lunes, 18 de marzo de 2024

LA DISTANCIA QUE NOS SEPARA

Una de las cosas que más me gustan de las novelas de Maggie O'Farrell es la inmediatez. Lo rápido que me mete en la historia. Una frase, dos, y ya estoy ahí, tendido en una cama con un calor sofocante mientras un ventilador gira y alborota las páginas de un libro abierto. Más que la historia en sí (esta novela me ha parecido quizá menos rotunda y redonda que Hamnet o El retrato de casada), me encandilan los primorosos detalles de la vida cotidiana, cómo al leer siento los cinco sentidos alerta y erizados, expandidos como las flores al principio de la primavera, para no perderme ninguna maravilla. La mirada de la autora acaricia las cosas con cuidado y ve a través de ellas. Es de una sofisticación peculiar, como una persona tímida que no se deja conocer, hipersensible a la curiosidad ajena. Una criatura que a la mínima variación de luz se repliega sobre su belleza, como un abanico.  

Esta es una novela que va y viene de Hong Kong a Escocia, pasando por el sur de Italia, y, como el paisaje escocés, "cruje y se estremece de vida". Con la calma de los "helechos que se mueven con el viento", casi desde el principio notamos que hay algo que va a pasar, que está ahí, al acecho, con intención imprevisible, esperando el momento oportuno para desvelarse. Los personajes, dos hermanas italoescocesas unidas por un secreto de infancia y un joven chinobritánico atado a una relación que no desea, expresan desconcierto, vulnerabilidad. Delicadeza. Sus vidas están llenas de silencios, de cosas que no se dicen pero que están ahí, tan presentes y palpables como si se hubieran escrito sobre la pared o gritado a los cuatro vientos. Y la historia avanza dejando muchos huecos para que el lector los rellene, para que el lector los vaya inventando, como si el sendero de la historia estuviera sutilmente esbozado y lo hiciéramos nuestro transitándolo. 

Aunque quizá no sea el tema principal, me ha hecho pensar mucho en los apegos excluyentes. En esas personas (parejas, familiares, amigos) que solo te muestran su apoyo y su cariño sin fisuras cuando no hay otras personas delante, que nunca te quieren a través de los demás, con los demás. Piensan que vuestra relación es única y no debe contaminarse con miradas y presencias ajenas. Que sois dos personas que orbitan naturalmente la una alrededor de la otra en una gravedad que no admite más satélites. No permiten la integración, y con su actitud parecen plantear constantemente una disyuntiva: o conmigo o con ellos. 

Hay muchos bellos hallazgos en las descripciones, mucho amor en la descripción de la búsqueda de un padre ausente que no sabe que tiene un hijo, de unas raíces múltiples que se expanden y se bifurcan por varios continentes. Y sobre todos los personajes, de una forma u otra, planea una leve sombra de violencia que se cierne sobre la historia y va perfilándose en círculos, como un ave rapaz girando y girando sin apartar los ojos vigilantes de su presa. Y todo va creciendo en intensidad. Y la historia se comprime. Y acelera. Y se descontrola. Y estalla. Y no ves nada. Por un segundo todo es luz y sobresalto. Y ganas de volver a empezar otra vez, desde el principio. Otra vez desde la cálida y plácida intimidad de los primeros compases de aquella cama sofocada para volver a disfrutar de la adrenalina del viaje. 



viernes, 15 de marzo de 2024

JIM

Jim es un perro. Un retriever negro de pelo largo. Jim ha acompañado al ilustrador François Schuiten durante trece años. Trece años de amistad, de calor. De un vínculo misterioso y profundo que solo entienden quienes han tenido un perro, han mirado en la lealtad inquebrantable de sus ojos y se han visto a sí mismos. Jim ya no está. Y François Schuiten ha querido dibujarlo para despedirse de él. "Dibujar a Jim para vivir el duelo y aceptar su partida. Dibujarlo para comprender todo lo que había ocurrido entre nosotros. Esta relación invisible, tan misteriosa y a la vez tan feliz". 

Una frase en cada página. Y una ilustración. Muy pocas palabras. Los trazos que recrean a Jim son el lenguaje de esta historia de amor. De este diario por el que nos colamos para aprender las dimensiones de la ausencia, el hueco que deja el amor cuando se va y toda la inmensidad que nos regala si sabemos atesorar su huella. 

Llega la hora del paseo. ¿Hacia dónde voy yo solo? ¿Qué sentido tiene caminar si no vas a mi lado? Un perro puede saber cosas de ti mismo que nunca sospecharías. Cosas que ni tú mismo sabes. Puede compartir contigo mil y un placeres. Enseñarte mil y un formas de anudar los hilos de la complicidad, el cariño y la lealtad. Un castillo de naipes que de repente se derrumba. ¿Y cómo lo vuelves a levantar ahora? 

"Estás siempre ahí. Yo quedo a tu sombra". 
Habitar esa sombra. Abrazarla. Saber que es para siempre. Dibujarla. Quererla. Una sombra de tres letras. Pelo negro. Ojos que te devuelven la mirada y en los que te ves. En el dibujo. En el recuerdo. 




miércoles, 13 de marzo de 2024

ALMUDENA. UNA BIOGRAFÍA

La noticia de la muerte de Almudena Grandes me dejó muy descolocado. No me había enterado de su enfermedad y, para mí, era un personaje público tan integrado en mi paisaje interior como las montañas o los parques. Tan necesarios, tan imprescindibles para la salud y la alegría. ¿Cómo podía haberse muerto? ¿Qué montaña, qué parque desaparece? ¿Y qué se hace con el hueco que deja? Mi madre me llamó muy afectada, no recuerdo que la muerte de ningún otro escritor la haya afectado tanto nunca. Fue un terremoto. La vida se había movido, y ahora había que volver a organizar el caos tirado por el suelo. Encontrar un nuevo espacio, otro suelo sobre el que apoyar los pasos desorientados. 

Esta preciosa biografía ilustrada de Almudena Grandes me ha recordado aquellos momentos. Noviembre de 2021. ¿De verdad ha pasado ya tanto tiempo? Recuerdo el acto de despedida como si fuera ayer, Luis García Montero besando su Completamente viernes y la hermosura de toda aquella congoja de amor que reunió a tantísima gente enarbolando ejemplares de sus libros como flores o velas o manos al viento. Y he sentido el impulso de volver a ella, la necesidad de seguir la estela del recuerdo y volver a sus novelas, las que ya he leído y las que todavía no: qué camino más bonito habéis abierto con este homenaje, Ana y Aroa. 

Las palabras de Aroa Moreno Durán y las ilustraciones de Ana Jarén consiguen captar los ecos de una cotidianidad emocionante. Pequeños detalles, escenas íntimas, todo eso que ocurre fuera de los focos y que nos acercan la faceta más entrañable, más secreta de Almudena. Siempre es un placer conocer mejor a nuestros referentes, completar en nuestra cabeza la imagen que tenemos de ellos con los matices que aparecen en sus obras. Se me ocurren pocos referentes culturales, literarios y activistas más claros que Almudena Grandes. Pocos focos más potentes que el suyo para guiar nuestras vidas y alertarnos de las amenazas de nuestro mundo. 

Me ha gustado mucho leer sobre su constancia y su rigor a la hora de documentarse y escribir. Su atención minuciosa por los detalles, por las estructuras complejas y el ritmo. Una gran ambición que nos regaló novelas maravillosas como Los aires difíciles o El corazón helado, dos hitos en mi vida lectora que siempre recordaré con gratitud y admiración. "Almudena retuerce con el lenguaje lo socialmente aceptable y nos sitúa en un nuevo cuestionamiento de lo que cada uno entendemos por moral". Así recuerdo sus libros cuando yo tenía veinte años. Salía cambiado, revuelto en el mejor sentido, siempre asombrado de sus historias. 

Fue la mejor embajadora literaria de los vencidos de la guerra civil española. Con la voluntad de recuperar una memoria perdida, se propuso restaurar la dignidad de varias generaciones de españoles humillados por un régimen mediocre y asesino. "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros", como escribió Cernuda. Fue un propósito que determinó casi todos los libros que escribió en los últimos veinte años de vida. Un legado imprescindible de dignidad y de nobleza. De conciencia cívica, que tanta falta nos hace en este derrumbe de los valores de convivencia democrática en el que vivimos. 

La prosa de Aroa Moreno desprende simpatía y amor por los cuatro costados. Nos devuelve a Almudena y su obra embellecidas por su mirada. Ahora brillan mejor todos sus libros desde la estantería de la librería. Brillan y me saludan y se arropan unos a otros, y arropan a sus vecinos y juntos cantan la canción del deseo y la memoria. 





lunes, 11 de marzo de 2024

SALIR DE LA NOCHE

Ahora que vemos con profundo desánimo cómo cada vez más partidos de extrema derecha ocupan puestos de poder, es muy instructivo volver la vista atrás y analizar qué sucedió en los años setenta en Italia, si no para relativizar nuestra situación, al menos para aprender que nada de esto es nuevo y que, en épocas no tan lejanas, el enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas alcanzó unos niveles de violencia que hoy nos parecerían una locura. 

