lunes, 29 de julio de 2013

LA HORA VIOLETA

Llevo casi una semana leyendo este libro. Leyendo y releyendo, saboreando su dulzura y su veneno, aprendiéndome su íntima gramática para conseguir digerirlo e intentar, sólo intentar, comprenderlo. Es un libro que no se está quieto, que no permite lecturas paralelas, es un libro caníbal que devora cualquier intento de dispersión intelectual, cualquier esparcimiento veraniego, es un libro con la capacidad amenazante de devorarme por dentro.

Con la lágrima asomando, siempre dispuesto el llanto al final de cada página, y un extraño nudo en la garganta, voy leyendo la historia de Sergio del Molino, de este padre casi de mi edad, tan cercano, con tantas ganas de ser un padre normal, torpe y banal, con tantas ganas de no ser el padre trágico, de negar su realidad y salirse del mundo alucinado y terrorífico en el que Pablo, su hijo de diez meses, va a ser lentamente consumido por la leucemia.

La hora violeta es un libro extremo: no es duro, es atroz; no es emotivo, es estremecedor. Es un libro para el que no hay palabras, para el que cualquier adjetivo se vuelve cobarde y se escabulle, un libro innombrable, un libro como un agujero en el lenguaje. Y siento en cada página que paso una inmensa gratitud que me desarma, gratitud por la apabullante capacidad del autor para entregarse, para llenarse de palabras y expandirse en el sentimiento, y también admiración por haber creado una obra de arte tan impactante a partir de un dolor tan íntimo y terrible.

Hay muchas vidas latiendo en este libro: la vida de los hospitales, con su geografía hostil y desoladora, ese microcosmos extraterrestre cuyo horror cotidiano termina, a pesar de todo, por convertirse en un hogar; la vida de la gente que trabaja en ese horror, las doctoras, las enfermeras, las celadoras (en el libro siempre son mujeres), cuya empatía y dedicación las convierten en heroínas de la compasión, del sentimiento humano donde Pablo no es un niño, ni un paciente, ni un caso, ni una estadística, sino simplemente Pablo; la vida de los enfermeros veteranos que llevan años "barriendo los rincones más sucios de la condición humana", rincones que esconden probablemente muchas otras horas violetas que ninguno queremos oír nombrar.

Hay otras vidas, también: las vidas de los padres, de Sergio y Cris, la emoción pura que causa su coraje y su tenacidad y su inmenso amor en medio de la debilidad de la tragedia, ese dolor primario, animal, que comparten, y la terrible impotencia y furia instintiva al contemplar la agonía de su cachorro herido sin poder ayudarle; y la vida de Pablo, ese ser indefenso, incapaz de imaginar el concepto de enfermedad y de muerte, su rostro pálido, la fiebre continua, y contra todo pronóstico sus ganas de jugar y sonreír, su bello cráneo brillante y delicado, luchando solo en la inmensidad de la leucemia, rodeado de monstruos a los que tiene que enfrentarse solo y desarmado, sin ninguna esperanza de vencer.

Leo este libro sin precaución, imprudentemente, pero a pequeñas dosis. Veinte minutos y una pausa, un parpadeo, una mirada a lo lejos para limpiar la retina y respirar, quizá una canción, una de esas canciones para llorar tranquilamente en la oscuridad que componen la banda sonora del libro, y de nuevo la inmersión en la historia, a pelo, sin protección, a corazón abierto. Lo leo así para poder digerirlo, para que no me consuma. Y también para no perderme nada, para degustar su brutalidad. Porque este libro es una fiera salvaje, violenta y avasalladora, que me agarra del cuello y me inocula en la yugular la rabia, el sollozo, la ternura más desconsolada y me colma las venas de un violeta crepuscular lleno de muerte.

Es un libro repleto de colores oscuros, colores crepusculares anunciando constantemente una claudicación próxima, colores doloridos sobre los que destacan brillantes los pequeños instantes de luz, diseminados y minúsculos, la luz de la ternura, del inmenso amor, la luz de las manos anchas de Sergio acariciando el cráneo vulnerable de Pablo en un abrazo interminable, la magia de los instantes felices en el que los padres aún pueden pensarse como familia, pequeñas burbujas aisladas en el relato que conmueven todavía más por el contraste con la muerte que las circunda, y que contienen la semilla de toda la improbable felicidad futura, de toda la esperanza por arrancarle a la enfermedad la posibilidad de una felicidad cualquiera.

