jueves, 19 de septiembre de 2013

ESPERANDO EL ALBA

Es curioso cómo la velocidad de la lectura, el espacio y la compañía cambian la percepción de un libro. No solamente el estado anímico o las expectativas. Un libro leído en un día, en la soledad de un aeropuerto o de una playa desierta, se digiere de una manera totalmente distinta al mismo libro disfrutado confortablemente en el sofá del salón en un plazo de una semana.  La estructura de la acción gana o pierde nitidez, los personajes se desdibujan o se perfilan mejor en nuestra retina y a veces las lecturas rápidas hacen que un libro penetre más profundamente en nuestra memoria que las reposadas. También depende de los libros. Hay algunos (ciertos ensayos, casi toda la poesía) que no se dejan de ninguna manera leer deprisa. Es como si a la media hora se cansaran de estar abiertos y cerraran sus tapas de un golpe entre tus manos, porque no hay manera de procesar durante tanto tiempo tanta información. Sin embargo, hay otros que si no los lees rápido se aburren y pierden el sentido. Una persecución por las calles de Nueva York de madrugada no puede durar cuatro días a diez páginas diarias.

Por fortuna, Esperando el alba se deja leer de todas las maneras. Estos días de septiembre ningún librero que tenga colegios cerca puede en su sano juicio dedicar muchas horas al día a leer, así que he leído este libro a cucharaditas de veinte o treinta minutos, pequeños ratitos robados a los horarios frenéticos de la temporada. Y me ha parecido una delicia.
Estamos en 1913, en Viena, la ciudad del psicoanálisis, del arte de vanguardia, de un imperio en descomposición. La ciudad donde el suicidio es noble y la decadencia una exquisitez. Nuestro protagonista, Lysander Rief, es un joven actor inglés que visita la ciudad en busca de un tratamiento para un trastorno sexual. En la antesala de su psicoanalista se encuentra con una misteriosa joven llamada Hettie Bull que será la solución para su íntimo problema y a la vez el inicio de una serie de increíbles intrigas políticas en las que tendrá que utilizar una y otra vez su ingenio de actor para salir indemne. Se convertirá en espía, recibirá heridas físicas y sentimentales que dejarán profundas cicatrices, ideará huidas bajo disfraces inverosímiles, luchará a su pesar en varios frentes de la guerra, se cruzará en el camino de hermosas damas y tendrá en sus manos el inmenso poder de los secretos ajenos.

Entretenido, ligero, intrigante, la prosa es de una fluidez maravillosa y describe muy bien un continente abocado a una guerra que cambiaría para siempre la idea de progreso e invulnerabilidad. Un libro de aventuras como los de antes, una novela de espionaje y suspense escrita con esa elegancia británica tan eficaz y reconfortante. Un libro que transcurre casi siempre de noche, en esas horas que se llenan de preguntas y que no nos dejan dormir, las horas en las que todos los azares y las casualidades de nuestra vida confluyen para interrogarnos sobre el sentido de nuestros actos, sobre el poder y la responsabilidad que tenemos sobre ellos, y que nos sorprenden abriendo y cerrando las ventanas, buscando respuestas, trazando planes, ahuecando las almohadas, con los ojos bien abiertos. Esperando el alba.



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