En 1969, una bomba en la plaza Fontana de Milán mató a diecisiete personas e hirió a otras ochenta y ocho. La policía atribuyó el atentado a grupos anarquistas y detuvo, entre otros, al ferroviario Giuseppe Pinelli, antiguo partisano y conocido pacifista. Tras un largo interrogatorio, Pinelli fue hallado muerto debajo de la ventana del despacho del cuarto piso del comisario Luigi Calabresi, que fue acusado inmediatamente por la opinión popular de izquierdas de haberlo asesinado. Tras dos años de hostigamiento, de acoso sistemático y de continuas amenazas, Luigi Calabresi fue asesinado frente a la puerta de su casa por las Brigadas Rojas. Lo que poca gente sabía, o no quería saber, es que la matanza de la plaza Fontana de Milán había sido cometida por neofascistas, asesorados y amparados por los servicios secretos. Y que Luigi Calabresi ni siquiera estaba en su despacho cuando Pinelli cayó por la ventana. A partir de ese momento empezó una espiral de violencia instigada por grupos de extrema derecha y respondida con furia por las Brigadas Rojas que, sumada a la violencia terrorista en España y en Irlanda del Norte, marcaría una década especialmente sangrienta en Europa. 

En este libro testimonial, Mario Calabresi cuenta la historia de su padre, Luigi Calabresi, y de otras víctimas del terrorismo en Italia en los años setenta y ochenta. Es el retrato de un policía íntegro acusado por la opinión pública de un asesinato que no cometió y convertido en chivo expiatorio de la furia colectiva. Como decía Aramburu en Patria, son las palabras las que te señalan y sellan tu destino: mucho antes de que la bala termine de matarte ya estás muerto. A pesar de que la inocencia de Luigi Calabresi se demostró hace mucho tiempo, las teorías de su culpabilidad siguen circulando en pleno siglo XXI, por una mezcla de ignorancia, conformismo y mala fe. Y por un cuerpo de policía corrupto que, durante más de una década, se dedicó a alentar el terrorismo de extrema izquierda para tratar de deslegitimar el comunismo italiano en un juego sucio que sumió a Italia en un baño de sangre sin precedentes.

Mario Calabresi rescata las voces heridas por el terrorismo, las voces de los familiares, de esos otros casi siempre ausentes de los relatos sobre la violencia. La muerte violenta deja en los familiares de las víctimas una sensación de tiempo detenido. Algunas personas sienten que una parte de ellas se quedó congelada en el momento de la noticia y nunca pudo continuar. Es un duelo que no cesa, una herida que nunca termina de cerrarse. Los asesinos les robaron una parte de su vida. Les infligieron un dolor del que nunca podrán recuperarse del todo. Y, por eso, les cuesta entender que algunos, al cumplir sus condenas y salir de la cárcel no se queden en silencio rehaciendo privadamente sus vidas, sino que concedan entrevistas, se vuelvan protagonistas de su historia e incluso aspiren a liderar un relato con cargos públicos y a representar la voz popular como si pudieran recuperar una ejemplaridad nueva y libre de mancha. 

"La disparidad de trato entre quien asesinó y quien fue asesinado es irreparable, se prolonga a lo largo de los años, agravada por el hecho de que quienes asesinaron entonces escriben memorias, son entrevistados en la televisión, participan en algunas películas, ocupan puestos de responsabilidad, mientras que a la viuda de un agente nadie va a preguntarle cómo ha vivido desde entonces sin su marido, si tiene hijos que vivieron una infancia de orfandad, si el tiempo que ha pasado les ha cicatrizado las heridas, el pesar, el dolor. 
¿Asesinados por qué, además? Por el sueño de un grupo de exaltados que jugaban a hacer la revolución, haciéndose ilusiones de que eran espíritus elegidos, almas bellas entregadas a una noble utopía, sin darse cuenta de que los verdaderos "hijos del pueblo", como los llamó Pasolini, eran el blanco de su estúpida locura". 

Esto me ha recordado mucho a la fantástica película Maixabel y cómo estuvimos P. y yo debatiendo después sobre los límites de la reinserción y los dilemas éticos que plantea. Qué es el perdón, a quién beneficia, qué consigue y qué construye. ¿Es lícito que un asesino con la condena cumplida pueda asistir al homenaje público que recibe una de sus víctimas? ¿Es lícito que comparta espacio con los demás asistentes? ¿Cuánto tiene que doler cerrar las heridas? ¿Se cierran las heridas alguna vez?

Siempre me atrae la dimensión humana, profundísima, a la que se asoma uno cuando se atreve a leer sobre el terrorismo. Este libro obliga a mirar más lejos. A los presagios, a la amenaza. A la convivencia con ese peso, esa sombra. A un país acostumbrado a la sangre en el asfalto. Aunque ¿se acostumbra uno a la sangre en el asfalto? Al hablar de terrorismo están siempre presentes los terroristas y sus víctimas, sobre todo cuando estas han muerto asesinadas. A las víctimas heridas se les presta menos atención. A los familiares de las víctimas, víctimas todos ellos también, menos aún. Mario Calabresi pone el foco en esas vidas que tratan de salir adelante contra el peso del trauma. "Recuerdo el cansancio de sentirnos diferentes, de no ser niños normales; no teníamos derecho a tener nombre y apellido, éramos "los hijos de...". Aplastados por aquello incluso en nuestros gestos más simples, en los juegos, en las relaciones con los compañeros de colegio". 

La violencia no empieza en quien empuña el arma o detona el explosivo, y no acaba en quien recibe el impacto. Viene de antes, se hace de palabras y de injusticias, de ideología y de mentiras. Y llega más lejos, impacta en las familias, se nutre del miedo y del duelo, del exilio exterior e interior. Es un viaje que nunca acaba, el de la violencia desplazada. Un terrorista aprieta el gatillo y ve cómo mata a una persona. Pero no es consciente de que detrás del muerto están siendo alcanzados, invisibles, su mujer, su madre, su padre, sus hijos, sus hermanos, sus amigos y toda la red de afectos que conectaban a esa persona con el mundo, y que sangran, cada uno de ellos, heridos por la misma y única bala que acaba con la vida de la persona asesinada. 

"Todo lo que permita recordar es bienvenido". Y cuando se recuerda de la mano de un escritor como Mario Calabresi, la memoria se vuelve un pilar sobre el que observar el mundo con más calma y más sabiduría. 





viernes, 8 de marzo de 2024

TODA LA RABIA

"¿Alguna vez se le pasó por la cabeza a algún hombre que las mujeres también teníamos un derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad individual?", preguntó en 1855 Elizabeth Cady Stanton a su primo en una carta. 
169 años después, cuando un hombre lleva treinta años de matrimonio sin haber cocinado ni una sola vez nada de lo que come ni haber cosido un bajo de pantalón ni haber limpiado un váter, ¿se le pasa por su cabeza? 
169 años después, cuando un hombre no sabe cuáles son las extraescolares de sus hijos o dónde se compran y cómo se piden los libros de texto o cómo se organiza un cumpleaños, ¿se le pasa por su cabeza? 
169 años después, cuando un hombre se olvida de repasar los deberes con sus hijos o de preparar el baño a su hora sabiendo que no pasa nada porque ya va a venir su mujer detrás a hacerlo, ¿se le pasa por su cabeza? 
Derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad individual. Tan obvio. Tan natural. Y tan lejano. 

¿Por qué tantas parejas siguen todavía guiones domésticos que ya han caducado en la mayoría de ámbitos de la sociedad? La igualdad de género en la retribución salarial es una victoria del feminismo, hasta tal punto que ya ni siquiera se considera una reivindicación feminista, sino una cuestión natural de justicia. Hasta los más reaccionarios la apoyan. ¿Por qué no la igualdad de género en la familia? ¿Por qué las familias, con su distribución de tareas y cuidados, siguen siendo el mayor reducto de desigualdad entre hombres y mujeres?

Este ensayo de Darcy Lockman responde a estas preguntas con multitud de ejemplos de la vida cotidiana, sacados de su propia experiencia y de cientos de estudios que analizan la desigualdad de género en el hogar, y en especial, la bomba de relojería para cualquier intento de igualdad que supone la crianza. Es una historia que a nadie que conviva con su pareja le sonará ajena: la de las que pequeñas desigualdades cotidianas, ese "zumbido constante" que, si no se le pone coto, puede dinamitar la armonía conyugal de cualquier pareja que aspire a tener una relación igualitaria. Pero, ¿cómo se le pone coto? Ah, jugosa cuestión.  

Me ha gustado muchísimo cómo describe la asombrosa capacidad de los hombres, no ya para escaquearse de las tareas domésticas, sino para simplemente vivir sin ser conscientes de su existencia. Y es que lo tienen muy fácil. Han aprendido desde pequeños, de múltiples maneras, que su responsabilidad en la tareas domésticas y de crianza siempre será secundaria, y que si no hacen todo lo que deberían o se olvidan de algo importante, no pasará nada porque ya vendrá su madre o su mujer a solucionar el problema. Pueden ser participativos pero sin estresarse, porque siempre tendrán alguien que arregle sus despistes. Pero ¿se pueden permitir lo mismo las mujeres? 

