hacer otra cosa que agradecer todas las muestras de afecto y compartir el entusiasmo por este acto cotidiano de permanecer que, poco a poco, empieza a suscitar perplejidad. Todavía estamos aquí. Y me paro un poquito en ese "todavía", con todos sus funestos presagios. Todavía vendemos libros en papel. La gente todavía los compra porque considera que tienen un valor. Todavía nos da para vivir. Todavía pensamos, creemos, confiamos en su poder para convertirnos en personas un poquito mejores de lo que seríamos sin ellos. O, si no mejores, menos simples, menos manipulables, quizá más exigentes y abiertas a una esperanza de lucidez. Ese todavía, en realidad, me hace sonreír. Como si encontrarse una librería abierta y, además, llenita de gente en estos días de fiestas, hubiera pasado de ser algo corriente en lo que uno no se para a pensar a convertirse en una grata sorpresa. En algo hasta cierto punto inesperado. Como un lugar de culto que resiste, no sin cierta imprudencia y descaro, en tierra de infieles. Como algo de otro tiempo, disfrutando de una prórroga feliz en los albores de un siglo que ya no es el nuestro. Como, quizá, los museos dentro de unas décadas, cuando haya muerto la sensibilidad necesaria para subvencionarlos y su seducción cultural deje de conquistarnos.

Ya hace un tiempo que los que no nos descargamos libros ni música ni películas y preferimos comprarlas hemos entrado en la categoría de raritos. Como los que subimos los tres pisos por las escaleras aunque tengamos ascensor y sean las diez de la noche después de doce horas trabajando. Como ver películas en versión original y mirar mal a los que comen ruidosamente palomitas en el cine. Supongo que es una cuestión de costumbres. Pequeños hábitos que consideramos saludables. Pequeños gestos de resistencia contra lo fácil, lo cómodo, lo que actúa por ti. Vender libros es uno de esos actos, también. Y, sobre todo, opinar sobre ellos, animar fervientemente a alguien a regalar algo de Richard Ford o de Primo Levi o de Tolstoi y hacer todo lo posible para no vender los premios Planeta o lo último de autores ya un poco rancios como Pérez-Reverte o Vargas Llosa (discúlpenme sus seguidores). Elegir, seleccionar y esculpir cada día un criterio concreto sobre lo que merece la pena y lo que no. Buscar las razones de nuestras preferencias, razones artísticas y éticas, y hacer de ellas una pequeña bandera de resistencia con la que expresar lo que somos y por lo que quizá todavía estamos aquí.

Aunque todo apunta a que el tiempo de las librerías se acaba, aunque tengamos la sensación de estar entrando poco a poco en la categoría de reliquia social, aunque seamos algo que se admira desde lejos y se ignora de cerca, aunque la gente nos contemple como un humilde Titanic hundiéndose lentamente, con una pequeña lagrimilla que se enjuaga antes de pasar página y olvidar, quiero hacer de aquel todavía un manifiesto de resistencia y darles la vuelta a sus funestos presagios. Todavía hay mucha gente que quiere comprar libros en papel en pequeñas librerías que tengan criterio para saber y elegir lo que venden. Todavía somos muchos los que consideramos importante elegir y compartir lo que leemos. Todavía estamos aquí.