sábado, 31 de agosto de 2013

MI WATERLOO y RAZONES

Os dejo dos de las piezas que más me gustan de Aquí yacen dragones. Las leo, las releo y las saboreo despacio, como todas las cosas pequeñas que merece la pena disfrutar.
Y ahora, a leer otras cosas.

MI WATERLOO
Minó el pasillo de nuestra convivencia, lo llenó de alambradas. Lanzó la infantería de su desprecio contra los cuarteles de invierno de mi corazón. Despedazó la memoria de nuestros amaneceres juntos con su fuego lento de mortero. Destrozó platos, vasos, cabezas: tomó la cota invencible de mi paciencia. Proyectos comunes, futuro, ilusiones, fueron evacuados a otras relaciones vecinas, moribundos ya.
No tomó prisioneros. Lanzó mis recuerdos al mar sin honores ni últimas palabras, sin último deseo ni primero.
Su olvido desfiló en columnas de a seis entre los escombros de mi amor por ella. Le entregué los mapas y las llaves, el territorio llano y sin defensas naturales de mi corazón. Perdí las batallas y la guerra: la amé como sólo se puede amar al enemigo.
Tenía los ojos de color verde militar.
Mi vida, mi cielo, mi Waterloo.

RAZONES
Escondía palabras en ella. Las dejaba en cada hueco de su cuerpo, aprovechando sus descuidos. En su pelo escondió Cielo, escondió Urgencia. En la curva pronunciada de sus clavículas escondió Deseo, y Amor bajo el lóbulo de su oreja derecha. Escondió Siempre en su ombligo, y quiso esconder también Ternura, pero no pudo porque su ombligo era pequeño, y tuvo que elegir.
Y escondió Celos en su espalda, entre los omóplatos. Y Piedad bajo el brazo izquierdo. Y Violencia primero, tras los dientes, y después Perdón.
Un día, mientras dormía, en sus manos cerradas escondió Pan y escondió Hijos. En el vello rizado de su pubis escondió Miedo, y escondió Luz en lo más profundo de su sexo, donde, calculó, nunca nadie alcanzaría.
Pensaba que así un día, si alguien ocupaba sus lugares en ella, las encontraría. Y al pronunciarlas en voz alta le recordaría, sin proponérselo, las razones de su amor.

Fernando León de Aranoa (extractos de Aquí yacen dragones)


viernes, 30 de agosto de 2013

AQUÍ YACEN DRAGONES

Los libreros somos a veces lectores desconfiados. Inspeccionamos con lupa todos los detalles de un libro, sus solapas, su olor, su peso, su tacto, su inteligencia y su capacidad instantánea de seducción. Debo reconocerlo, podemos ser amantes difíciles. Y tampoco solemos dejarnos aconsejar. Como nos pasamos la vida recomendando, desconfiamos irracionalmente de los consejos ajenos, como si temiéramos vernos reflejados en nuestro propio espejo. Sin embargo, hay excepciones felices, como la de este libro. Una clienta encantadora de toda la vida aprovechó uno de los pocos momentos en los que andaba con la suspicacia descuidada y me convenció del valor de Aquí yacen dragones. Y acertó de pleno. Gracias, Amelia, por el descubrimiento y por darle la vuelta al espejo.