Reconozcámoslo, casi todo lo que ocurre en una casa se organiza en torno a ellas: las tareas domésticas, la crianza, el cuidado de los mayores, de los vínculos familiares, la planificación del ocio, la socialización familiar. Ellas cargan con la responsabilidad de mantener unidas a las familias. Por eso, cuando faltan o se ausentan, las familias se desmoronan. Los hombres solo se dan cuenta de esta desigualdad cuando ellas desaparecen. Y, con toda la razón, se sienten desorientados. Como niños pequeños sin el ojo vigilante e hiperactivo de su mamá. Perdidos en un mundo cuyas coordenadas más básicas nunca se molestaron en aprender. 

Esta es la historia de un reducto de servidumbre femenina en pleno siglo XXI. Una servidumbre tan cotidiana que apenas la vemos. Una servidumbre que no se acaba con la incorporación de los hombres a las ideas feministas: Darcy Lockman demuestra que la ideología compartida no se suele traducir en una experiencia vivida, especialmente a partir del primer hijo. Es decir, que los hombres tienen tal capacidad de disociación que pueden soltar un discurso feminista en la cena de navidad que deje a todas las mujeres de la familia llorando de la emoción, pero luego no ser capaces de recordar las extraescolares de sus hijos, coser un dobladillo o estar pendientes de cuándo hay que poner la lavadora. 

Este libro trata sobre la rabia. La rabia de cargar a solas con una responsabilidad que debería ser compartida. Pero ¿quién puede sentir una rabia diaria hacia la persona que ama? Porque exigir la igualdad, como ya contaba Hochschild en La doble jornada, a menudo es estrellarse contra un muro hecho de estereotipos tan arraigados en la educación y el comportamiento que están entrelazados con nuestra propia identidad. Por risible que parezca, para muchos hombres ponerse a limpiar un váter de forma cotidiana puede significar dejar de saber quiénes son dentro de su comunidad. 

Lo más inquietante, para mí, es cuando no hay rabia. Cuando el desequilibrio de reparto de tareas es tal que se convierte en esclavitud y sin embargo a ninguna de las dos partes se le ocurre quejarse. O, peor todavía, cuando ambas partes, con tranquilidad imperturbable, defienden que ese desequilibrio es la mejor forma de actuar: de hecho, la única forma correcta o moralmente aceptable. 

"Vimos a nuestras madres llevando las riendas y el control absoluto de nuestros hogares y a nuestros padres dejando pasivamente que eso ocurriera. Esos son los estereotipos de género que hemos aprendido". Compartir de forma igualitaria las tareas cotidianas supone un doble reto. El reto para los hombres es aceptar más tareas domésticas y carga mental y el reto para las mujeres es ceder el control de todo lo que ocurre en casa. Y solo se logra con comunicación emocional sincera, compartiendo abiertamente las expectativas, poniendo los cinco sentidos en las necesidades del otro, siendo cuidadosos con las palabras y teniendo siempre presente que por defecto lo más fácil es caer en estereotipos de género que generan conflictos e infelicidad. 

Los matrimonios no igualitarios forman parte de un sistema de desigualdad de género que nos atraviesa desde todos lados en infinitas conductas. Es un sistema férreo, antiguo y poderoso. Es un sistema cruel, rancio y perverso. Es un sistema que solo se puede mandar al pasado reaccionario al que merece pertenecer con desafíos cotidianos, constantes y masivos. Así hemos ido tumbando durante los últimos cincuenta años la desigualdad de género en las leyes y en los discursos públicos. Así la tumbaremos también en el corazón amurallado de las familias. 






lunes, 4 de marzo de 2024

VERA

El 14 de febrero, un escritor compartió en redes sociales este extracto de un poema de Luis Cernuda: 

"Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
[...]
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido."

Y seguidamente comentaba: "Luis Cernuda escribió esto sobre el amor y desde entonces no hay nada más que decir sobre el amor."

Este poema de Cernuda es de 1931. Y Vera, la novela de Elizabeth von Arnim que acabo de leer, de 1921. Ambos muy próximos en el tiempo. Ambos retratan una forma de amar que tiene que ver con estar preso, con sentir escalofríos, con la posesión, con el amor como experiencia totalizadora que eclipsa cualquier otra experiencia de vida e incluso la niega. Una forma de amar que alude a la muerte. ¿La diferencia? Cernuda la exalta y Elizabeth von Arnim la denuncia. Cernuda le canta a los barrotes de su cárcel. Von Arnim te fabrica una llave para que abras la jaula. 

Esta es una novela deslumbrante y modernísima sobre el amor romántico y su toxicidad, y su capacidad de devastación. Ese tipo de amor sobre el que se asientan la mayoría de relaciones conyugales hasta la actualidad. Un amor que se basa en la desigualdad, la dependencia y la falta de libertad y autonomía personal. Un amor que infantiliza, que constriñe, asfixia, anula la voluntad y que, finalmente, puede llevar a la muerte. Un amor que se basa en la obediencia y un constante y leve temor, como el color de fondo de cada conversación, de cada escena. Decir algo, o coger otro cruasán, o proponer una actividad, e inmediatamente girar la mirada hacia el otro para asegurarse de que no va a haber represalias, de que se le ha concedido permiso. De que no se ha desviado del estrecho, cada vez más estrecho camino que ese amor le ha dejado para vivir. 

La mayoría de situaciones y emociones que describe Elizabeth von Arnim en Vera o bien las he vivido y sufrido en primera persona en el pasado, o bien he sido testigo (y sigo siéndolo) de ellas hoy en día en gente que me rodea. Quizá por eso he leído esta novela entre aterrado y asombrado por que una mujer hace más de un siglo viera a través de la impostura de este tipo de amor y supiera analizarlo en una obra de ficción con tanta perspicacia. Y furioso, furioso también por todo el daño al que nos sometemos por pecar de confiados, de pacíficos, por ese deseo de complacer que nos parece la base de la buena educación y que, sin que nos demos cuenta, se vuelve ansioso e hipervigilante para evitar cualquier ofensa, cualquier gesto o palabra que puedan provocar un conflicto. Y el esfuerzo ímprobo que supone atreverse a contraponer por una vez tus deseos a los del otro y la lucha agotadora que se desata después, por medios a menudo imperceptibles, hacen que pronto aprendamos que lo más fácil sea siempre plegarse y ni siquiera imaginar sostener un pensamiento propio distinto a un intento de copia del pensamiento del otro. 

Muchas novelas de amor anteriores a 1921 centraban su conflicto en vencer las convenciones sociales que ponían trabas a las parejas. El amor era una lucha social, una lucha hacia afuera. Una vez vencido ese conflicto, la felicidad se presuponía de tal manera que ni siquiera se mencionaba. Lo que pasaba  dentro del matrimonio solo podía ser la celebración de la victoria. Elizabeth von Arnim centra su historia en lo que pasa dentro de un matrimonio. En esos trapos sucios que una generación tras otra ha aprendido a lavar en casa y que, a fuerza de no airearlos nunca, carecen hasta de palabras para nombrarlos. Qué impactante es que esos trapos sucios hayan evolucionado tan poco en un siglo entero y que tantas parejas se sigan tratando con el látigo del amor romántico como si fuera lo normal, lo adecuado, lo que dicta la costumbre. 

Lucy, la protagonista de esta historia, es una joven "de un color delicado, de una redondez suave y lista para iluminarse con solo una palabra o una mirada". Su principal ocupación cada día consiste en no decir nada que pueda contrariar a su marido o herir sus sentimientos. Vive para complacerlo. O, mejor dicho, para evitar contrariarlo, que muy pronto acaba siendo lo mismo. Su forma de amarlo consiste en la voluntad de hacerlo feliz. Si él es feliz, ella también. No hay felicidad lejos del placer de él. Como decía Cernuda: él justifica su existencia. Hasta el punto de tener que medir cada palabra, estar siempre atenta a las expresiones de él, a sus gestos, sus miradas. Hasta el punto de reducir todas las expresiones del amor a una sola: la voluntad de complacer, para no herir, para evitar el conflicto interminable, el reproche mudo o explícito, para recibir el amor que al principio llegó sin interferencias, o simplemente para estar en paz. Y bajo la voluntad de complacer, empieza a brotar la culpa por no hacerlo bien todas las veces, por no saber leer sus gustos, sus necesidades, por herirlo con tanta frecuencia, por no estar a la altura. "Sin duda, soy una miserable", se repite Lucy cada vez que tiene que aplacar a su marido.