Creo que por mucho que siga leyéndolo, este libro siempre va a tener un significado oculto inasequible para mí. Es un libro que leo intuyéndolo, intentando gobernarlo, pero noto como a menudo se me escapa, su intensidad se me descontrola. Hay algo detrás de estas palabras que en realidad no pretendo entender, que me emociona, me clava al asiento, me petrifica, me desconsuela, me maravilla, me abre los ojos salvajemente a un mundo de una belleza terrorífica, de un amor desconocido, me deja sin defensas, palpitando a merced de cualquier oleaje, asustado y vulnerable, me ataca con su brutal ternura la fragilidad de la emoción.
La hora violeta es mucho más que un libro. Es un abismo. Un espejo en el que veo reflejado mi propio dolor, mi propio aullido, mi propia hora violeta. Aunque no tenga la capacidad de hundir las manos y mancharme con la suciedad espesa de su desesperanza, La hora violeta es un viaje del que ya no voy a poder, ni querer, regresar.


sábado, 27 de julio de 2013

A PARTIR DE AQUÍ, MONSTRUOS. (LA HORA VIOLETA)

La verdad, no tengo ni idea de cómo escribir una reseña de este libro.
Y ahora me doy cuenta de lo fácil que es escribir sobre libros que me gustan sin más, escoger los aspectos más relevantes de una trama, subrayar las sorpresas y cómo su estilo o su ritmo o sus personajes inciden en mi estado de ánimo y me animan o me atrapan o me conmueven.
Ahora pienso lo fácil que es escribir sobre cualquier otro libro y lo imposible que es escribir sobre éste.
En realidad no me atrevo a aspirar a recomendarlo, ¿cómo hablar de él? ¿Cómo vencer la resistencia del pudor y compartir con vosotros el dolor explícito de su lectura? ¿Cómo mostraros el libro como si os tendiera la mano abierta y una sonrisa? ¿Cómo invitaros a cruzar el umbral de todos los horrores para embarcaros en un viaje del que nadie que sea mínimamente sensible va a ser capaz de regresar indemne?
Quizá la solución momentánea sea limitarme a mostraros la primera página, el camino que se interna en el dolor sin nombre de este libro, más allá del cual hay un bosque denso y asfixiante donde viven los monstruos más inimaginables, para que vosotros valoréis la idoneidad de una huida o el riesgo del viaje.
Prometo que cuando haya conseguido asentar un poco mejor esta historia en mi estómago y me vea capaz, cuando me recupere del trance de su lectura y consiga encontrar el camino de vuelta, intentaré hacer la reseña imposible e impúdica que requiere La hora violeta.
El camino empieza así. Y lo dicho, a partir de aquí, monstruos.

Este libro es un diccionario de una sola entrada, la búsqueda de una
palabra que no existe en mi idioma: la que nombra a los padres que
han visto morir a sus hijos. Los hijos que se quedan sin padres son
huérfanos, y los cónyuges que cierran los ojos del cadáver de su
pareja son viudos. Pero los padres que firmamos los papeles de los
funerales de nuestros hijos no tenemos nombre ni estado civil. Somos
padres por siempre. Padres de un fantasma que no crece, que no se
hace mayor, al que nunca vamos a recoger al colegio, que no conocerá
jamás a una chica, que no irá a la universidad y no se marchará de
casa. Un hijo que nunca nos dará un disgusto y a quien nunca
tendremos que abroncar. Un hijo que jamás leerá los libros que le
dedicamos.
Que nadie haya inventado una palabra para nombrarnos nos condena a vivir
siempre en una hora violeta. Nuestros relojes no están parados, pero
marcan la misma hora una y otra vez. Cuando parece que el segundero
va a forzar a la manija horaria a saltar a la siguiente hora, ésta
vuelve a la anterior. Vivimos atascados en ese
no-man’s time,
en un pleonasmo de nosotros mismos, y en él evocamos aquel relato
fantástico e inverosímil, aquella tragedia barata llena de
artificios de guionista zafio, que nos encerró aquí. Yo la evoco
por escrito. Recuerdo este año de mi vida con la esperanza de fijar
su relato y no convertirlo nunca en un lugar común.
Mi hijo Pablo tenía diez meses cuando ingresó en el hospital, y estaba
a punto de cumplir dos años cuando arrojamos sus cenizas. Ese es el
tiempo que cabe en nuestra hora violeta. Ese es el tiempo que cabe en
este libro, que contiene todas las palabras que hacen falta para
nombrar mi condición.