El director de cine Fernando León de Aranoa ha escrito un libro muy curioso. Son 113 piezas breves (para un total de 196 páginas) en las que predominan la fantasía y el gusto de jugar con el significado de las palabras. Me ha recordado al Galeano de El libro de los abrazos por el concepto de pincelada breve que deja tras de sí una potente onda expansiva y por la denuncia social y política de alguna de sus piezas (saharauis, indígenas sudamericanos, bipartidismo). También, en ocasiones, a Benedetti, por cierto humor cercano y sutil y por el ritmo poético de muchas frases. Y para completar el cuadro de reminiscencias, no he podido evitar pensar en el gran Gianni Rodari de los cuentos de fantasía, especialmente al leer cómo un personaje se pierde en otras historias y busca desesperadamente la manera de volver a su cuento sin conseguirlo.
Me ha encantado la forma que tiene el autor de darle la vuelta a la realidad más previsible. Cuando las palabras, los besos, los personajes de cuento, las brújulas, la lluvia, los mapas cobran vida y empiezan a tomar decisiones por su cuenta, la vida se convierte en una aventura impredecible. Y mucho más interesante.
Ya he apuntado mis piezas favoritas, aquellas que me han dejado más poso y que no se gastan con las relecturas, aquellas que tienen el misterioso y raro poder revelador de las epifanías. Como ejemplo, os dejo con la que empieza el libro. Y que levante la mano quien, después de leerla, no se queda con ganas de más y de más y de más.
EPIDEMIA
Se decía en los cafés, en las plazas, en los mercados: las palabras están muriendo.
Murió Eucalipto, murió Colectivo, murió Paraguas, tan querida por todos. Murió Curioso y murió Rebelión. Murió Ditirambo, pero a pocos les importó, porque pocos la conocían. Agonía tuvo una muerte coherente, larga y dolorosa. Al entierro de Pan acudieron millones en masa.
Caían por docenas, contagiadas.
Alarmadas, las autoridades racionaron las palabras. Cada ciudadano podrá utilizar treinta al mes. Se persiguieron las perífrasis y los circunloquios, se declararon proscritos los rodeos: el lenguaje se volvió exacto, los oradores, cirujanos. Los locuaces fueron encarcelados y puestos a disposición de los jueces en vistas que nunca más volvieron a ser orales. Incomunicaron a los charlatanes y los mudos se erigieron al fin en modelos sociales, pero lo celebraron en silencio.
Se pusieron de moda las medias palabras. Los enamorados aprendieron a decírselo todo con la mirada, los amantes, con las manos.
Lingüistas, académicos y semiólogos trataron de explicar el origen de la epidemia, pero no encontraron las palabras. Las autoridades pusieron protección a algunas de ellas en virtud de su relevancia: Democracia, Quiniela y Sistema Financiero serían escoltadas en todo momento desde sus domicilios hasta las frases donde a diario se ocupan.
Y el lenguaje se llenó de ausencias. Los diccionarios se convirtieron en cementerios: morgues de papel alfabéticamente ordenadas, necrológicas encuadernadas de la A a la Z.
En secreto, los enamorados guardaron diez, doce palabras, para decírselas en el momento exacto.
También los poetas hicieron provisión. En un sótano húmedo, sin ventanas, amontonaron trescientas palabras. Se sabe que entre ellas estaba Mañana, estaba Mantel, estaba Esperanza. Y se sabe también que, apostados sobre ellas con sus rifles, se aprestaron a defenderlas con la vida.

miércoles, 28 de agosto de 2013

NADA SE OPONE A LA NOCHE

Un testimonio de Delphine de Vigan deslumbrante, sobrecogedor, que después de terminar su lectura te persigue por su intensidad, te obliga a leer lentamente, porque a medida que avanza, la implicación emocional es tan alta que necesitas parar para asimilar tanta devastación y al tiempo tanto coraje.
Es la historia de una familia francesa numerosa aparentemente feliz, entre 1960 y 2008, contada de forma excepcional, especialmente en el perfil de Lucille, la madre de la autora, recreación que alcanza un nivel magistral en su retrato psicológico. Reconstruye su vida de una forma casi detectivesca a través de documentos, conversaciones con sus hermanas, casettes y vídeos de acontecimientos y vacaciones familiares, además de la vivencia personal a su lado.

Un testimonio lleno de sentimientos a flor de piel, escrito en un tono intimista y con un dolor contenido pero tan palpable que salta de las páginas para impactar directamente en el corazón. La historia de Lucille duele al leerla pero no puedes dejarla y vives a su lado contemplando una y otra vez la fotografía de la portada, bellísima, que te atrapa la mirada intentando desentrañar esa vida que desconcierta en una época en la que creíamos que la libertad femenina iba a ser conquistada fácilmente.

Deja una huella indeleble, necesitas reflexionar sobre todos los temas fundamentales de la vida, el amor, la muerte, las relaciones familiares, el incesto y su repercusión en los trastornos mentales, las drogas, el alcoholismo...