Vera, con la ironía y la inteligencia psicológica de Rebecca West y de Edith Wharton, consigue una de las mejores descripciones de una relación de amor tóxico que he leído en una novela. Narcisismo, infantilización, manipulación, victimismo, manía, obsesión, irascibilidad, insatisfacción, autoritarismo, necesidad constante de atención, rencor, obcecación, intransigencia. Todo está ahí. El matrimonio como posesión y amenaza. Como jaula y sometimiento. Qué ganas de hacer saltar por los aires esta institución desalmada que, con la complicidad criminal de los poetas, sigue siendo una fábrica de traumas psicológicos e infelicidad. Qué ganas de más Elizabeth von Arnims y menos Cernudas, de más llaves que liberen y menos elogios a las celdas cerradas, para que el amor sea una luz que ensancha nuestros caminos y no una imposición que nos amordaza. 





jueves, 29 de febrero de 2024

LA CASA DE EL GATO JUGUETÓN

A menudo he pensado, al leer libros de historia o pasearme por lugares que evocan pasados fascinantes: ojalá tuviéramos una historia de la vida privada para cada época. Una historia que contara cómo vivía la gente común, y no solo las gestas de los reyes y las guerras y hechos más crueles. Una historia sencilla e íntima del calor que habitaba en cada casa, de las expectativas de las personas similares a nosotros, que miramos ciertas ruinas y tenemos que recurrir trabajosamente a una imaginación poco fiable para convertirlas en algo más que dura piedra. Uno de los escritores que sintió ese vacío fue Honoré de Balzac. Y se propuso cubrirlo. Al menos, el tiempo que le tocó vivir. Su intención fue clara desde el principio: hacer una historia de la vida privada en la Francia de la primera mitad del siglo XIX. Y desde entonces quien no llena de vida palpitante los fríos vestigios materiales de esa época es porque no lo ha leído. 

Balzac fue el maestro de los que después, siguiendo su ejemplo, buscaron capturar "la infinita variedad de la naturaleza humana". Pienso en Galdós, por ejemplo. O en Zweig. Dos de mis escritores favoritos, que caminaron por la senda abierta por el francés y trataron de escribir la historia olvidada por los historiadores, la historia de las costumbres, haciendo inventario de los vicios y virtudes, reuniendo las pasiones y los caracteres. 

Leo a Balzac y veo su estela también en escritores del siglo XX como Irène Némirovsky, por esas vidas enteras condensadas en unas pocas páginas, con toda su exaltación y su decadencia, su esplendor y su ruina, explicadas con la maestría de quien posee una capacidad privilegiada para comprender los profundos y delicados mecanismos que determinan las relaciones humanas. 

Empezar a leer a Balzac siempre es un desafío. Qué hacer, ¿elegir alguna de sus novelas más conocidas o seguir el orden con el que las publicó, bajo el título de La Comedia humana? Hace más de veinte años leí varias novelas suyas al azar, y tras tantos años, ahora he decidido volver a él desde el principio, como hice recientemente con los Episodios nacionales de Galdós. Y gracias a la buena labor de los editores de Hermida, que han emprendido la publicación de toda la obra en volúmenes muy cuidados, he leído y disfrutado muchísimo su primera novela, La casa de El Gato Juguetón. 

Es una novela corta sobre el enamoramiento fulgurante y la decepción posterior. Sobre el fulgor que arrebata prometiendo toda una vida de delicias y el aburrimiento y la traición a los dos años. También sobre el amor como éxtasis del creador, sublime y efímero y sujeto a la emoción y a la experiencia, frente al amor como proyecto de vida del burgués ligado a un deber social y una obediencia familiar. Me ha encantado la reflexión sobre la felicidad conyugal y el equilibrio de poder. Sobre la libertad que se da y se recibe, y sobre las jaulas en las que entramos voluntariamente pensando que eso es el amor porque así se ha hecho siempre. 

Incluso hay un momento en el que la amante de un personaje se permite aconsejar a la esposa traicionada sobre cómo evitar que los maridos se aparten de la senda monógama. Las que lo consiguen son mujeres que dominan a sus maridos encontrando las cualidades de las que carecen para hacerles ver que nunca saldrán adelante sin ellas. Y que dependerán de ellas para siempre. Los encadenan a la dependencia. Eso sí, dejando que crean que son ellos los que deciden, y haciéndoles ver lo mucho que ellas se preocupan por ellos y los cuidan y los veneran y admiran. 

Para 1828 me parece de una modernidad asombrosa. Con qué facilidad la idea del amor puede hacer entrar a un alma confiada en un matrimonio y transformar el paraíso soñado y prometido en un infierno. Cuántos retratos conyugales del siglo XXI he visto reflejados en estos buenos burgueses de hace dos siglos. 





lunes, 26 de febrero de 2024

LOS DIEZ MITOS DE ISRAEL

Israel tiene derecho a defenderse. Este es el mantra que se lleva repitiendo desde hace décadas ante cada acto violento cometido por los palestinos. Y que no ha dejado de repetirse, día sí día también, en los medios de comunicación desde el 7 de octubre de 2023. Pero, curiosamente, nunca hemos escuchado en esos mismos medios, ni hace años ni ahora, que Palestina tenga derecho a defenderse. Por cada israelí muerto han muerto seis palestinos en las últimas décadas. Quién sabe cómo se ensanchará esa desproporción cuando acabe el genocidio empezado hace cuatro meses. Y no deja de llamarme la atención que la lógica sea que a quien más muere, menos derecho se le concede a defenderse. Que esto lleva siendo así desde hace casi un siglo ya es innegable y solo se explica con una política racista y violenta: la que ha utilizado Israel, sirviéndose de su condición de víctima del Holocausto, para oprimir, maltratar, encerrar y, ante la imposibilidad de expulsar definitivamente de su tierra, exterminar al pueblo palestino. 

Ilan Pappé es uno de los historiadores israelíes más reconocidos internacionalmente. En este libro de lectura sencilla y brevedad irresistible, enuncia diez mitos, diez mentiras que han usado Israel y la comunidad internacional de países ricos para mantener un sistema de apartheid en Palestina y que han calado tanto en nuestra forma de entender el conflicto que muchos ni nos los cuestionamos. Los diez mitos son: que Palestina era una tierra vacía antes de la creación del estado de Israel, que los judíos eran un pueblo sin tierra, que el sionismo es lo mismo que el judaísmo, que el sionismo no es colonialista, que los palestinos abandonaron voluntariamente su tierra en 1948, que la guerra de 1967 fue inevitable, que Israel es la única democracia de su entorno, que los acuerdos de Oslo fracasaron por culpa de Arafat, que Gaza es un nido de terroristas y que la solución de los dos estados es el único camino hacia la paz. 

Mediante estos mitos, Israel ha logrado convencer a una mayoría de los israelíes y a una parte importante de los países más ricos del mundo, de que el pueblo palestino no tiene el mismo derecho que el pueblo israelí a vivir en su tierra. Que el pueblo palestino no tiene derecho moral a la tierra, porque el derecho de los israelíes es superior. La aceptación tácita de estos mitos por parte de la mayoría de los países occidentales explica por qué no hay genocidio capaz de hacer que se movilicen en favor del pueblo palestino, por qué los palestinos nunca podrán ser reconocidos como víctimas, por qué siempre recaerá sobre ellos la sospecha del terrorismo, la culpa última de su situación. Es la misma táctica que usa el patriarcado contra las mujeres víctimas de agresión sexual: cuestionar su actitud, su ropa, su respuesta, su vida privada, su rabia o su apatía y cualquier aspecto imaginable para proyectar la sospecha de culpa, para poner en duda su derecho a la reparación y a la justicia. 

El objetivo del sionismo fue claro desde el principio: "apoderarse de la mayor cantidad posible de territorio palestino con la menor cantidad posible de palestinos". "Al negarles la ciudadanía por un lado y no permitirles la independencia por otro, condenaba a los palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza a una vida sin derechos civiles y humanos básicos". 

La calidad democrática de una nación se mide por la tolerancia y la inclusión de sus minorías y de los grupos que confrontan sus gobiernos y sus instituciones. La calidad democrática en Israel nunca ha sido muy buena. Y ha ido degradándose hasta ir pareciéndose cada vez más a un estado autoritario de etnia homogénea en el que se reprimen a las minorías hasta el punto de negarles derechos fundamentales, de expulsarlas, de confinarlas en guetos y, en último extremo, de exterminarlas. 

La solución de los dos estados, esa que defienden tantos líderes mundiales constantemente, es inviable hoy en día, con una Gaza en ruinas y un genocidio en marcha. Pero ya lo era para Ilan Pappé en 2017, cuando se publicó este libro. ¿Qué pueblo acepta que otro ocupe su tierra y lo expulse de más de la mitad de su territorio? ¿Qué pueblo acepta que se le niegue el derecho al regreso a su lugar de origen cuando se le ha expulsado de él y se le ha condenado a una vida de refugiado desde 1948? Pero también es inviable para los palestinos por la fragmentación de los núcleos de población palestina en Cisjordania provocada por los asentamientos de colonos israelíes. Crearía un estado palestino sin soberanía propia, incapaz de protegerse de un Estado israelí que lleva ochenta años demostrando que no considera a los palestinos personas con derechos. Los palestinos con nacionalidad israelí seguirían siendo ciudadanos de segunda y los refugiados seguirían sin poder regresar a la tierra de la que sus antepasados fueron expulsados (sin que Israel haya asumido nunca su responsabilidad). 

