viernes, 18 de octubre de 2013

LA INVENCIÓN DEL AMOR

Por fin. Por fin. Llevaba como dos semanas sin encontrar un libro que me convenciera, que es como decir que alguien lleva dos semanas escuchando monólogos de amigos que en el fondo no le interesan. Un horror. Y he leído (o mejor, he empezado a leer, ya que no he terminado ninguno) libros que tenían una pinta estupenda, que además de un monólogo chispeante, prometían palabras e historias que se convertirían en una conversación. Porque leer un libro no puede ser sólo presenciar, repantigado en el fondo del asiento, cómo el autor junta palabras y palabras y más palabras por las que no puedes entrar. Libros con historias selladas con cinta aislante. Eso no quiere decir que no haya libros-monólogos buenos. Los hay estupendos, brillantes, hilarantes, delirantes, pero si no te provocan las ganas de participar, del modo que sea, es que algo falla.

Por ejemplo:
La vida interior de las plantas de interior (Patricio Pron). El título es resultón, hay relatos que probablemente tardaré en olvidar y el estilo es tan original e incisivo que parece perfilado con un cúter. Pero las historias pertenecen a un mundo cuya coherencia no entiendo, me es totalmente ajeno, lo veo y admiro cómo está escrito, soy consciente de su originalidad, pero me deja frío y con un encefalograma emocional plano.
Mi vida querida (Alice Munro). Pensé de verdad que este premio Nóbel me iba a gustar y quizá no haya leído suficientes relatos para poder opinar de verdad, pero después de cada uno de los cuatro relatos que he logrado terminar, me quedo con una vaga sensación de estafa, como diciendo, vale, ¿y? ¿Qué se supone que querías contarme?
La gente como nosotros no tiene miedo (Shani Boianjiu). Éste sí que tenía buena pinta. La autora es israelí, tiene 25 años y cuenta la vida de tres chicas durante su servicio militar obligatorio en Israel. Post-adolescentes desorientadas tratando de encontrar su identidad con un rifle bajo el brazo en medio del conflicto palestino-israelí. Y la verdad que el libro es un portento, rebosa talento literario, desparpajo, humor, osadía, violencia, pero también una rabia demasiado estridente y, creo, una voluntad de provocar al lector llevando al límite la sordidez y el desprecio por la muerte. Es un libro que tiene unas ganas tremendas de darte un puñetazo y que lo admires por ello. Y, sinceramente, no me convence.

Y por fin, he llegado (los buenos siempre llegan) al libro que me rescata, al mejor libro-conversación que ha caído en mis manos desde el verano. La invención del amor.
Un teléfono suena insistentemente a las cinco de la mañana en el ático de Samuel. Y ninguna llamada que insiste una y otra vez a las cinco de la mañana puede traer buenas noticias. Una voz llorosa de hombre le dice que Clara ha muerto, su Clara, la de Samuel. Un accidente de tráfico, una tragedia, tan joven, y qué vas a hacer ahora. Le da la dirección del tanatorio y la hora del entierro, por si decide ir, a pesar del marido y toda la familia. Samuel se queda sin palabras, mirando por la ventana el lento amanecer sobre Madrid, pensando en Clara, en lo que va a hacer. Samuel se queda sin palabras porque Samuel no conoce a ninguna Clara. Pero ya está pensando en dónde comprar las flores, en qué ropa oscura ponerse, en cómo meterse en una historia que no le pertenece y suplantar la identidad del amante secreto de esa Clara con la que ya empieza a soñar y por la que tendrá que inventar un amor que no ha vivido, una historia de amor improvisada y a ciegas para la hermana de Clara que le pregunta curiosa y un poco enfadada quién es él y de dónde sale, y le acompaña a su apartamento para descubrir a su hermana muerta a través de los ojos de otra persona que la ha querido y volver a estar con ella, rescatarla de la muerte de alguna manera con nuevos recuerdos, aunque estos no concuerden, aunque sean inventados o improvisados o teatralizados en un juego cada vez más peligroso.
Esta historia conocida de recibir una llamada equivocada y decidir suplantar la identidad de otra persona, le sirve al autor para tejer una novela fascinante sobre la necesidad de inventar las cosas (el amor, la soledad, las expectativas, las decepciones de la rutina) para que no vayan poco a poco perdiendo su sentido y contaminándonos la vida. Y me encanta la ambigüedad de muchas partes del libro, en las que Samuel ya no sabe dónde termina la realidad y empieza la impostura, cuáles son sus sentimientos o recuerdos verdaderos y cuáles los que ha inventado para el personaje del amante de Clara. En ciertos momentos me ha recordado a Perdida, la novela de Gillian Flynn, por esa inmersión violenta en los entresijos de la vida de pareja, qué es el amor, en qué te convierte el amor del otro, las distancias insalvables, las luchas, las iras, las coreografías tiernas y agresivas de dos personas cuando creen que se quieren, el perpetuo engaño de querer ser la persona que el otro espera que seas, la total incapacidad por saber qué está pensando el otro cuando no puede dormir y se levanta y se pone a mirar por la ventana, cuánto futuro se estará rompiendo en ese mismo momento sin que nadie se dé cuenta.

Este libro-conversación utiliza un lenguaje directo y preciso que me es muy familiar, es un amigo que no para de lanzar frases que aciertan en la diana, que me descolocan, que despiertan la inmediata necesidad de un diálogo. Frases llenas de significados ocultos que, luego, durante el día, voy desdoblando y descubriendo sin darme cuenta. Y misteriosamente, como todos los buenos libros que emocionan, la historia consigue lo que siempre anhelo inconscientemente, me pone una mano en la nuca y me atrae suavemente a su calor, a su gramática del amor fingido y real, reinventado.

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