Una de las lecturas más impactantes y enriquecedoras que he disfrutado en los últimos tiempos. Ganó cinco importantes premios literarios en Francia y ha sido uno de los libros más vendidos. Totalmente justificado.

domingo, 25 de agosto de 2013

"NICK HORNBY, QUIERO QUE ME GUSTES DE VERDAD"

¿Cómo es posible que un escritor me caiga tan bien, me parezca tan divertido y cercano y perspicaz, y no consiga que me guste de verdad ninguno de sus libros?
Porque Nick Hornby es un tipo estupendo, el típico tío campechano que no sólo le cae bien a todo el mundo sino que encandila y va sembrando carcajadas a diestro y siniestro. Es el perfecto mejor amigo.
Pero...
Nada, no hay forma. Ya he leído cinco libros suyos y con todos me pasa lo mismo. Me siento como en una cita: la chica es guapa, sonrisa bonita, cuerpo prometedor, me parto con ella, me hace sentir bien, es ocurrente, imaginativa, me hace pensar, me descoloca, y justo en el preciso instante en que pienso "ya está, ha sucedido, me estoy enamorando", suelta una parrafada tan fuera de tono, tan increíblemente inverosímil que me quedo boquiabierto. Es la pieza del puzle que no encaja, pero no por un poquito, no, es una pieza tan radicalmente incongruente con el dibujo global del puzle que no me creo que de verdad pueda pertenecer a la misma persona, que esa chica preciosa e inteligente pueda tener una salida tan poco creíble.
La última cita que he tenido con mi querido y frustrante Hornby ha sido hace unos días con un libro que se llama Cómo ser buenos. Y al principio, como de costumbre, todo iba sobre ruedas.
Después de veinte años casada con un hombre cínico y permanentemente ofendido con el mundo, Katie tiene una aventura. Ella es médico, piensa que es buena persona, aunque ¿las buenas personas engañan a sus maridos? - Vale.
Le pide el divorcio, él no la escucha, hay una vorágine de diálogos mordaces, ella se ahoga en un mar de dudas y todo se vuelve más complejo de lo que parece. - Bien.
Y es que su cínico marido toma la repentina decisión de cambiar radicalmente y, tras una terapia, se transforma en un dechado de virtudes. - Genial.
Pero su enloquecida bondad no tiene freno y Katie se ve obligada a tomar el papel de cínica... - ¡Me encanta, me encanta!
...porque de repente decide alojar en todas las casas del vecindario que tengan una habitación libre a todos los sin techo que quepan... - ¿Eh?
...y donar la mayoría de los juguetes de sus hijos y buena parte de su dinero... - ¿¿Cómo??
...todo esto bajo la dirección espiritual de un curandero ex-drogadicto que sana cualquier dolencia con las manos (siempre que el paciente esté suficientemente triste) y tiene una hilera de tachuelas con forma de galápagos (que no tortugas) en las cejas. - ¡¡Nooooooo!!
Y es que siempre me pasa lo mismo, en todos sus libros llego a un punto en que pienso que el escritor más majo del planeta sencillamente se está quedando conmigo. Quizá soy demasiado escéptico y en Londres pasan cosas así todos los días (desayunan bocadillos de judías con bacon, así que cualquiera sabe), pero es que no me lo creo. No, no y no.
Y aun así sigo leyendo, y el tío siempre sale del atolladero más inverosímil con mucha gracia, y todo lo bueno que tiene (la ligereza, la ironía, la sencillez) hace que los finales de sus libros sean sutiles y emotivos y te hagan pensar un poquito mientras te quedas con la sonrisa fijada en la boca. La crisis de los cuarenta, cómo alimentamos nuestra buena conciencia, ¿somos todo lo buenos que podemos o queremos ser? Y todo ello aderezado con la divertida malicia tan propia suya y la simpatía honesta (a veces un poco cruel de tan honesta) con la que dibuja a sus personajes.


Si algún día me animo le mandaré una cartita de amor al escritor más majo del planeta y le diré cuánto me gustan sus libros, cómo me parto con ellos, lo que me hacen pensar, cómo me estimulan, le daré un buen tirón de orejas por sus salidas inverosímiles (con la lista de todas las piezas de sus libros que no encajan en ningún puzle de este lado del planeta), y terminaré diciéndole: "Nick, eres un escritor estupendo, de verdad, hay momentos en que me encantas, pero quiero que me gustes de verdad".