Pero la solución de los dos estados, vendida a la comunidad internacional como un castillo de humo que ningún gobierno israelí está dispuesto a hacer realidad, no solamente es inviable, sino que representa un obstáculo para la paz. Pappé lo explica así para concluir su ensayo: "Los pueblos colonizados, afirma la Carta Fundacional de la ONU, tienen derecho a luchar por su liberación, incluso con un ejército, y el final exitoso de su lucha radica en la creación de un estado democrático que incluya a todos sus habitantes. Una discusión sobre el futuro, liberada de los diez mitos sobre Israel, no solo ayudará a traer la paz a Israel y Palestina, sino que también ayudará a Europa a cerrar adecuadamente los horrores de la segunda guerra mundial y la época oscura del colonialismo". 






lunes, 19 de febrero de 2024

DEMON COPPERHEAD

Ficha de Demon Copperhead. Madre: huérfana, casas de acogida, politoxicómana a los dieciocho, ningún pariente conocido, muerta por sobredosis de OxyContin. Padre: muerto. O directamente "no existente", según el certificado de nacimiento. Y Demon: desde los diez años en casas de acogida, trabajos clandestinos en plantaciones de tabaco y en vertederos ilegales, altas probabilidades de seguir el camino de sus padres. 

No recordaba un narrador como este. ¡Qué maravilla! Qué voz tan especial, tan directa, divertida, salvaje, tierna. Demon Copperhead ya ha pasado a formar parte en mi cabeza del grupo de personajes elegidos, esos cuya personalidad es tan arrolladora que titulan las novelas que protagonizan. Pienso en la Regenta, el Conde de Montecristo, Jane Eyre, Lolita, Madame Bovary, la señora Dalloway, y por supuesto, David Copperfield, inspiración directa de la que se ha servido Barbara Kingsolver para crear este demonio cabeza de cobre que me ha robado el corazón. 

Demon Copperhead puede leerse como el David Copperfield del siglo XXI: a pesar del siglo y medio largo transcurrido entre las dos novelas, la pobreza infantil y la violencia institucional a la que todavía se somete a los niños huérfanos en nuestras sociedades provocan rabia y una empatía dolorosa que nos puede cambiar la forma de ver el mundo. Esta historia es dura y terrible, despiadada como la vida en las comunidades más pobres de Estados Unidos. También es emocionante y divertida. Cada página desgarraría si no fuera por la ternura y el humor que amortiguan los golpes. Y es una historia cotidiana, tan cotidiana como en la Inglaterra de Dickens, con su plaga del capitalismo más puntero que llegó para salvarnos del dolor: los opioides. 

He pensado en muchas cosas leyendo esta novela. Es una historia llena de ramificaciones que me han llevado por caminos imprevistos dentro de mi cabeza. Esa es la magia, también, que consigue Kingsolver: hacer que un chico de barrio rico se convierta mientras lee en un niño desahuciado por el sistema y la música de la historia le resuene con fuerza por dentro. He pensado, por ejemplo, que si desde niño te intentan disciplinar con las palabras adecuadas y el tono preciso, aunque sea sin violencia explícita, es muy probable que ya no puedas sacarte nunca esa voz de la cabeza. Y la presión ejercida no necesitará repetirse: tú la ejercerás sobre ti mismo, tú mismo serás la voz que te castigue, porque ya no sabrás diferenciar tu propia voz de la voz que te maltrató. He pensado en ese gusano insaciable que te persigue por los sueños y se hace pasar por ti y te castra como un día quisieron castrarte y, peor aún, no contento contigo, trata a su vez de castrar a los demás. Y he pensado en la liberación y en la gloria cuando un día dices basta. Un fuego prende en tu interior y te atreves, oh, terrible transgresión, a decir basta. La liberación y la gloria cuando te prometes usar el incendio abrasador que te alimenta para vengarte de quien te metió esa violencia en la cabeza. 

Esta es la infancia de un niño de diez años que sueña con ver el mar, pero cuyo horizonte es la jaula del sistema de acogida. Pasando de una asistente social a la siguiente. Enamorándose de todas, porque todas le ofrecen estabilidad, cariño, lealtad: hermosos castillos en el aire. Todas son jóvenes y equilibradas como le habría gustado que fuese su madre y van por la vida muy seguras de sí mismas. Y todas desaparecen al cabo de unos meses, sin despedirse. Y vuelta a empezar con la siguiente. Y la paciencia, la paciencia de sonrisa rota mientras la nueva se lee tu expediente y se aprende tu nombre y la rueda de la dependencia vuelve a girar con su chirrido disfuncional. ¿Qué quieres ser de mayor? ¿Lo has pensado ya? No, no lo ha pensado. Con el daño que hace soñar con castillos en el aire. Con seguir vivo de momento ya le vale.  

A través de su héroe inolvidable, Barbara Kingsolver también ha hecho un retrato de ese segmento social estadounidense llamado despectivamente white trash, basura blanca, esa comunidad rural blanca y pobre que vive en la América profunda, que sufre un clasismo salvaje y siente que el mundo la ha dejado atrás. "De pie sobre un pequeño montículo de mierda, luchando por no perder lo único que te sostiene", que también es lo que te lleva directo a la tumba. Vidas que no dejan marca, barridas por el olvido y el OxyContin. Vidas destruidas para que los millonarios de turno, como los Sackler y su empresa Purdue Pharma, se forren vendiéndoles adicción, agonía y muerte. 

Demon Copperhead es una novela sobre la búsqueda de dignidad y de reconocimiento de un chaval tratado desde niño como una mercancía intercambiable entre los servicios sociales y las casas de acogida. Un chaval sin amarres, sin esas cuerdas que a los que hemos crecido en entornos seguros nos unen a la familia y a los amigos. Esos apegos firmes y estables que damos por hecho y nos mantienen en pie para él son cabos sueltos y descontrolados que no solo no le sirven de asidero sino que en cualquier momento pueden convertirse en látigos que le dejan el cuerpo en carne viva. Con que busques en tu interior una pizca de empatía y de la imaginación necesaria para leer con humildad, este libro no solo te va a llevar a un viaje alucinante, sino que te va a traer de vuelta con el mar en los ojos y el corazón blandito. 






jueves, 15 de febrero de 2024

PEQUEÑAS HERIDAS MORTALES

"Los personajes no pueden salir de los libros a no ser que alguien les convoque. Alguien me ha convocado y escapo cada mañana de mi novela". Así empieza este libro de Belén Gopegui, una conversación " a modo de propuesta de amistad" que transita por el ensayo y el juego, que dialoga y propone y se lee como quien se toma algo en una terraza mientras mira la calle y juega a cambiar el mundo. Gopegui es el personaje. Y nosotros, lectores, su novela. Durante 123 páginas tendremos el privilegio de acoger a una protagonista de excepción. 

Me han gustado muchas ideas de este libro. Ha sido como pasear por una ciudad con algo interesante que descubrir en cada calle. Por ejemplo, ideas como la decadencia del placer provocada por la necesidad del propósito. Somos muchos los que sentimos, creo, que nuestro presente a menudo es sacrificado en el altar de un futuro incierto y dogmático. Y qué importante es tratar de defender la idea de un presente con las ventanas abiertas, esa idea de que "la vida y el amor dejan de interpretarse como un viaje con objetivos y destinos que alcanzar, y se ven como un baile que no buscan el aplauso sino el placer". No el reconocimiento, sino la libertad. 

Belén Gopegui hilvana los hilos de la poesía en un tapiz de filosofía y nos habla de la importancia del trato que damos a los demás, de cómo los vemos y qué esperamos de ellos. "Casi toda la vida se nos va en esto, no en saber, ni en entender, sino en lograr imaginar que quien está a tu lado es verdaderamente distinto a ti, aunque también sea igual a ti". Y aquí viene lo difícil (y lo imprescindible): imaginar que quien está a tu lado es distinto a ti para no dar por hecho que si no actúa como tú se equivoca o se desvía del camino correcto; aceptar que es igual a ti para no caer en la trampa de la superioridad. 

Siempre hay menos hechos incontestables de los que desearíamos. Aceptarlo es de sabios, pero es un riesgo. Te expone a la intemperie de la duda. Te quita la comodidad de las certezas. De los juicios morales inmediatos y fulminantes. "El sentido común es el menos común de los sentidos", decimos, ufanos, quejándonos de que la gente (esos otros que nunca somos nosotros) sea tan poco razonable. Sin embargo, no es así. No existe un único sentido común. El sentido común es una multitud de sentidos dispares que hemos aprendido a conjugar lo mejor que podemos y que a veces convergen en una supuesta unanimidad que está sujeta a un cambio constante y que nunca es tan unánime como nos parece. Usamos muletillas como "es lógico que" o "evidentemente" cuando argumentamos para tratar de convencer y convencernos de que lo que decimos no admite réplica. Sin embargo, casi todo admite réplica y casi nada es tan evidente ni lógico. Es difícil argumentar mirando a los demás y no al espejo de nuestra propia convicción. Si sacamos la mirada de nosotros mismos y nos arriesgamos a mirar desde el lugar del otro es muy probable que dejemos de resguardarnos bajo el paraguas de la lógica o la evidencia. 