miércoles, 24 de julio de 2013

SI DECIDO QUEDARME y LO QUE FUE DE ELLA

Estos dos libros me han recordado muchas cosas buenas, entre ellas las tres maravillosas películas que han protagonizado Julie Delpy y Ethan Hawke a lo largo de los últimos dieciocho años (Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de medianoche). Tienen en común con las películas que ambos transcurren en apenas veinticuatro horas, que esas pocas horas cambiarán para siempre la vida de los dos protagonistas y que, aunque los libros son más descriptivos y explican los antecedentes con flashbacks continuos, ambos contienen diálogos verdaderamente memorables, frases y escenas enteras para apuntárselas y verlas y leerlas una y otra vez.
Mia es una chica de diecisiete años, con un talento fuera de lo común para tocar el cello y vivir la música al límite. Adam, su novio, toca en un grupo de rock y comparte ese entusiasmo, esa forma de ver la vida a través de la música, sea del género que sea.
En Si decido quedarme, Mia tiene un accidente que da un vuelco irreversible a su vida, hasta el punto de llegar a dudar si dejarse ir o quedarse, si después de lo ocurrido todavía quedan cosas que merezcan el dolor y el esfuerzo de permanecer. En Lo que fue de ella, Adam se ha convertido en un precoz músico de éxito pero su pasado con Mia le persigue a todas horas, en las letras de sus canciones y en todo lo que pudo o debió haber sido, hasta que una noche, en unas pocas horas, tendrá la oportunidad de decidir si quiere intentar reescribir su futuro.
Como decía, estos dos libros me han recordado muchas cosas buenas, películas, otros libros, historias escuchadas y vividas... Tienen un poder evocador considerable, están bien escritos, bien dirigidos a cualquiera que tenga menos de veinte años o no le importe volver a tenerlos leyéndolos (¡para todos!), quizá a veces traicioneramente emotivos pero en realidad esa es su debilidad y su atracción, como ese momento detenido en que los dos se sientan en un banco a las siete de la mañana para ver amanecer, con dos cafés hirviendo contemplando sin prisa los perfiles cambiantes de Manhattan, hablando despacio, buscando las palabras que los salven, ordenando todo el dolor del pasado para calmarlo y poder compartirlo y renacer de nuevo en otra historia más esperanzadora.

martes, 23 de julio de 2013

EL AMOR NO LO ES TODO

Me encuentro este poema al inicio de un libro juvenil, Lo que fue de ella, un libro sobre el amor a lo largo de un tiempo que parece interminable, el amor como algo a lo que hay que renunciar para seguir adelante y que al mismo tiempo se resiste a marcharse. El amor no lo es todo, cierto, pero aun así...


Love is not all: it is not meat nor drink
Nor slumber nor a roof against the rain;
Nor yet a floating spar to men that sink
And rise and sink and rise and sink again;
Love can not fill the thickened lung with breath,
Nor clean the blood, nor set the fractured bone;
Yet many a man is making friends with death
Even as I speak, for lack of love alone.
It well may be that in a difficult hour,
Pinned down by pain and moaning for release,
Or nagged by want past resolution's power,
I might be driven to sell your love for peace,
Or trade the memory of this night for food.
It well may be. I do not think I would.


Edna Saint Vincent Millay (1892-1950)


El amor no lo es todo: no es carne ni bebida
ni descanso ni un techo para la lluvia,
ni una tabla salvadora para hombres que se hunden
y se alzan y se hunden y se alzan y se hunden otra vez;
el amor no puede llenar el ahogado pulmón de aliento,
ni limpiar la sangre, ni recomponer el hueso;
aun así muchos hombres hacen amistad con la muerte
ahora mientras hablo, sólo por falta de amor.
Podría ser que en momentos difíciles,
atenazada por el dolor y suplicando la liberación,
o empujada por el deseo más allá de la determinación,
me viera impelida a vender tu amor por paz,
o a cambiar por alimento el recuerdo de esta noche.
Podría ser, pero no creo que lo hiciera.