martes, 20 de agosto de 2013

EN AUSENCIA DE BLANCA

A menudo, releer un libro es un desafío. Es volver a un lugar visitado hace tiempo (generalmente hace mucho tiempo), buscando encontrar las mismas cosas que antaño me gustaron y sobre todo encontrar otras nuevas que quizá se me pasaron por alto, o no estaba en condiciones de apreciar. Pero el tiempo nos cambia las perspectivas a todos y lo que hace años me parecía asombroso y revelador, ahora puede parecerme infantil y vacío. Por eso releo con mucho cuidado, casi con recelo, y sólo aquello que sé que aún puede guardar algo escondido, sólo esos libros que esconden en sus páginas perfumes reacios a evaporarse.
En ausencia de Blanca tiene muchos de esos perfumes.
Uno de ellos es el desconcierto, la perplejidad al leer ese principio del libro, igual a la perplejidad de Mario, el protagonista, al descubrir en Blanca una mujer distinta pero casi idéntica, una mujer que no es Blanca pero que se viste con la ropa de Blanca, se mueve al ritmo de Blanca y sonríe y besa con los labios de Blanca. ¿Quién es Blanca, en realidad? ¿Y quién es Mario, su marido, ese hombre que la busca y no acaba de encontrarla?
Blanca es una mujer joven, culta, sofisticada, llena de inquietudes artísticas y culturales, refinada hasta la obsesión y de una belleza pálida y esbelta.
Mario es un hombre sencillo, de pueblo, apegado a sus rutinas, ordenado, meticuloso en sus carencias intelectuales y generoso en su admiración.
Ella es el eterno deslumbramiento, lo inalcanzable, la máxima ambición que puede albergar Mario.
Él es la estabilidad, la cordura, el anclaje a la realidad que la rescata a ella de cualquier naufragio.
Sus vidas pertenecen a mundos que en la realidad nunca se cruzan, pero que el amor deslumbrado de él y la necesidad de protección de ella logran conciliar. Sin embargo el desequilibro persiste. Blanca se ahoga en la rutina y busca siempre lejos de él una vía de escape, y Mario se aferra a su propio sentimiento, al asombroso privilegio de compartir su vida con la mujer de sus sueños, mes tras mes, año tras año, aunque el suyo sea un amor dolido del que Blanca sólo pueda compadecerse, y tenga que aceptar que ella cambie, que su afecto se disperse, que abrace de nuevo el torbellino de su vida inestable en busca de una luz ilusoria, que deje de ser la Blanca conocida aunque lleve su ropa y se mueva como ella, que se instale una ausencia dentro de ella y se convierta en otra Blanca tan parecida a la primera, y quizá más alegre, más desenvuelta, menos perfecta, tan parecida y tan distinta. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

LA SOLTERONA

Los libros de Edith Wharton son el refugio perfecto de la buena literatura. Siempre recurro a ellos cuando acumulo varios libros abandonados, por desidia, ausencia de emoción o simplemente mediocridad literaria. Leer a Wharton es siempre delicioso, su lenguaje es exquisito, elegante, preciso, y siempre me sorprende la perspicacia emocional con la que profundiza en las derivas sentimentales de sus personajes. Estos últimos días he encadenado varios libros decepcionantes seguidos y La solterona me ha reconciliado con el verdadero placer de la lectura. Y a eso hay que añadir la cuidadísima edición de Impedimenta, con una traducción impecable y, como siempre,  una estética preciosa. A veces es difícil resistirse a libros con un acabado tan bonito.

Como en la mayoría de sus libros, Wharton comienza su historia con un dilema moral, aparentemente sencillo, que va trenzando, ramificando y volviendo cada vez más complejo e inextricable. Delia Ralston y Charlotte Lovell, dos mujeres de la alta sociedad neoyorquina de mediados del siglo XIX, comparten un secreto relativo a la maternidad de una niña huérfana que marcará sus relaciones familiares, su capacidad para moldear el estricto código moral establecido y sus vidas para siempre.
La aristocracia norteamericana de aquella época era un mundo cerrado. Cerrado para los que aspiraban a entrar en él y cerrado para sus integrantes por su rigidez de buenas maneras y comportamiento. En esta jaula de oro, las mujeres tenían por lo general un papel ornamental, pero las protagonistas de este libro sienten una sensible rebeldía contra ese patrón de vida. "Por aquellos días, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodía inaudible." Y es a escuchar esa melodía a lo que se van a dedicar Delia Ralston y Charlotte Lovell en los momentos cruciales en los que tengan que decidir su destino y el de la niña cuyo secreto comparten. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer sensible en sus sutiles rebeliones cotidianas contra la intransigencia de las convenciones sociales?