Damos valor a cosas distintas. Tenemos distintas prioridades. Y sin embargo nos entendemos. Encontrar el camino del entendimiento a través de la espesura de lo que nos diferencia es la única forma de vivir en sociedad. Aunque esa espesura a menudo se vuelva una selva impenetrable. También es verdad que no hace falta entenderse por completo. Que un caminito de comunicación a veces ya basta. Y no hace falta una carretera. Que la espesura es saludable. Que discrepar es vital. Y que si dos personas están siempre de acuerdo en todo y en todo piensan igual, es porque una ha secuestrado la voluntad de la otra y está pensando en su lugar. 

He leído este libro apuntando y apuntando. Es una conversación, así que ¿cómo leerlo sin dar la réplica? Y apuntando citas literales: "Todas las personas somos frágiles. A todas nos pueden ocurrir roturas leves y también tragedias. Pero no todas las tragedias se convierten en desgracias. La desgracia tiene un componente de clase. La desgracia es lo que sucede cuando no hay respaldo patrimonial ni una red pública que dé apoyo". Me ha gustado el punto de vista de clase social. Difícil no entender el rencor de clase contra quienes han nacido a salvo de desgracias y, sin embargo, miran por encima del hombro a quien desde siempre vive a la intemperie de una precariedad inmutable. Y también me he vuelto a encontrar alusiones al mito de la meritocracia, y a cómo algunos se escandalizan cuando se les pide que argumenten sus comportamientos, especialmente cuando se cuestionan estereotipos de género o dinámicas de dominación, dinámicas tan repetidas e interiorizadas que no entienden cómo pueden ser cuestionadas. 

Belén Gopegui advierte sobre las consecuencias impredecibles del uso de la violencia. Los ecos de la violencia. El golpe o el grito que recibes de tu superior, tú se lo das a tu subordinado, que a su vez se lo da a su hijo, que a su vez se lo da a un compañero de clase, y así la violencia reverbera en una cadena de agresividad desplazada con víctimas impredecibles. Y, al revés: ¿quién sabe de qué larga cadena de transmisión viene la bondad que recibimos y hasta dónde puede llegar la que damos?

En nosotros conviven el huracán y el entusiasmo por la vida. La indignación y la risa. Y no son contradictorios. Pobre de la rabia que no encuentre aire fuera de su jaula. Pobre de la risa que no tenga una conciencia que la canalice. Cuidémonos las dos. 






lunes, 12 de febrero de 2024

AMOR SIN FIN

Un chaval de diecisiete años le prende fuego a una casa con su novia y su familia dentro. Ese sería el titular amarillista que resumiría el armazón de esta novela. Y todos pensaríamos encontrar una historia de desvarío y asesinato. Y todos descubriríamos una historia de amor.  

Esta novela brilla y quema. Es de una intensidad agotadora, de una belleza arrebatadora. Es vehemente, monumental, trágica. Neurótica y obsesiva, un torbellino. Cuenta la historia de un amor que se sale de los márgenes de la cordura para navegar en aguas desconocidas. Y apunta con un dedo a cualquiera que haya estado enamorado alguna vez y haya visto cómo su amor se escapaba o se rompía y le dice: dime si no te reconoces en esto, dime si esto no ha sido así, tal y como lo cuento, alguna vez en tu vida. Dime si esta locura no es verdad. Y dime si alguna vez podrás arrepentirte. 

Estar enamorado es ceder a la parte más ingobernable, más viva y loca de nuestra identidad. Es ver significados ocultos y extraños en todas las cosas, es sentir que todas las cosas están irresistiblemente conectadas contigo, que todo tiene profundidad y emoción, que el mundo vibra al compás de una música que solo suena en tu cabeza. Estar enamorado es vivir permanentemente, como dice el narrador, en "un estado lacerante de conciencia". Lacerante, porque la intensidad abruma y el daño acecha en cada palabra, en cada silencio. Porque esa parte loca de nosotros nos hace entrar en una espiral de obsesión que por momentos nos conduce hacia una locura real aterradora. Es una sensación de euforia sobrenatural, de sensibilidad extrema, de vibración. Sí, de vibración interior: "si mi mente pudiese haber emitido algún sonido, habría reventado una hilera de copas de vino". 

"Nada me pasaba inadvertido y todo portaba en sí una especie de drama". Esto: ser el centro de una historia excepcional, el protagonista de un poema, de un cuento, una novela, una película. Sentir que cada gesto cuenta, que el mundo es un escenario, que hay un público que te mira y mirarte con sus miradas, y construir un mundo imaginario que es un escenario gigante lleno de espejos en los que tu reflejo se multiplica hasta el infinito y que todo, absolutamente todo lo que haces, está dirigido a ese amor que es el fuego inventado en el que te consumes de verdad. Porque ese fuego inventado es más real que la realidad, es la única realidad válida, "más real que el tiempo, más real que la muerte", que cualquier cosa queda supeditada a ese bien supremo, incluso la salud, la razón y hasta la vida. 

Me ha encantado cómo esta novela describe la sensación de heroicidad, de transgresión, de ser un revolucionario rompiendo todas las reglas, un poeta descubriendo un nuevo lenguaje, inventando el amor. Qué ridículo parece este adanismo, y lo seriamente que uno se lo cree. Y lo irrazonable que se vuelve. Hay una parte de la lógica que se rompe y uno se refugia ahí y cierra los oídos a todo lo que no sea el deslumbramiento interior, el fogonazo y el dolor y la euforia constante. Y se aísla de cualquier sensatez y desprecia cualquier sensatez, y la sensatez se vuelve lo inconcebible, la monotonía, una camisa de fuerza, la muerte. 

Amor sin fin es una novela extremadamente fluida e inteligente. Seductora y precisa. Hurga en las emociones, las disecciona con la delicadeza de un coleccionista de mariposas. Recuerda por momentos la prosa envolvente de Dominick Dunne. Y por el amor salvaje que rompe todas las costuras, Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga. De un incendio, ambos protagonistas no dudarían en dejar todo lo demás y salvar el fuego. 

La he leído pensando que no voy a poder recomendársela a nadie. ¿Cómo defiendo la barbaridad que es esta historia? Cómo convenzo a alguien de leer 560 páginas de obsesión angustiosa y belleza opresiva, la belleza de esas flores voraces y excesivas en su exuberancia que crecen en ambientes cuya humedad se vuelve casi incompatible con la vida. Esta novela derrocha emociones e intensidad en cada página, fluctúa, se pierde, se encuentra y divaga "con el abandono de los piratas borrachos que se tambalean por los puertos con un saco lleno de oro". Si alguien decide adentrarse en ella, que vaya preparado para un viaje arriesgado. Puede volver convertido en otra cosa. 





jueves, 8 de febrero de 2024

ALISON

Alison no aprendió a soñar hasta los veinte años. O, mejor dicho, sí soñó, pero no se daba verdadera cuenta. Siempre pensó que no tenía personalidad. Que mientras los demás se volvían resolutivos, atrevidos, desenvueltos, ella seguía encerrada en su burbuja de timidez que le impedía sentir el mundo y ser vista por los demás. A los veinte años, después de una vida demasiado tranquila en Dorset y sus acantilados blancos y de un temprano matrimonio que la había convertido imperceptiblemente en una versión joven de su madre, un pintor de renombre se fijó en ella. La cortejó. Le enseñó a posar. Le enseñó a pintar. Le enseñó a verse como la veía él. Y ella sucumbió al hechizo. 

Alison llegó a Londres y sintió que empezaba a vivir. Pero el pájaro que llevaba dentro todavía no se atrevía a volar de verdad. Había otro pájaro más grande que le decía que no podía. Que el nido era su hábitat natural. Que adónde quería ir, si él podía traerle lo que necesitara. Que sus plumas no eran suficientemente fuertes, que su pintura no era aún suficientemente buena. Que tenía que seguir practicando. Practicando. Era tan joven, todavía. Tan inexperta. Una niña. 

Patrick, el pintor famoso, "se declaraba antisistema con ese orgullo que solo podía permitirse una persona tan adorada por ese mismo sistema, que ponía en sus manos el dinero, y con él, la libertad para consagrar su vida a la pintura. Patrick no tenía tiempo para quienes no vivían exactamente como querían, igual que él; no concebía por qué los demás se ceñían a las convenciones. Ignoraba que a la mayoría de la gente no le queda otra, que el margen de maniobra solo existe para unos pocos escogidos". 

En Londres, Alison aprendió a amar y a que el amor se transformara en una jaula. Aprendió a luchar por su libertad. Aprendió que la lógica, el rigor y la precisión no tienen que ser el único enfoque para alcanzar algo que merezca la pena en el arte. Cada uno tiene que buscar su propio enfoque. Uno que no sea una jaula, una camisa de fuerza que te obligue a ser alguien que no eres, que te castre la improvisación, el deambular fuera del camino marcado. Si el enfoque sacrifica la alegría, entonces no merece la pena. 