miércoles, 10 de julio de 2013

PONERLE UN BOZAL AL CORAZÓN

Esta mañana ha venido un cliente preguntando por libros de poesía. Y empieza a preocuparme que me extrañe tanto, que casi me emocione tanto que siga habiendo gente que quiera leer en verso, que quiera buscar significados entre líneas y de repente comprender el mundo en una frase. Y se ha sorprendido y alegrado de encontrar un librito de Belén Reyes, prácticamente inencontrable ya, que guardo en la librería con ese ruinoso afán romántico de los libreros por conservar aquello que, por razones muy largas de explicar, de verdad necesitamos en nuestra vida. La poesía como un misterio, como ese extraño lenguaje que es capaz de darnos las respuestas que ningún otro puede...
El librito (el diminutivo va en serio, tiene 58 páginas) se llama Ponerle un bozal al corazón. Un bozal para esos momentos en que si recordamos demasiado se pone a gritar y se enfurece y puede llegar a mordernos...
Gracias, Amado, por rescatar para nosotros este poema.
Vengo de olvidarte...
pero llego a casa y me tropiezo contigo,
en las cosas que me miran con tus ojos,
en las pelusas del pasillo
que me enredan leves,
con tu olvido.

Vengo de olvidarte...
y puede
que cambie de casa
y siga viniendo de olvidarte,
que cambie de cuerpo
y te siga deseando,
que cambie de vida
y te siga viviendo.

Vengo de olvidarte.
Tiro el bolso
y se cae el pintalabios,
un beso metálico en el parquet
me recuerda la ausencia de tu boca.

Con vocación de olvidarte
me muevo.
Cada minuto y centímetro
que salgo de mí misma
hago eso, insisto en ello.

Mi obstinación es olvidarte,
mi trabajo es olvidarte,
mi verso es olvidarte,
mi insulto es olvidarte,
mi presente y mi futuro es olvidarte.

Y vengo y voy
para olvidarte.

Me duermo y me despierto
para olvidarte.
Soy lo que soy
para olvidarte.

Me voy a otras cosas,
a otras casas,
a otros seres,
a otras páginas.

Me voy a otros versos,
a otras voces,
a otros canales,
a otros ríos.

Me voy, me voy, me voy
continuamente.
Y cuando vuelvo…
abro la puerta,
tiro el bolso,
el pecho,
la careta
y el tabaco…
y sé que vengo de olvidarte.

martes, 9 de julio de 2013

LA VIDA A VECES

Este libro parte de la idea de que las historias más reales y cotidianas son el material perfecto para una novela o, como en este caso, un libro de relatos cortos. La vida nuestra, la de todos los días, es la mejor ficción que puede existir.
Las historias de La vida a veces son melancólicas, alegres, reconfortantes, emotivas, tiernas como el dulce dolor de los viejos recuerdos, siempre buscando el punto de vista sentimental que da sentido a una vida, o a un pedacito de ella.
Por ejemplo:
La vida sencilla vivida con plenitud y el maravilloso amor de los finales felices que acompaña a una encantadora pareja de viejecitos hasta su muerte.
Personajes con ojos de naufragio, dolidos de desamores intempestivos, que se apartan de la vida para escapar del sufrimiento y quedan sepultados por la certeza de que nadie les va a volver a echar nunca de menos.
El curioso ecosistema de las salas de espera de los aeropuertos, donde los besos son más sonoros y todo se vuelve más explícito y cada persona que espera esconde una historia en permanente estado de alerta, una historia a punto de cambiar.
Parejas que siguen encontrando en las palabras escritas un lenguaje constantemente renovado, un universo independiente, y continúan escribiéndose cartas de amor toda su vida a pesar de amanecer siempre juntos.
Ese lugar mágico donde se almacenan los besos que no lograron llegar a su destino.
Tu voz en la noche contando un cuento como la mejor banda sonora de cualquier sueño.
Este es un libro imaginativo, original, hasta nos sorprende metiéndonos en la piel de una entrañable pareja de esos 30000 patitos de goma amarillos que surcaron todas las corrientes del Océano Pacífico buscando un dueño amable que no les separara.
Carlos del Amor ha conseguido atrapar la magia de lo cotidiano con una facilidad de aplauso, como aquél que se pasea por los lugares y emociones que todos hemos vivido y encuentra pequeños tesoros escondidos en los que ninguno habíamos reparado.
Y al final del libro, unas páginas en blanco que nos invitan a escribir esa historia de nuestra vida que no podemos permitirnos olvidar.