Me maravilla en este libro la importancia de lo que no se dice, de lo que la sociedad y las costumbres condenan al silencio y que sin embargo subyace, como una íntima tragedia, a lo largo de todo el libro. La frustración de contemplar cómo ese mundo alternativo en el que podrían actuar sin traicionarse pasa de largo por delante de sus vidas una y otra vez sin que puedan alcanzarlo.
Y también la forma que tiene la autora de utilizar la ironía como color de fondo, convirtiéndola en mordacidad cuando critica la rigidez moral, y en compasión cuando acompaña a sus heroínas en sus íntimas desdichas.
Por último, me ha llamado la atención el papel de los niños en el libro, y la enfermiza devoción que siente por ellos Charlotte Lovell. La inocencia de los niños, ajenos a las tragedias silenciosas de sus madres. Su fragilidad y su luz. Y he recordado este cuadro de Sargent de 1885 que vi por primera vez en la Tate Britain de Londres y que me cautivó instantáneamente, anclándome al suelo durante unos minutos detenidos en el tiempo.


lunes, 12 de agosto de 2013

UN BESO (O LO QUE TENEMOS)

"Una de las trabajadoras sociales me había explicado que no existen las personas guapas o feas; existen sólo aquellas que tienen algo, y al final, todo el mundo, quien más y quien menos, tiene algo, si uno se fija bien. Me había obligado a observar a los demás chicos que estaban conmigo en el orfanato, uno a uno. Uno tenía los brazos; otro, la nariz; otro, el pelo, y había uno que tenía las manos. Ella creía que yo tenía los ojos. Pero tal vez decía eso porque yo no hablaba mucho y le parecía que los ojos eran lo único que tenía.
Antonio tenía la sonrisa."

Me obligo yo también a observar a la gente que viene, la gente con la que me cruzo en las escaleras o en el portal de mi edificio, para intentar descubrir qué es lo que tienen. A veces es instantáneo. Hay alguna vecina que me da los buenos días con una sonrisa y es tan evidente lo que tiene que hasta se me olvida lo que estoy pensando.
Pero casi siempre es un juego bastante difícil. Por supuesto, hay gente que tiene varias cosas a la vez: las muñecas y la nariz, la nuca y las caderas, los hombros y las orejas. Pero en realidad todo depende de los gestos. Así que más que las manos o el pelo o la sonrisa en sí, es la armonía de sus movimientos, o su coherencia, lo que los hace especiales, la forma sutil y precisa en que cada uno mueve esa parte única de su cuerpo y la hace brillar por encima del resto, otorgándole ese poder de fascinación.

Y todo esto a raíz de un librito muy muy grande que acabo de releer, una de esas rarezas mayúsculas que uno guarda en la librería o en la mesilla de noche como un secreto o una conspiración. Lo descubrí hace un par de años (en la web colgué una pequeña reseña) y siempre me fijo bien en la gente a la que se lo recomiendo, buscando la complicidad del secreto, para cerciorarme de que tenga los brazos, la nariz, el pelo... O la sonrisa.


sábado, 10 de agosto de 2013

ROMANCE EN PARÍS

¿Quién no está perdidamente enamorado de París? Es una ciudad que siempre esconde sorpresas, como esos bombones sin etiquetas sólo aptos para paladares intrépidos.
Es una ciudad para perderse y para encontrarse en los rincones y los momentos más inesperados, una ciudad para vivirla hasta el fondo, para mojarse bajo la lluvia que tanto le gusta a Woody Allen en su película. Es la ciudad del eterno deslumbramiento.

Por las calles de «la más carnal de todas las ciudades», pasean un hombre enigmático y una joven alemana que tendría que mejorar su francés. Lotte, la joven, quiere descubrir la «verdadera vida» de la ciudad, y su acompañante se presta, maravillado, a ayudarla en su iniciación. Corre el año 1912 y París vive un momento de ingenua y arrolladora felicidad: es el paraíso de artistas bohemios, escritores de mil lenguas distintas, mujeres alocadas y sus maridos burgueses (o viceversa). Sin embargo, la Primera Guerra Mundial pondrá muy pronto un fin brutal a esta fiesta, y Lotte y su acompañante parecen intuir ya, entre el champagne y las guirnaldas, las grietas de un tiempo y una vida que se deshacen.