Esta es una historia sobre encontrar tu propio lugar en el mundo y negarte a permitir que dependa de otras personas y se diluya en las necesidades ajenas. Me ha gustado mucho la reflexión sobre el talento y la meritocracia, que conecta con el ensayo de Michael J. Sandel: cómo pensar que puedes ser bueno en algo si te has criado en un entorno en el que nadie es especialmente bueno en nada, y en el que cualquier talento especial se sofoca y se minusvalora para que no se salga de la norma ni deje a los demás en evidencia. 

Me ha recordado a la historia de la pintora sueca Berta Hansson en el libro El pájaro que llevo dentro vuela adonde quiere. La historia de Alison es una aventura de vuelos y caídas. Y de búsqueda incesante de libertad personal a través de los colores y las formas. Es una forma radical de vivir libre. Parece muy obvia y muy simple, pero poca gente logra ponerla verdaderamente en práctica: el aire es de todos y todos tenemos derecho a que nuestro pájaro interior vuele adonde quiera. 




lunes, 5 de febrero de 2024

LA TIRANÍA DEL MÉRITO

Si en 2023 Menos es más, de Jason Hickel, fue el ensayo que me cambió la vida, en 2024 difícilmente voy a leer otro ensayo más transformador para mí que La tiranía del mérito, de Michael J. Sandel. ¡Y acabamos de empezar el año! Cuando digo que tal o cual libro me han cambiado la vida, algunas personas me miran con guasa: ¿pero tú cuántas vidas tienes que las cambias tan a menudo? Muchas, pienso, gracias a los libros tengo muchas, y aunque tuviera una sola, estaría constantemente cambiándola, transformándola, y, sobre todo, deconstruyéndola: sacando con cuidado todas esas piezas del puzle que ya no me gustan, que me estropean el dibujo, que ya no me aportan nada y que me incomodan, para poner otras en su lugar que me hagan ser más consciente de lo que hago y pienso y en las que pueda reconocerme. Con este libro he empezado a desaprender el mérito. Y creo que ese camino ya no tiene vuelta atrás. 

"Yo no le debo nada a nadie, todo lo que tengo me lo he ganado a pulso". Yo crecí con este mantra. Mucha gente a mi alrededor lo repetía. Como afirmación orgullosa, pero también como lección. Si yo pude, tú también podrás. Solo tienes que esforzarte. Es la promesa del sueño americano. Y no hay nada más empoderador que esta idea. También, demasiadas veces, nada más falso.  

Este libro le da la vuelta a esa idea con este otro mantra: "Yo soy un privilegiado. Y casi nada de lo que he conseguido en mi vida ha sido mérito mío". Decirse esto todos los días debería estar prescrito por la seguridad social para los que se lo crean, porque es imprescindible escucharlo, un poco como hacían los generales y emperadores romanos en sus desfiles triunfales, cuando un esclavo les susurraba al oído repetidamente "recuerda que eres mortal", para que el éxito no se les subiera a la cabeza y se creyeran dioses. Y es que en los últimos cuarenta años ha proliferado una ética meritocrática que nos ha hecho creernos merecedores, para bien y para mal, de todo lo que nos sucede. A los que en algún momento nos ha ido bien en la vida nos ha endiosado, borrando de un plumazo todos los condicionantes externos (sociales, azarosos, biológicos), y ha hecho florecer una soberbia insolidaria en las personas exitosas y una humillación resentida en las personas desfavorecidas, polarizando la sociedad y destruyendo la confianza en el bien común. 

En una sociedad meritocrática, las personas que no alcanzan cierta estabilidad o cierto éxito son juzgadas como merecedoras de su fracaso. A ninguna clase desfavorecida la habían dejado nunca en semejante grado de vulnerabilidad moral como a la actual. La total incomprensión de clase de las élites, a menudo las élites progresistas, que han aprendido desde la infancia a mirar por encima del hombro a cualquiera sin estudios superiores o un trabajo intelectual, es el caldo de cultivo en el que ha explotado la política del resentimiento de la extrema derecha. Una de las razones del descontento de la clase trabajadora, capitalizado en los últimos años por partidos de extrema derecha de muchos países, viene precisamente de la pérdida de estima social de sus trabajos y capacidades provocada por unas sociedades regidas por una meritocracia desaforada. 

"En nuestros días, vemos el éxito como los puritanos veían la salvación: no como un producto de la suerte o de la gracia, sino como algo que nos ganamos con nuestro propio esfuerzo y afán". 
El éxito, la riqueza, la buena salud, se han convertido en medidas de virtud: nos las merecemos por haber hecho bien las cosas. Con su corolario inevitable: si no tienes la riqueza, el éxito y la salud que tengo yo, es que no has hecho las cosas igual de bien que yo. 

Esta forma de pensar es tentadora para mucha gente, sin duda tiene un aura empoderadora. Anima a las personas a responsabilizarse de su situación y no rendirse al derrotismo del todo es azar y circunstancia y no puedo hacer nada para cambiar mi situación. Pero tiene una vertiente perversa: si pensamos que nada es azar y circunstancia y que los desgraciados son los únicos culpables de sus propias desgracias, la ética del bien común deja de tener sentido. "Cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil nos resulta aprender gratitud y humildad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común". 

El lema "si te esfuerzas lo bastante, podrás conseguir lo que te propongas" es mentira. El ascensor social lleva décadas que no funciona: el mérito importa mucho menos que el nivel socio-económico familiar para tus logros. La idea "tenemos lo que merecemos" es doblemente perversa: confirma a la persona exitosa de que su poder emana de su mérito y señala a la persona desfavorecida haciéndole creer que si no tiene más es porque no lo vale. Es la excusa moral perfecta para perpetuar la desigualdad. 

Si no desvinculamos mérito de recompensa, tenderemos a pensar que el dinero es el único parámetro que nos valida como seres humanos. Yo he sido recompensado mil veces más como librero que como pianista. Y aun así, a día de hoy sigo convencido de que soy mejor pianista que librero. La explicación de por qué vivo de lo primero y nunca me daría para vivir de lo segundo no tiene nada que ver con el mérito y sí con aspectos tan alejados de él como el mercado, la demanda, la herencia, los contactos, la suerte y el valor social y económico que se atribuye en nuestra sociedad actual a estas dos profesiones. 

Este ensayo ofrece muchos ejemplos de la vida cotidiana, en la educación y en el trabajo, sobre la toxicidad de la meritocracia y propone medidas para revertir el daño que ha ocasionado en la sociedad y recuperar el bien común como prioridad innegociable. 

Al terminar de leer este ensayo tenía la cabeza en centrifugado rápido y la pobre P. ha aguantado estoicamente las parrafadas con las que trataba de organizar la revolución que Sandel me había montado por sorpresa. Adoro los libros que me montan revoluciones. Ahora toca inventarme un mundo nuevo post-meritocrático. A ver qué sale. 





lunes, 29 de enero de 2024

GOLPE DE GRACIA

Estamos en Boston, 1974. Para fomentar la igualdad y luchar contra la segregación racial que divide la ciudad en barrios parecidos a guetos, la comunidad educativa ha decidido mezclar a estudiantes negros y blancos, trasladándolos de unos barrios a otros. La medida es controvertida y suscita una repulsa inmediata entre la comunidad irlandesa de la ciudad, que no puede tolerar compartir espacios públicos con gente a la que considera chusma. Si les preguntas, te dirán que no tienen nada en contra de los negros. Siempre que se queden en sus barrios y no vengan a mezclarse en los nuestros, claro. 

Al igual que en novelas anteriores de Dennis Lehane, como Cualquier otro día, el racismo es el tema fundamental de Golpe de gracia. O, más bien, la crítica de un racismo estructural y omnipresente, enraizado en una forma de pensar y de vivir que no ha cambiado tanto en cincuenta años. La historia de Auggie Williamson, un chico negro de veinte años al que se le estropea el coche en el barrio equivocado en el momento equivocado, es la historia de tantas y tantas personas negras que son humilladas, golpeadas y asesinadas en todo el mundo por el color de su piel. 

"¿Qué pasará con nuestras tradiciones, nuestro estilo de vida, nuestra sensación de seguridad?", se pregunta un personaje irlandés de Boston en esta novela ante la posibilidad de que sus hijos se mezclen en el instituto con chavales negros. Y es la misma pregunta que se hacen tantos millones de personas, aquí en España, cuando sienten que los otros, los de afuera, los que no visten como nosotros ni hablan ni compran como nosotros, los que tienen nombres raros y a los que se les llama por su origen porque nombrarles por su nombre sería una familiaridad que no merecen, es la misma pregunta que se hacen cuando sienten que esos extranjeros quieren ser respetados e integrados como ellos, tratados como españoles como ellos, como seres humanos como ellos.