"No hay nada más completo, Lotte, que la mera existencia, no puede haber nada mejor. Y deje que sigamos siendo extranjeros en París. Llevo aquí ya cuatro años y sigo siendo un extraño. París es la ciudad más carnal que pueda existir; por eso nos hemos vuelto aquí puro espíritu. Vamos a través de las miles de tentaciones de la realidad como a través de un jardín floral. Lo que otros llaman pecado es para nosotros una mariposa multicolor. ¿Para qué capturar aquello que revolotea? Los muros de piedra, los vestidos de seda, el oropel y las frutas de los mercados son nuestros, y mientras los contemplamos, se apartan de la realidad para ser ya recuerdos. Nuestro deambular por las calles es un deslizamiento soñado, como si no necesitásemos de los miembros para movernos."

martes, 6 de agosto de 2013

CUANDO TE ENAMORAS DE UN LIBRO ANTES DE LEERLO

Este libro y yo llevamos ya algunos meses mirándonos disimuladamente. Paso por delante de él unas treinta veces al día, puede que cuarenta, y no me canso de verlo. Y eso que en realidad es poquita cosa, más bien pequeño y delgadito, todo inocencia. Pero tiene un poder de seducción al que caí rendido desde el primer día en que lo vi. Hasta ahora, él y yo hemos mantenido las distancias, nos hemos estudiado de lejos, evaluando la posibilidad de este idilio, gustándonos tranquilamente, sin pretensiones. Pero, debo confesarlo, estoy harto de esperar. Quiero tomar la iniciativa, limpiar tres o cuatro horas de mi imposible horario y desvelar ya su secreto.
Porque, veréis, todo en él me gusta, empezando por el título. Admito que la primera vez que lo leí, sentí un amago de cabreo por el tufillo de autoayuda insoportable que encierra, del tipo "¡Recíclate!, ¡Reinvéntate!, ¡Renuévate!, ¡sonríe, sonríe, SONRÍE!".
El dolor casi siempre es una basura maloliente y no biodegradable, digan lo que digan.

Pero la cita es de Ovidio y dice: "Sé paciente y fuerte, algún día este dolor te será útil". Así que me la tomo como una promesa, una semillita de sabiduría para plantar en la oscuridad con la esperanza de que esa utilidad futura sirva para algo. Y luego pienso en todas las cosas bellas nacidas del dolor, libros como La hora violeta, de Sergio del Molino, o Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan, sin duda dos de los mejores libros que he leído en el último año y que jamás podré olvidar, o música como la Quinta sinfonía de Mahler, o Between de bars, de Elliott Smith, bandas sonoras de todas las desesperanzas, y me doy cuenta de la cantidad de dolor que ha hecho falta para crear obras así, y la cantidad de emoción que nos trasmiten, y cómo ese dolor es algo que, consciente o inconscientemente, hemos aprendido a necesitar para vivir. Así que la utilidad del dolor, al menos la artística, la creadora, es evidente.

Y después de Ovidio viene la cita de Denton Welch, que es la puntilla para terminar de enamorarse:
"Cuando deseas con todo tu corazón que alguien te quiera, nace una locura que despoja de todo su sentido a los árboles y al agua y a la tierra. Y para ti no existe nada, excepto aquello tan profunda y amargamente anhelado".
Cuando te enamoras de un libro antes de leerlo pasan cosas como esta, que uno se pone a escribir párrafos enteros a ciegas por la pura adrenalina de la expectativa. Y por supuesto, nadie me salvará de la decepción más amarga si al final es un chasco. Menos mal que los libros son siempre agradecidos y coherentes, ya sean buenos o mediocres, y no pueden equivocarse, como las personas tan a menudo, al gestionar el amor que se les profesa.


lunes, 5 de agosto de 2013

CONTRA LA NEUTRALIDAD

A menudo, leyendo los periódicos, uno se pregunta si los periodistas tienen alguna opinión sobre lo que escriben, si esconden algún tipo de conciencia detrás de la máscara de objetividad e imparcialidad que esgrimen a la hora de dar una noticia. Hablan de la crisis económica o de las revoluciones árabes como si fueran partes meteorológicos, hechos inmutables e irremediables, sin preocuparse de las causas ni de sus consecuencias, sin víctimas ni culpables, sin siquiera imaginar que pueda haber, que sea necesario e imprescindible buscar algún tipo de explicación más allá de la descripción de la tragedia.
Los periodistas retratados en este libro (John Reed, Ryszard Kapuscinski, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa), nunca dudaron en tomar partido, en afrontar el reto de una búsqueda de la verdad periodística desde una postura ética y comprometida. Afrontaron innumerables riesgos y la mayoría de ellos perdió la vida ejerciendo su oficio, pero de esta manera consiguieron llamar la atención del mundo entero sobre injusticias y atrocidades, estar lo más cerca posible de la vida real, con el deseo último de intentar cambiarla.
La lectura de este libro pretende arrancarnos de nuestro sillón y arrojarnos a las calles, a esas tristes y terribles realidades del mundo que todos hemos soñado siempre con poder cambiar. Una buena dosis de compromiso y valentía para hacer frente a cualquier tipo de indiferencia.

viernes, 2 de agosto de 2013

EL AMOR EN "DE A PARA X. UNA HISTORIA EN CARTAS" (JOHN BERGER)

La palabra amor está tan desgastada que a menudo pierde su sentido. A fuerza de aspirar a decirlo todo, termina por no lograr decir nada. Es como un cuchillo que ya no corta, con una estética bonita, sí, y lleno de promesas, pero que ha perdido su utilidad. Un filo romo, vacío y decepcionante.
Este libro es un buen afilador para ese cuchillo, contiene la invención adecuada para volver a insuflar un contenido a esas palabras desgastadas que lo han ido perdiendo.
Las cartas que le escribe A'ida a Xavier hablan de muchas cosas: la vida fuera de la cárcel, los pájaros que se posan silenciosos sobre una casa bombardeada, "como respuestas a unas preguntas que no tienen palabras", las anécdotas de su trabajo como farmacéutica, los colores del cielo o la amabilidad de la noche. Pero sobre todo hablan de amor, un amor que no ha perdido su filo con el paso del tiempo y la separación forzosa (e indefinida) entre los amantes. Un amor que me ha parecido sin duda lo mejor del libro y que me apetece describirlo aquí, darle vueltas como si fuera un prisma e intentar atrapar todos los destellos cambiantes que proyecta:
Amor como lucha, como supervivencia, como la única manera de existir sin traicionarse,
amor como pasado, presente y futuro, como esperanza y expectativa más allá del paso del tiempo,
amor como reacción visceral ante la perspectiva de un mundo en quiebra,
amor ciego y rotundo, apasionado como cualquier ideología, dulce como todas las promesas,
amor como arma y escudo, como refugio donde sobrevivir a la ausencia,
amor como rescate de cualquier naufragio cotidiano,
amor como desafío, como autoafirmación, como rebeldía, como ingenuidad de lo espontáneo,
amor como única forma de percibir el mundo, el filtro a través del cual puede ser imaginado,
amor como la delicadeza necesaria para no pisotear la sensibilidad que nos rodea,
amor como alivio para el desgarro de la separación y a la vez como el dolor que no quiere ser aliviado,
amor como un secreto que no puede destruirse, un secreto tan inmenso que se ha convertido en la promesa que lo habita,
amor tan lleno de significado, con tanta carga emocional que contiene en sí mismo todos los amores del mundo y al mismo tiempo es un universo único y completo.
Mientras leo estas cartas, imagino todo lo que el libro no cuenta, el consuelo que deben de provocarle al que las recibe, lo que sin duda significan para él. Imagino a Xavier leyendo las palabras de A'ida, una y otra vez, en su celda diminuta, alimentándose de ese amor completo, absorbiéndolo con ansia, agarrándose a él para despertar cada día.
Hay muchos libros buenos y redondos que me apasionan, que admiro y recomiendo sin reservas, y que pasan a través de mí sin dejar ninguna huella.
Hay otros libros, desgraciadamente muy pocos, que, independientemente de su solidez o coherencia, de que sean más o menos admirables, por alguna extraña afinidad pasan a través de mí y permanecen.
Éste es sin duda uno de ellos.