Esta es una novela negra eléctrica, rapidísima, con una tensión fulgurante en cada línea de diálogo. La protagonista es una madre de armas tomar que está dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa con tal de no dar por buena la desaparición de su hija. Una mujer cuyo racismo interiorizado va poco a poco resquebrajándose, como sucede con cualquier prejuicio, cuando va conociendo los detalles, crudos y desoladores, de la realidad que lo sustenta. Golpe de gracia es dura, estimulante y apela al presente con tanta fuerza que no se puede soltar. 




jueves, 25 de enero de 2024

NO QUEDA NADIE

Empecé 2024 leyendo una novela un tanto enigmática. Me fui con el narrador a un Nueva York asfixiado por el calor, y con él busqué documentación para una tesis sobre la colonización de zonas rurales y desplazamientos forzosos de población durante el franquismo. Aprendí que hasta cincuenta mil personas (¡cincuenta mil personas!) tuvieron que dejar sus casas y trasladarse a otro lugar por motivos diversos, a menudo por las construcciones de embalses y presas (el sueño de la modernidad franquista) que condenaban las raíces de toda esa gente a una muerte por ahogamiento. Entre búsqueda y búsqueda, entre voz y voz de esas migraciones interiores olvidadas, disfruté mucho perdiéndome entre líneas, "orbitando en torno a intuiciones diversas", divagando por los márgenes del tema, prestando más atención a "las reverberaciones secretas de algunas palabras" que a cualquier otro propósito. 

Esta es una novela sobre emigrantes. Sobre la emigración como huida y también como destierro. Como expulsión y arrancamiento. Sobre la emigración como silencio. "Los emigrantes nos familiarizamos enseguida con los silencios y, por ello, un libro de emigrantes es siempre un libro cercado de silencio, como el paseo tranquilo de un padre y un hijo a la orilla del mar". 

La mayoría de las personas que hemos vivido un tiempo lejos de nuestro lugar de origen hemos pensado en cómo nos afectan las raíces. En lo difícil que es echar raíces en otro país, en la suave hostilidad que nos encontramos cuando tenemos suerte, suave porque en la amabilidad, e incluso en el entusiasmo por la inclusividad, también se esconde un señalamiento: nos gustas porque eres distinto, porque vienes de fuera, porque no eres de los nuestros y nunca lo serás. Hay lugares fantásticos para vivir, el París que me acogió o el Nueva York de esta novela, que, sin embargo, son hostiles a la permanencia. Son tierra fértil para todo tipo de maravillas, pero arisca para nuevas raíces. Al final, para tener derecho a un lugar, unas raíces, un sitio donde vivir y que reivindicar como propio, hay que adaptarse a lo que el poder (el urbanismo, la empresa, la cultura, la burocracia, la familia) impone. 

Me han gustado los meandros de esta novela. Las vueltas que da. Es reflexiva, poética y divagante. Deambula por ideas haciéndose preguntas, buscando respuestas como un entomólogo descubriendo mariposas. Me ha parecido impresionista en la belleza estática de ciertas imágenes, como el pelo rubio de una chica "que brilla como la paja seca a punto de incendiarse". Es una novela sobre partir y buscar un nuevo lugar, con todo el sufrimiento y la expectativa que supone. Y también sobre volver a casa, un regreso que, cuando has estado fuera el tiempo suficiente, nunca terminas de completar del todo: "volver a casa no se parece a recuperar algo intacto, sino a dejar un rastro más de sedimento, como un río que sigue fluyendo". 

 


lunes, 22 de enero de 2024

BAJO LA NIEVE

La editorial Hoja de Lata me gusta por muchos motivos, y uno de ellos es sin duda sus novelas policiacas clásicas. Autoras como Margery Sharp (que me descubrió mi querida P.) o Josephine Tey ya pertenecen a mi red de salvamento imprescindible para cuando me adentro en lecturas demasiado profundas o tormentosas. Son elegantes, irónicas, agudas, despliegan una engañosa sencillez para atraparte en tramas inteligentes con distintos niveles de lectura y hacen que el tiempo vuele y se esfume como un girón de niebla en primavera. 

Mi último descubrimiento es Helen McCloy (1904-1994) con su primera novela, Bajo la nieve, que ha llegado después de la publicación en español en 2021 de Un reflejo velado en el cristal. En esta primera entrega conocemos a su protagonista, el doctor Basil Willing, un psiquiatra que trabaja para el fiscal del distrito en Nueva York y cuyo cometido consiste en "valorar la cordura de los acusados y la fiabilidad de los testigos". Aunque, por lo que he podido comprobar, cuando un caso llama su atención, no se limita a asesorar a los inspectores, sino que investiga por su cuenta y, con la sola capacidad deductiva de su privilegiada lógica, llega a profundizar en la psicología de los personajes de una manera asombrosa. 

De madre rusa, carácter un tanto susceptible, "más comprensivo, irascible e intuitivo que el de aquellas nacionalidades en las cuales la coraza de la civilización había tenido tiempo de endurecerse", este Basil Willing "era una prueba viviente de la teoría de que un médico de los locos debe estar un poco loco él mismo para entender a sus pacientes". Y cuando le dicen que, tras la presentación en sociedad de la bella heredera Kitty Joycelin, ha aparecido el cadáver de una chica bajo la nieve que se parece muchísimo a ella y que, a pesar del frío evidente y tras horas de la muerte, el cuerpo sigue sorprendentemente caliente, su mente empieza a hilvanar hipótesis tras hipótesis. 

Esta es una novela sobre el impacto de la publicidad en los cuerpos de las mujeres, sobre el engaño y las apariencias, sobre los tejemanejes de una madrastra de "dulzura mortífera", sobre un Nueva York que vibra con el bullicio y las luces y la nieve mágica que sigue encandilándonos hoy en día y sobre un psiquiatra tímido y elegante al que le voy a seguir la pista de cerca a partir de ahora. 





jueves, 18 de enero de 2024

EL ABISMO DEL OLVIDO

"Cuando los arqueólogos occidentales abrían las tumbas del antiguo Egipto, se decía que las almas de sus ocupantes se liberaban tras milenios de silencio. En cierta forma, lo mismo ocurre con nosotros. No hemos hecho más que esperar en silencio durante más de setenta años. Esperamos casi cuarenta años que muriese la dictadura y volviese la democracia. Y esperamos cuarenta años más para que la democracia se preocupase por devolver la dignidad a sus muertos". 

En la librería recomiendo mucho este cómic desde que se publicó a finales del 2023 y, cuando la gente me pregunta de qué va, digo que trata sobre las fosas de la guerra civil. Es una apuesta arriesgada decir eso, hay gente que arruga el ceño. Imposible, por otro lado, obviar esas palabras. Fosa. Guerra civil. Realidades tangibles e históricas que, ochenta años después, nos siguen manchando de sangre las manos. 

Mucha gente querría dejar a los muertos en paz. Asumir lo que ocurrió y pasar página. Es la misma táctica que en las discusiones familiares, en las meteduras de pata y en cualquier conflicto de cualquier tipo: volver la cabeza y a otra cosa, como si no hubiera ocurrido. Pero ningún conflicto se resuelve ignorándolo. Ninguna herida sana si no se empeña uno mínimamente en tratar de curarla. Y la tierra de nuestro país está sembrada de decenas de miles de heridas que nunca sanaron porque nunca nadie tuvo la voluntad (ni la valentía) de hacerlo. 

Sí, de valentía. Para sanar una herida hace falta repartir responsabilidades. Culpas. Hace falta que alguien asuma que se equivocó, que hirió, que provocó dolor. Hace falta que alguien pida disculpas por lo que hizo. O que, en su ausencia, haya una verdad consensuada sobre la que construir la reconciliación. 

Esta historia de Rodrigo Terrasa convertida en viñetas por Paco Roca habla sobre el consuelo de poder despedirse al fin con dignidad de un padre asesinado y arrojado a una fosa junto a otros cientos represaliados. Y también, de la angustia de no poder hacerlo. Durante la reciente pandemia de covid todos lo tuvimos muy presente cuando a tantos miles de personas se les negó la posibilidad de morir cerca de sus seres queridos y a estos, el consuelo de despedirse y apoyarse en los rituales básicos de cariño y aceptación sobre los que se sustentan las raíces del duelo. 

Esta es la historia de un héroe discreto, uno de tantos que sobrevivieron a la dictadura callando y conservando la dignidad mediante pequeñas sublevaciones que además ayudaron a mucha gente a conservar la suya. Un héroe republicano que trabaja de sepulturero tras la guerra, enterrando a otros republicanos con peor suerte, y que se dedica a guardar clandestinamente objetos personales y ropa de los muertos para dárselos a sus familiares a escondidas y que así puedan guardar algo tangible de ellos junto a sus recuerdos. Y que, además, lleva un registro meticuloso de la localización de los cuerpos que entierra en las fosas, por si algún día alguien pregunta por ellos y se les permite enterrarlos con dignidad. 

Un régimen asesino quiso condenar al abismo del olvido a todas las personas que no se sometieran a sus dogmas. Y muchas nunca consiguieron volver de él. La lucha por conservar la memoria y restituir la verdad de lo que ocurrió es una tarea diaria que nos dignifica. En 1940 en España, en 1945 en toda Europa, en 1995 en Bosnia y en 2023 en Gaza.